DE BALI PARA IQUITOS

José Álvarez Alonso

«¡Hola, Perú! Bienvenido a Bali. Somos libres, seámoslo siempre…!» Exclamó en buen español, más bien gritó, haciendo volver la cabeza a los turistas en las filas de al lado, el joven funcionario de migraciones con una expresión de sincera alegría luego de ver mi pasaporte. Acababa de llegar a Denpasar, capital de Bali, Indonesia, luego de día y medio de viaje desde Lima. Si a 18 000 km de distancia, casi en las antípodas, un funcionario expresa así su conocimiento y afición por nuestro país, no cabe duda de que nuestra imagen internacional está mejorando. Ahora no me sorprende la encuesta internacional divulgada hace unos meses por CNN, según la cual el Perú está entre los países mejor considerados en el Mundo.

Denpasar, la capital de Bali (una isla de apenas 560 000 ha, una cuarta parte de la R. N. Pacaya -Samiria) recuerda mucho a Iquitos. Por el clima, por la vegetación, por su relativo aislamiento, en el extremo del Océano Índico, por su tamaño, muy similar a Iquitos, por la abundancia de motos en sus calles, y por la amabilidad y alegría contagiosa de su gente. Está casi exactamente en las antípodas, si no fuese porque, como Iquitos, está a unos cientos de kilómetros al sur del Ecuador.

Hay una gran diferencia a la vista, sin embargo: ¡No hay motocarros! Se respira una gran tranquilidad en sus calles, donde los turistas y locales se relajan caminando y sentados en las terrazas de los cafés y restaurantes al final del día. También se aprecia la vegetación tropical por todas partes, hay muchas casas con jardines, y muchos parques y espacios verdes. Nada que ver con el casco de cemento y calamina en que ha convertido nuestra amazónica ciudad…

Otro rasgo llamativo: todos los motociclistas llevan casco. Y esto pese a que el calor y la humedad, como en todo el archipiélago indonesio, superan los niveles de Iquitos. También el tránsito se nota más relajado, tranquilo, no se siente esa sensación de agobio, de estrés, que tanto sorprende a los visitantes que llegan a Iquitos esperando encontrar una apacible y tranquila ciudad tropical en medio de la selva.

La balinesa es una sociedad volcada al turismo, la industria regional por excelencia. Las danzas tradicionales de Bali son mundialmente famosas, y un indudable atractivo turístico.  Cientos de negocios de artesanías y telas típicas, amén de salas de masajes (es famosísimo el masaje tailandés), restaurantes y otros centros de ocio ayudan a redistribuir los ingresos del turismo entre una población que muestra signos de un buen nivel de vida. Los locales son espaciosos, aireados y confortables, a diferencia… Mejor no sigo comparando.

En muchos lugares se observan monumentos típicos, con esa arquitectura oriental tan atractiva visualmente. Pero también casas modernas de estilo tradicional. Es llamativa la limpieza que reina en todas partes, el orden y la seguridad en las calles y lugares turísticos, especialmente las playas, donde miles de turistas practican surf.

Los turistas disfrutan también del turismo urbano, gracias al cuidado escrupuloso del ambiente en la ciudad, al orden del tránsito, a la atención esmerada en hoteles y restaurantes, al cuidado de sus playas, templos y parques naturales, sus mayores atractivos turísticos. No por gusto Bali, que tiene unos tres millones de habitantes, recibe al año más de 2.5 millones de turistas.

Aunque se nota la globalización por todas partes (se ve a jóvenes ataviados y peinados como los de cualquier sociedad occidental) también se ve mucha gente vestida a la antigua, con telas de colores muy llamativos. Unas pocas mujeres usan pañolones cubriendo el pelo. Me informan que, a diferencia del resto de Indonesia, donde la mayoría de la población es de religión musulmana, en Bali la mayoría es hinduista, con mezcla del budismo.

La religiosidad está a flor de piel. Observo a un empleado del hotel colocando una cestita con pétalos de flores, hojas, galletas y granos de arroz, con un palito de incienso, en un pasadizo frente a una puerta. Pregunto para qué hace eso, y me dicen que es canangsari,  una ofrenda tradicional a los espíritus. Un gesto cotidiano de las familias balinesas. En unos momento aparecen, no los espíritus, sino varios gorriones molineros (Passer montanus), un ave con el que estoy tan familiarizado desde mi infancia en las montañas ibéricas.

Se nota por doquier un gusto y un respeto profundo por la naturaleza, algo que desearíamos en Loreto. Hay bosques sagrados en torno a algunos de los templos. Me dicen que los locales tienen gran respeto por animales. Los detalles «naturalistas» están por todas partes: en cualquier rincón, en interiores y exteriores, se observan macetas con plantas y flores, árboles mimados con apoyos para que no los tumben las violentas tormentas monzónicas.

Lo que finalmente más me llama la atención de Bali es, finalmente, la gente. Siendo la de Iquitos una población sumamente amable y hospitalaria (no por gusto esta ciudad fue elegida por segundo año consecutivo como uno de los 10 destinos turísticos del Mundo por la prestigiosa guía Lonely Planet), luego de conocer a la gente de Bali uno se convence de lo que nos falta para llegar a su nivel de desarrollo turístico. Nunca he visto gente tan cortés, amable, atenta y servicial, hasta el extremo.

Siento la nostalgia de lo que podría ser Iquitos, si hubiese un poco más de cultura cívica y turística. Y visualizo en Bali una sociedad como podría ser Iquitos en unas décadas, viviendo principalmente del turismo y de la exportación de algunos productos bandera con valor agregado, como hoy exporta Bali exquisitos muebles de bambú y artesanías. Nada cuesta soñar.