Política partidaria

Luego de haber participado observando varias campañas políticas para acceder a cargos municipales, del gobierno regional, congresal y para la presidencia de la República, podemos afirmar, quizá como muchos de ustedes, que lo más grave que nos pasa es: la incoherencia.
Incoherencia con la imagen que proyectamos, con las promesas de campaña, con los principios que ensalzamos de boca para afuera y con la línea de trabajo a la que se comprometen de llegar a ser la autoridad para la que están postulando.
Es increíble el cambio de las autoridades que asumen la responsabilidad luego de ganar una contienda política. Este cambio se expresa en las prioridades que va asumiendo su gestión, diferente a lo prometido como el consabido dicho que van a gobernar para todos sin diferencias.
Primera incoherencia que se nuestra es cuando en la práctica la vida partidaria del grupo político que ganó las elecciones se traslada a la institución donde por la mayoría del voto popular, les corresponde administrar. La expresión soberbia de “somos gestión” encierra el mensaje de que tal partido político está gobernando. Y es una verdad. Pero, el mensaje de fondo es algo así como que acá mandan los intereses de la agrupación. Recordemos la denuncia de “cupos” descontados de la planilla del trabajador para “los fondos de la agrupación” equis, dicen voluntario, pero la verdad real es que no es así. Eso ya no es un secreto, como tampoco es un secreto que los planes de gobierno propuestas de campaña casi desaparecen y en vez de mejorar la comunicación con las nuevas autoridades responsables de nuestro desarrollo y futuro, estos se cubren con seguridad y protocolos que hacen difícil conversar con ellos y ellas.
Esto es el resultado del mercantilismo en las campañas electorales. Me apoyas saliendo en las marchas, pegando afiches, con cuotas económicas y una vez en el gobierno, “ganamos todos” y no precisamente en el buen sentido del término, sino en perjuicio de la población en su conjunto, porque lo que harán como gestión no apunta al desarrollo general, sino a los particulares intereses de los gobernantes.
Por eso, la reforma política electoral debe lograr que las campañas políticas no cuesten, que los electores no pidan regalitos (o tapers), que las promesas de campaña se basen en mejorar lo que ya existe tanto en infraestructura u otros proyectos. Nadie debe entrar a hacer lo que le da la gana, sino, lo que la necesidad local, regional y nacional apremie. Todos juntos trazar una línea de prioridades. Iniciada la gestión, debe desaparecer el partidarismo.