ESOS PADRES…

Por: José Álvarez Alonso

Mi amigo Mañuco la encontró llorando en la calle. La chica, de 17 años, asistía a las reuniones de jóvenes que organiza en su barrio en el marco de un proyecto social. Le preguntó qué le pasaba, mientras los transeúntes lo miraban amenazadores, pensando que era su enamorada y la estaba maltratando. La historia que le contó la joven le puso los pelos de punta: su padrastro la violaba desde los trece años, ante la pasividad cómplice de su madre. Aguantó sin chistar, pero cuando la bestia intentó violar a su hermanita de nueve años ya no soportó y amenazó con denunciarlo. Mi amigo comprendió entonces por qué esta linda chica siempre parecía a la defensiva y era tan agresiva en sus intervenciones en el grupo.

Mañuco hizo lo que la madre de la joven debería haber hecho y nunca hizo: se fue a hablar con el monstruo, y le dijo que lo denunciaría si continuaba con sus agresiones. «Quién te crees que eres, no te metas, no es tu asunto», le contestó displicente y provocador el subhumano.

«Sí es mi asunto, estás cometiendo un grave delito», contestó valiente Mañuco.

Unos días después la chica se animó a denunciar a la Policía el delito. Para su dolor, la madre salió en defensa de su marido. Esperemos que no les tiemble la mano ni al fiscal ni al juez para aplicar la máxima pena, y no olviden que la madre también es cómplice del crimen. Es de suponer que el delincuente, junto con los cientos o miles de la misma calaña que hay en esta ciudad, haya celebrado el día del padre por todo lo alto, agasajado por la cómplice madre. Espero sinceramente que el próximo y los 29 restantes los pase en Guayabamba.

Porque aquí no sólo hay un criminal que debería estar tras las rejas 30 años; también la madre es cómplice por omisión. Y quizás otras personas que supieron y se callaron, como tantas otras saben y callan en barrios y caseríos de Loreto. La actitud de mi amigo Mañuco no es usual en nuestro medio: lo común es que la gente se calle en mil idiomas, que mire para otro lado, que se sonría con un gesto de admiración o envidia cuando se entera, con frecuencia por la boca del mismo criminal, de sus «proezas» sexuales…

Muchos criminales, por acción u omisión, hacen posible que el abuso de menores de ambos sexos siga persistiendo como una de las lacras sociales más comunes en la selva peruana. Las consecuencias de una infancia o adolescencia traumáticas para el desarrollo de la persona son tremendas, y con frecuencia imborrables. Los hijos tienden a imitar inconscientemente los comportamientos, actitudes y gestos que observan en sus padres; lo llaman «efecto espejo». Imagínense al hijo que tiene un padre o padrastro abusador, que maltrata a sus hijos o, lo que es peor, abusa de sus hijas. Los traumas que esto causa en ellos duran toda la vida y tienen efectos terribles.

Pero no sólo los padres o padrastros que abusan física o sicológicamente de sus vástagos son responsables de los traumas que sufren miles de niños por el resto de sus vidas. Los padres que simplemente se desinteresan por su crianza y educación también cargan con una gran culpa. Y estos son legión.

«Averigua cómo fue la infancia de una persona y encontrarás explicación de la mayor parte de sus comportamientos de adulto, y especialmente de sus traumas», me decía un amigo sicólogo cuando conversábamos sobre la realidad social de Iquitos. «Piensa por ejemplo en el ‘síndrome del padre ausente’, la falta de dedicación de los padres a la educación y cuidado de los hijos, independientemente de si está o no físicamente en el hogar.  La mayoría de las madres de Iquitos crían solas a sus hijos, bien por abandono del padre o porque su presencia se ha convertido en una ‘huella fantasma’, no pinta más que para parar la olla, como mucho. Eso explica muchos de los comportamientos que observamos luego durante su vida.»

Así también lo explica el Dr. Saúl Peña, psicólogo-psiquiatra, especialista en conducta humana:

«Los sustentos primordiales (de la felicidad) provienen de los primeros años de vida y de las relaciones que establecemos primero con nuestra madre, luego con nuestro padre, la relación con cada uno de ellos y la que percibimos y vivenciamos entre ellos; la familia es la fuente fundamental de la salud o de la patología mental. Es decir, que si un bebé recibe auténtico amor, cariño, protección, cuidado, confianza, seguridad, no solamente hacia él, sino hacia la vida, desarrollará una alteridad, una otredad y una relación con el otro y la otra de estima personal, de pertenencia, de capacidad, como bien decía Freud, de amar, de trabajar y de reír; es decir, de disfrutar de bienestar con armonía e integración de sus aspectos conscientes e inconscientes y con pasión lúcida. Esta persona estará preparada no solamente para seguir disfrutando de estas vivencias sino con capacidad de sufrir saludablemente, transformar y restituir estas experiencias en algo positivo y creativo. Todo esto facilita una potencialidad instintiva creativa, un yo libre y responsable, autónomo, con diferenciación, individuación y separación (…)»

«Experiencias traumáticas propician una personalidad vulnerable, débil, hostil, rencorosa, tanática y sufrida; o bien una personalidad psicopática que es el peor diagnóstico en psiquiatría; esta persona va a querer compensar las carencias y podredumbre interna y espiritual, psicológica, etcétera, con mecanismos de defensa de negar por un lado todo lo traumático vivido, y por otro lado de intentar una identidad omnipotente, egocéntrica, con narcisismo exacerbado y sin interesarse por el otro, manteniendo internamente su infelicidad.»

(En Hildebrandt en sus Trece, 8-14 junio 2012, «Cuatro consejos para ser infeliz».)