Estamos atravesando unas horas o tal vez días de baja temperatura que para nuestra realidad es de sensación de frío, mientras que en lugares donde las medidas son bajo cero se considera hasta de verano u otra estación del año, menos tienen el calificativo de clima friolento.
Este “friíto” como solemos expresar familiarmente, nos lleva a otros planos del comportamiento humano relacionado con la frialdad, frente a situaciones de urgencias y de emergencias humanitarias. Lo asociamos porque muchas veces nuestro corazón no solo está en modo frío, sino, hasta congelado.
Antes de la pandemia la situación era la misma. Y lo decimos porque hemos escuchado comentarios que durante y después de la pandemia se han dado cambios importantes en las personas, sobre todo en el tema de la: solidaridad. Nuestra percepción tiene otros matices.
Es cierto que, durante la necesidad de mucha gente vulnerable, en la parte más dura de la pandemia, porque todavía estamos en ese proceso, se han dado muestras de apoyo, de desprendimiento, de respaldo, de poner el hombro por el bien de otros, no necesitamos conocer a la persona, simplemente era un humano (a) que necesitaba ayuda y lo dimos.
Aunque, como muchos de ustedes deben saber o lo han experimentado se han dado muestras de la mayor crueldad de un ser humano hacia otro, como por ejemplo, con el tráfico de las medicinas en diferentes niveles hasta en los hospitales, ciertos médicos y estudiantes de medicina, farmacias que especularon con los precios hasta dejarnos congelados de la impresión. Cómo se aprovechaba de la necesidad sin importar que estaba en riesgo la vida.
Esta baja temperatura poco usual, o digamos con cierta frecuencia debido al cambio climático, nos hace recordar esos episodios y seguimos fríos ante las necesidades del prójimo. Hace poco en uno de los últimos incendios de la calle Ganso Azul con cuatro casas incineradas y varias familias en ropa encima, pocos llegaron con ayuda, y de pensar que en casa tenemos mobiliario, ropas, platos hasta de adorno, y otros objetos que no usamos y quizás nunca lo usemos.
No somos capaces de desprendernos frente a quienes lo necesitan para usarlo ya, y no de adorno, ni para dejar que con el paso del tiempo los accesorios acumulados se malogren, de oxiden, o sufran otro tipo de deterioro. No somos capaces de dejarnos de teñir el cabello y otras vanidades para donar un saco de arroz, ni privarnos de una caja de “chelas” para ofrendar un donativo a un hogar necesitado. Dios nos coja confesados.