Mi amor insenescente

– Homenaje a los 90 años del APRAHaya caminando en Belén

Por: Moisés Panduro Coral

Sus noventa años me encuentran en los primeros años de la base cinco. Yo la conocí a los quince cuando éste mi amor insenescente se acercaba a los sesenta. Es un amor que me ha costado incontables encierros en comisarías, decenas de denuncias en seguridad del Estado, en algún momento hasta brotes de tuberculosis. Por este amor, mis ojos han llorado llenos de gases lacrimógenos, la tombería represiva me ha quebrado un par de huesos, me he peleado con parientes. Por este amor, he tirado piedras -nunca escondiendo la mano- a veces a espejos delicados, he lanzado bombas ardientes a sus adversarios que eran los míos, quise incendiarlo todo. Me he enronquecido la voz gritando y cantando su nombre. Por este amor, he recibido insultos bienvenidos, muchas gracias envenenadas, abrazos con puñaladas, golpes bajos de arriba, propuestas de separación y también de unión conyugal. No me une a este amor un cantar de los cantares, sino una declaración jurada de lealtad incomprendida. Es un amor sufrido a pesar de su vejez.
Éste mi amor de juventud fue un amor a primera vista. Una silueta continental dorada en el fondo de una bandera roja, toda una estrella. Después, como pasa con todos los amores que duran, fui cuestionando sus momentos antes de que apareciera en mi vida, recorriendo sus calvarios y llevando muchas cruces, para terminar amándola más. ¿Cómo es que se amistó con quien le persiguió a sangre y fuego? ¿Cómo es que extendió su mano a quien quería ver a sus hijos pudriéndose en la cárcel? ¿Cómo es que gran parte de sus años tuvo que vivir en la ilegalidad y en la catacumba porque estaban prohibidas sus ideas y sin embargo no dudó en sentarse en la misma mesa con los que quisieron verla condenada de por vida al ostracismo? ¿Cómo es que se dejó arrebatar un triunfo por un arquitecto cejudo que puso unas barricadas de juguete si por décadas se enfrentó con alma, corazón y vida a las armas más poderosas, sanguinarias y crueles de sus verdugos? ¿Cómo es que nunca pudo llegar al poder en los tiempos que su mentor -el personaje político más influyente del último milenio- la conducía personalmente?
A éste mi amor insenescente, mi abuelo paterno la odió a muerte como buen partidario sanchezcerrista que era. Mi padre que también la quiso en su juventud terminó dejándola cuando no encontró respuestas satisfactorias a sus cuestionamientos. Pero como ven, yo la amé, la amo y la sigo amando. Es un amor de entrega, no de pedigüeñerías, ni conveniencias. Algunos de los que dicen amarla le señalan con el dedo para decirle que se está volviendo light. Los que nunca la han amado, también dicen lo mismo, increíblemente, ellos, que la combatieron y que no dudarían ni un instante en enterrarla en el submundo ideológico de boga en esta época, pretenden enseñarle cómo debe caminar y cómo debe ser. Sus hijos más radicales claman por su regreso a los tiempos aurorales, sueñan con verla otra vez con pistolas y dinamita, vomitando balas por los fusiles, asaltando cuarteles, promoviendo insurrecciones, urdiendo conspiraciones como en los viejos tiempos de la persecución y el clandestinaje; y otros, los menos sensatos, le acusan de no trompearse con el poder financiero internacional, de no ondear inocuas banderas rojas contra el imperialismo yanqui, de no estatizarlo todo, y de no hacer coro a cuanto payaso «bolivariano» salga a la palestra del continente.
Pues yo no creo que se esté volviendo light. Lo que creo es que a sus noventa años está rejuveneciéndose, tomando impulso para seguir navegando hacia su norte que es la justicia social. No es éste un amor que se envejezca con el tiempo, ni que su piel se marchite con los calendarios que corren, ni que sus mitocondrias energéticas sucumban ante los óxidos de la herrumbre mezquina. Creo que el secreto de su insenescencia tiene que ver con la dialéctica hegeliana aplicada a plenitud: tesis y antítesis trabajadas con pragmatismo; nuevo contenido vigoroso y realista en los viejos odres principistas; la misma bandera que no pierde sus colores ni la intensidad de los mismos por que esté plasmada en otra tela; corriente de agua que a su paso vivificador nutre de alimentos la tierra que florece. Sí, porque «la historia no es una inmóvil de datos, episodios y hechos despojados de su función dinámica de experiencia de la sociedad en acción porque la historia no es solo la memoria del mundo, sino algo más: es su propia conciencia; no es solo recuerdo acucioso y detallado, catalogal o inerte, sino expresión inteligente y creadora, plasma vital de nuevos organismos sociales, devenir», según lo enseña en su libro «Espacio-Tiempo- Histórico», Haya de la Torre, el creador, mentor y protector de este amor insenescente.
Y entonces, siendo ésa la historia que queremos construir, es fácil deducir por qué llevamos tantas décadas caminando juntos, por qué amo sus ideas, sus creencias, sus penares, sus héroes de historias no contadas, su insenescencia misma. Tantas lluvias cayeron y tantos soles no alumbraron, pero seguimos juntos. Tantos días negros color de brea, tantos años flacos, tantos vivires en el atardecer inmenso, tantos morires en el amanecer breve, y seguimos juntos. Tantos, cientos, miles de escupitajos que han resbalado por el cubretodo de la fe en un gran destino. Tantas lecciones no aprendidas, hambres que se ahogaron en un pan, sangres, todas las sangres derramadas en rocas milenarias, o en desiertos venidos de mares, o en follajes de clorofilas gigantes. Y seguimos juntos.
A sus noventa años, mi amor insenescente se revitaliza mientras el sol del futuro pone al descubierto el color blanco amarillento de discursos cadavéricos destinados a convertirse pronto en polvo. Mi amor insenescente se pone a tono con los tiempos mientras los idearios paquidérmicos del siglo diecinueve transitan por el ayer redundante para fosilizarse definitivamente en su propia avalancha de hielo fundamentalista. Mi amor insenescente sabe que la quiero siempre joven, que no la quiero presa entre barrotes dogmáticos, la quiero creadora de tiempos nuevos y siempre firme en sus propósitos prístinos. La quiero como el amor sin antifaz de la canción de Silvio Rodríguez.
Nació un 7 de mayo de 1924 en México. Su nombre tiene cuatro letras. Me disputo su amor con más de medio millón de peruanos. Algunos de ellos muestran un carnet para decir que son suyos. Yo sólo le muestro mi corazón pasionario. Otros la abandonaron para irse con amores fugaces, pero después lloran pretendiendo volver. Yo le he dado mi lealtad a toda prueba. Y no falta quienes se la acercan sólo en los momentos de victoria porque así se sienten importantes. Yo sólo le ofrezco mi humildad de militante.  Y así me siento feliz.