Los peligros de la calle

Asaltos a mano armada, al paso y al vuelo en vehículos motorizados, robos en tiendas, cibernéticos, institucionales, empresariales, arranchamientos de celulares y carteras, y cuantas modalidades registre el vademécum  delincuencial de estos tiempos,  son pan del día en nuestra ciudad.

 

La pronta movilización de la policía hace que los facinerosos en contadas horas estén en los calabozos.   Estos hechos, si bien es cierto, la mayoría llegan a esclarecerse luego de las investigaciones, no deberían llegar a perpetrarse, si existiría un trabajo íntegramente dedicado a labores de inteligencia de la policía, que abortaría la mayoría de ellos, y con su presencia en los lugares más propensos a ser escenarios de asaltos,  otorgar la seguridad que la población exige, porque esto se está tornando sumamente peligroso.

 

Si no se desarrolla en mayor proporción, intensos y contundentes  operativos y redadas en los focos de la delincuencia, estaremos en vías de convertirnos en ciudades como algunas de México, o en las peligrosas favelas de Río de Janeiro. La seguridad con que cuenta el ciudadano en la calle cada día es menos. Lo que ha aumentado y con creces es la peligrosidad.

 

Ahora ya tenemos hasta bandas delincuenciales que azotan los predios de casas comerciales y empresas grandes, a las que ya no basta la seguridad particular, porque estos grupos actúan hasta con armas de fuego, que no vacilarán en usarlas contra indefensos ciudadanos.

 

Hasta los años sesenta del siglo XX, Iquitos era una ciudad en tranquila y en vísperas de iniciar el despegue de su desarrollo. Desde los setenta para adelante, con el descubrimiento de un yacimiento de petróleo en Trompeteros, estos apacibles pagos pierden la tranquilidad de la poltrona dejada en la vereda de la casa, los agradables paseos de los enamorados por las plazas y las puertas arrimadas con una silla para permitir la entrada del tronco de la familia que retornaba a su casa pasadas las diez de la noche, tarde en ese entonces.

 

Iquitos, va perdiendo su sabor a pueblo y se convierte en ciudad y toda ciudad, sabemos, es peligrosa.