¡Señor perdónalos!

En estas fechas religiosas siempre nos cuestionamos ciertas actitudes personales, como organización, a nivel de instituciones, y de otras formas de organización donde los principios como una forma de vida, cada vez más vienen perdiéndose por el peso de la corruptela generalizada.
Los mensajes de las autoridades religiosas que tienen como base la vida y obra de Jesús, invitan a creyentes e incluso a quienes son ateos, o en todo caso no creen en la cristiandad, para hacer una reflexión, un alto en lo que hasta ahora se hizo en la vida y volver a renacer con los principios divinos.
Una de las frases de Jesús a la siempre recurrimos cuando la impotencia llega a su máxima expresión, es: “Señor perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Es lo que derivó en pleno sufrimiento frente a un juicio que no tenía ni pies ni cabeza, Jesús todavía pide el perdón para ellos, a pesar que todo apuntaba a la sentencia de su crucifixión.
Aunque, en el marco de reflexiones nos preguntamos, si realmente esa gente que gritaba que sea crucificado, realmente no sabía lo que hacía o pedía. A estas alturas de los análisis de comportamientos masivos, es muy probable que sí sabían a lo que llevaba el cruel pedido y no les importó, reflejando el instinto salvaje de aquella sociedad acostumbrada a hacer shows criminales.
De acuerdo a los relatos bíblicos el amor de Jesús era grande e infinito, que podía hasta pagarlo con su propia muerte. Es que su destino ya estaba trazado para el perdón del pecado, pero, han pasado más de dos mil años y seguimos siendo pecadores de todo nivel, desde lo más chiquitito hasta el más vil y criminal.
Señor, perdónanos, pero hay situaciones que no logramos entender, como que prevalece el corazón cruel, cuando triunfa la corrupción, cuando se “negocia” y se sospecha que se impone la “coima” sobre la urgencia de transportar materiales educativos a los niños y niñas de comunidades rurales e indígenas, así como esta indolencia a favor de la educación, una larga lista de negociados ilegales cuyos protagonistas se lavan la mano en nuestra cara, se reinventan y sigue el festín de la corrupción.
La corrupción de ayer y la de hoy, se asemeja, no ha desaparecido, muy a pesar de la muerte de Jesús que lo hizo para salvarnos del pecado. Es nuestra culpa, dicen ciertos teólogos, es que no cumplimos con los mandamientos de la ley divina. Qué difícil. Dios nos coja confesados.