QUESO SUIZO Y BOSQUE AMAZÓNICO

Por: José Álvarez Alonso

Habíamos caminado como tres cuartos de hora desde la orilla de la carretera en construcción, esa que algunos visionarios crematísticos proyectaron entre Jenaro Herrera, en el Ucayali, y Angamos, en el Yavarí. Eran purmas casi maduras, con árboles de más de 20 metros de altura. De pronto nos topamos con una alambrada de púas en medio del bosque… Recuerdo que muy cerca encontramos herido un gavilán de esos que la gente llama «teretaño» o «bayano» (Buteo magnirostris), herido en un ala, probablemente por un choque contra la casi invisible alambrada. Nos preguntamos cuántos choques se habrían dado las pobres sachavacas y sajinos contra el inoportuno cerco. Cuando pregunté al guía qué hacía ese cerco de alambre en medio del monte me dijo: «Es lo que dejaron los suizos, del proyecto ganadero fracasado…»

En ese tiempo (fines de los años 80) todavía el IIAP mantenía unos cuantos búfalos y vendía queso en Jenaro Herrera y en Iquitos, pero ya no existía la mayoría de las ganaderías familiares instaladas con bombo y platillo y grandes expectativas con apoyo de la cooperación suiza.

Lo único que perdura hoy son cinco ganaderías familiares, con capacidad productiva mínima (solo tres tienen más de 30 reses) y baja rentabilidad, que venden sus quesos frescos a las lanchas que atracan en Jenaro Herrera. Ni siquiera, por las condiciones climáticas y la calidad de la leche, se pudo hacer queso suizo, como sí lograron hacer en algunas zonas del Ande, o incluso en selva alta, en lugares con mejores condiciones de suelo y clima, y pobladas por emigrantes andinos, como en Pomacochas, Amazonas. También persisten hasta hoy las fantásticas instalaciones que dejaron los muy industriosos suizos, que hoy sirven como centro de investigaciones al IIAP, así como un arboretum (parcela de bosque con especies inventariadas) y algunas plantaciones forestales piloto. Se dice que también quedaron algunos genes suizos regados por el pueblo, pero no sé si será leyenda rural o urbana…

En las imágenes satélite aprecian unos enormes cuadriláteros: son los miles de hectáreas deforestadas para pastos, hoy en su mayoría cubiertas de purmas. No se ha recuperado el bosque, sin embargo, en las áreas de varillales (bosques sobre arena blanca) que fueron taladas también, increíblemente, a pesar de su pobreza extrema. Eran tiempos en que todavía muchos creían en los mitos amazónicos de la fertilidad y la uniformidad de los suelos amazónicos (increíblemente, todavía se dice que sobreviven algunos creyentes, camuflados en ciertos sectores públicos y en la política); tampoco se hablaba todavía de herramientas como zonificación ecológica y económica, o de capacidad de uso mayor de los suelos; o no quisieron hablar.

Algunos ignorantes a tiempo completo suelen decir que lo que falta para desarrollar la Amazonía es solo tecnología. Con eso y un poco de capital se podría convertir la selva en un emporio agrario o ganadero similar a la zona rural de Europa o EE.UU. Nada más lejos de la verdad, como lo demuestra el fiasco ganadero de Jenaro Herrera y de otros cientos de proyectos agropecuarios y agroindustriales fracasados, cuyos restos perviven a lo largo y ancho de la Amazonía peruana, para remembranza de la ignorancia y soberbia de los hombres.

Los suizos son, sin duda, maestros en el manejo de ganadería y pastos alpinos, y no de ahora, sino desde hace miles de años. Trajeron sus mejores razas de vacuno, sus mejores técnicos en ganado y manejo de pastos, y fracasaron estrepitosamente en nuestra Amazonía. Como lo han hecho (y, lamentablemente, lo siguen haciendo) otros muchos cooperantes y funcionarios públicos que han intentado promover modelos de desarrollo ajenos a la realidad socioecológica de la Amazonía. ¿Por qué? Pues porque ni los suelos ni el clima de la Amazonía baja son aptos para la ganadería, ni los «bosquesinos» amazónicos tienen una cultura ganadera, como bien demuestran expertos como el antropólogo Jorge Gasché en su libro ‘La sociedad bosquesina (2012) y otros escritos.

Creer que un bosquesino amazónico, a fuerza de capacitaciones y crédito, se convierte en empresario de la noche a la mañana, fue el primer error de los suizos. Cuentan los pobladores de Jenaro Herrera cómo algunos flamantes empresarios ganaderos (beneficiarios de las parcelas de pastos sembrados y cercados, módulos de ganado y capacitaciones sin cuento) una vez que se perdieron de vista los suizos, remataron sus reses y volvieron a sus actividades tradicionales: agricultura migratoria, pesca, caza… «Retornaron al equilibrio entre gusto y gasto», diría Jorge Gasché. Esto es, a la forma de vida (que hoy los indígenas llaman «el buen vivir») en que la búsqueda de ingresos se equilibra con el disfrute de las actividades sociales tradicionales (fiestas, mingas, etc.), así como de caza y pesca, que tanto les gustan.

El otro error suizo fue creer que los frágiles y pobres suelos de altura de la selva baja son similares a los profundos y ricos suelos alpinos, y pueden soportar una ganadería de vacunos. He escuchado a algunos agrónomos de la UNAP, luego de intentarlo por décadas en su granja experimental de Puerto Almendras, decir que las vacas en la selva «no dan leche sino pena»: los escasos nutrientes que quedan luego de la quema del bosque son lavados rápidamente por las lluvias, o se agotan luego de unos años de pastoreo, mientras que los suelos se compactan con el peso y los duros cascos de las reses. Algunos ecólogos como Antonio Brack destacan la irracionalidad de talar bosques con una biomasa de más de 900 toneladas por hectárea, por «media vaca», porque en promedio se necesitan dos hectáreas para mantener una vaca (flaca) en los pobres suelos de altura de la selva baja. En regiones con aptitud ganadera (el sur de Brasil, sin ir muy lejos) logran mantener a más de 20 vacas por hectárea…

La gran pregunta que surge es: ¿Qué hubiese pasado si los suizos, en vez de promover ganadería talando bosques megadiversos, hubiesen visto el bosque no como un estorbo, sino como un aliado y una oportunidad, y hubiesen promovido un modelo de desarrollo forestal sostenible, con valor agregado? No sólo se hubiesen ahorrado valiosos recursos humanos, financieros y forestales: hoy tendríamos quizás en Jenaro Herrera una comunidad próspera, dedicada a aprovechar y transformar productos del bosque y ecosistemas acuáticos asociados, desde frutos y semillas, fibras, látex, aceites esenciales y fauna silvestre, hasta madera y plantas medicinales; sin olvidar camu camu y pescado, en sus otrora productivas cochas Supai y Sahua. Quizás también tendríamos una industria de muebles y otros productos madereros que podría ser modelo para otras zonas similares en la Amazonía, un sueño que todavía no acaba de cuajar en Loreto.

Otra oportunidad perdida, provocada (en palabras de Gasché) por la etnosuficiencia de los promotores de desarrollo, que tienden a menospreciar los conocimientos y formas tradicionales de uso del espacio y los recursos de los pobladores amazónicos, quienes sin duda supieron convivir en armonía con el medio y lograr una buena calidad de vida en un ecosistema frágil como el amazónico.