Prójimo callejero

Para quienes profesamos el cristianismo, poner a prueba nuestro amor al prójimo, siempre ha sido una dura batalle entre nuestro interés y nuestra conciencia. Por sea el caso, no es un tema de católicos o de otras religiones, sino, de cualquier doctrina cuya esencia de amor parte de Dios hacia el ser humano y viceversa. En el caso del mensaje de Cristo Jesús, es explícito: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.

Esta parte del mensaje se Jesús nos vino a la mente tras un pedido a las autoridades de vecinos del centro de Iquitos. Ellos dicen que están molestos por los “fumones” que duermen en sus veredas. Dicen que no pueden abrir la puerta de sus casas porque ya encuentran a un sujeto tirado en el piso, y que impiden el paso de los vecinos.

Es un llamado angustiante, como angustiante debe ser la vida de esos seres equivocados que inclinaron sus vidas hacia el vicio, haciendo sufrir a sus familias y provocando el enojo de los vecinos que se sienten afectados por su riesgosa presencia en la vereda de sus viviendas. Razón les sobra a los vecinos al lanzar esta queja pública. Todo certero.

Sin embargo, nosotros los que nos llamamos cristianos, de pronto en las cercanías de la Navidad, como que nos blindamos y nos volvemos piadosos, caritativos, capaces de alcanzar a los “fumones” y cuanta “lacra” humana esté por las calles, algo de comer y beber para calmar la sed de aquellos necesitados. O quizás en el fondo de nuestro espíritu, para maquillar nuestra poca fe en el pedido de Jesús de amar al prójimo siempre.

Tal vez, en la línea de nuestra fe, lo que los vecinos deberían haber pedido a las autoridades, además de que esos seres alterados se retiren de sus veredas, es que se proyecte un lugar donde puedan ser atendidos humanitariamente, que puedan ser recuperados, o que tengan un final menos miserable, más cercano a nuestro amor al prójimo que cayó en desgracia.

Cuántas cosas podríamos hacer si nos desprendiéramos de nuestras propias mezquindades y apostáramos por contribuir a nuestra sociedad, al margen de nuestros proyectos personales y de otros intereses. Humanicemos lo cotidiano, humanices el entorno, plasmemos la fe en acciones. Solo una invocación para un mejor vivir comunitario, en medio de tantas tensiones.