INFIERNO DE COLMILLOS

CRÍTICA LITERARIA

Por Juan J. Saavedra Andaluz

Desde tiempos muy antiguos, cuando la literatura dio sus pasos más importantes, los animales aparecieron como protagonistas de diversas historias, descritos con una peculiar inteligencia, instintos aparte, asociados a cualidades típicamente humanas, que embellecieron los relatos. Por este sendero literario desfilan historias como Moby Dick, Colmillos Blancos, Lassie, Platero y Yo, El cuervo, entre otras tantas narraciones del pasado y del presente, que motivan con fuerza los argumentos de los escritores.

El libro más reciente del narrador loretano Jorge Rojas Panduro, «Infierno de Colmillos», nos conduce de nuevo al tema de los animales y su protagonismo, pero esta vez en una versión de lo salvaje, del destructor, del terror de los bosques amazónicos y de otras regiones del mundo. A este relato, se suman diez nuevas historias en las que se reflejan no sólo el infierno, sino también el cielo cristiano alcanzado en una aventura de amor platónico, el despertar del sentimiento misterioso que hace a una mujer objeto de idolatría, de esa expresión del efecto y la ternura en su etapa matinal. Pero también, entre el cielo y el infierno, aparece el purgatorio en la historia de una relación amorosa, madura, reflexible, pero suspicaz, donde la manipulación del sexo revela más de una experiencia previa, donde el manejo y el sinsentido del aprovechamiento impropio de un real sentimiento amoroso, termina en una frustración que pone, de manera irremediable, al encantador de mujeres a la entrada del purgatorio. Arrepentimientos fuera de tiempo y lugar, cuando lo mal hecho no tiene cura.

Cuentos y relatos, uno tras otro, nos van descubriendo un narrador aherrojado por las vivencias del hombre amazónico, con sus virtudes, sus creencias ancestrales, sus esperanzas en un mundo mejor, su convicción del importante rol de la literatura regional, que enriquece cada día, la creatividad de otras latitudes basadas fundamentalmente en frustraciones citadinas y el manejo irreverente de las fantasías de los autores.

Si bien «Infierno de Colmillos», el relato principal es una historia de terror, no es menos espeluznante el tema «Comida de Comején», donde el personaje trágico se ve envuelto en una situación que pone su vida entre las diminutas tenazas de este bicho voraz, en un final de pesadilla, al no haber escapatoria, luego de caer en una trampa mortal.

«Infierno de Colmillos», nos recuerda el formidable momento en el que, Sangama y su hija, en la novela de Arturo D. Hernández, en su tránsito   en plena selva en busca del utópico legado supuestamente dejado por los últimos incas en algún lugar de la región amazónica  con el que se restablecería el desaparecido Imperio Incaico, se topen con una zona pantanosa que les impide continuar su viaje, pues aquel lugar repleto de árboles de renaco permanece infestado de grandes boas hambrientas. Perplejo, Sangama no encuentra una salida a este gran tropiezo, en momentos en que empieza un rumor, que va haciéndose más fuerte  como un huracán. Es una enorme manada de huanganas (fieros jabalíes) que los dos testigos ven pasar desde un lugar seguro, ingresar al pantano y despedazar en jirones a las temibles boas en un espacio de doscientos metros. Unos minutos más Sangama y su hija siguen las huellas de la devastación en el pantano para llegar a tierra  firme.

Este es el animal de nuestra historia, en una manada que sorprende a un desprevenido cazador que espantado se refugia en las copas de un árbol. El líder de las huanganas, astuto y dotado de un olfato muy fino y de largo alcance, descubre al cazador y empieza el mortal episodio.

La magia del pensamiento del selvático, endosa, al menos al líder de la manada, cualidades humanas, producto de una reencarnación. Y habría que ver esto, con la tranquilidad de un observador bien protegido para entender por qué se piensa así. El líder del tropel de huanganas «ordena» parar y parece desarrollar una estrategia para capturar y despedazar al enemigo detectado en un árbol cualquiera.

Entonces, comienza el asedio. Las huanganas dan fuertes dentelladas al árbol para  derribarlo. No tienen prisa, y ese intento de echar abajo el refugio del enemigo tiene un efecto psicológico en la víctima que termina por caer del árbol, paralizado por el espanto.

¿Estrategia sólo producto del instinto? ¿Algún nivel de inteligencia o conciencia incipiente? Los narradores no escriben relatos desprovistos de ciertas intenciones. Hace mucho tiempo que científicos intentan descifrar el código del lenguaje animal: silbidos, cacareos, notas musicales, gruñidos, etc, son severamente investigados. El supuesto es que donde hay un cerebro puede aparecer la conciencia. ¿Tonterías? Puede ser, pero si sabemos que la conciencia humana, pues no se acepta ninguna otra, es producto del desarrollo de la materia, no hay que descartar nada sin la ayuda de la censurable  soberbia humana.

Jorge Rojas Panduro, un narrador cada vez más lúcido, nos entrega ahora nuevas historias, no sólo para el momento de solaz y diversión en la comodidad del hogar, sino para inducirnos a la reflexión.  La vida tiene sus misterios, la literatura sus propósitos esclarecedores.

«Infierno de Colmillos»,  transita por ese alucinante camino.

 

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