Gracias presidenciales

Hay desgracias por demás desgraciadas. Ser pobre y estar enfermo te impiden ser atendido en el hospital. Estar preso en un penal, con una enfermedad terminal y, que nadie, ni tu familia, se acuerde de ti. Estas son algunas tragedias que tienen que soportar el ser humano, dependiendo del destino que les haya tocado vivir.
El Estado, en estos casos es la suprema instancia para solucionar estos dolores sociales, pero que por muchas razones, unas comprensibles y otras inconfesables, demora o retarda su presencia para dar fin a determinados casos como los presos con enfermedades en etapa terminal.
En lo que a nosotros compete, el Penal de Guayabamba, para comenzar,  alberga una población que supera largamente  su capacidad, hasta tres veces más. Otro es el caso de los reos que sufren enfermedades terminales, a quienes debería llegar un gesto que les libere de la tortura de permanecer en esas condiciones y que al fin retornen a sus casas a morir en la tranquilidad del hogar y no en el hacinamiento del penal.
Muchos serán de la opinión de que el preso debe pudrirse en la cárcel por haber cometido un delito, por haber atentado contra la sociedad o uno de sus miembros. Pero hay también el otro lado de la moneda, el sentimiento humano y cristiano de perdonar a quien hace un daño. Entre estos dos pareceres, el Estado, a través de una comisión especial, analiza y estudia los casos de la gente que está encarcelada, lo que luego pone a consideración del presidente de la República para que éste otorgue, conceda o no, lo que se llama la gracia presidencial.
Para el viernes está anunciada la visita de esta comisión al penal, para ver los casos que merecen su preocupación. Se espera que en su criterio prime un verdadero sentido justo para que, quienes ameriten el perdón, lo alcancen, precisamente en justicia.