CREO EN LAS PERSONAS

Por: José Álvarez Alonso

 

El conflicto está de moda en Perú. Siempre los hubo, pero ahora son más visibles, más sonoros. Antes la población protestaba «in extremis», cuando ya la situación era insoportable, quizás porque no conocían bien sus derechos; hoy son enseñados desde la escuela y repetidos hasta la saciedad: igualdad ante la ley, democracia, justicia… Claro que con frecuencia tanto énfasis en derechos hace que la gente olvide que también tiene deberes.

En estos tiempos abundan los gurúes (periodísticos, políticos, técnicos) que creen tener la receta para la prevención y resolución de conflictos, y se explayan hablando de estrategias, planes, visiones, protocolos y otros artilugios de la política y la planificación modernas. Yo no tanto creo en esos artificios, yo creo en las personas, como expresé en un conversatorio sobre el tema organizado recientemente por el diario El Comercio, en su sede central de Lima.

He tenido la oportunidad de interactuar con protagonistas de varios conflictos en la Amazonía, incluyendo los dirigentes de quienes reclaman o protestan, y los representantes de las empresas y del Estado contra quienes se reclama. Detrás de esas máscaras políticas, ideológicas, gremiales, sectoriales, empresariales que se observa en declaraciones y proclamas, he encontrado personas con sentimientos, ilusiones, pasiones, temores, frustraciones… En general (siempre hay excepciones…) he encontrado ‘buenas’ personas, gentes valiosas, razonables, honestas, bienintencionadas, con las que se puede dialogar, razonar y negociar, mucho más flexibles de lo que aparentan a primera vista o en sus declaraciones públicas. Por eso me sorprende cómo se ha podido llegar a veces a esos niveles de enfrentamiento, de odio, de intransigencia, y hasta de agresión, que observamos en varios de los conflictos vigentes en la actualidad.

¿Qué es lo que pasa, entonces, para que personas razonables y bienintencionadas se transformen y se conviertan en seres agresivos e intolerantes respecto a la posición contraria? Seguro que los expertos en resolución de conflictos tendrán sus sesudas interpretaciones. A mí, que no lo soy, me da vueltas a la cabeza una: creo que muchas veces quienes negocian en bandos enfrentados no confrontan personas, reclamos o ideas, sino prejuicios, estereotipos, clichés, imágenes preconcebidas y deformadas del otro y de su causa. Y para llevar a buen término una negociación hay que sacar esas máscaras y prejuicios, y dejar salir el ser humano. Sé que es fácil de decir, y difícil de hacer (es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio, dicen que dijo una vez Einstein).

Una buena clave para prevenir o resolver un conflicto es elegir a las personas adecuadas para negociar (de ambos lados). No cualquiera tiene el carácter y la paciencia para hacerlo. Y eso es más importante que el conocimiento «técnico» y los pergaminos académicos y laborales. Personas que sepan conectar con el otro, ponerse en su lugar, respetarlo y tratarlo como igual, comprender sus razones y reclamos (de sus representados), comunicarse con él, y hasta solidarizarse con él. ¿Por qué no? La mayor parte de los conflictos están basados en reclamos justos, pero también se enconan por la intransigencia de las personas, por el cúmulo de desinformaciones, mentiras y agravios que suelen menudear en esos casos, por ambos lados. He sido testigo de la intolerancia, de la etnosuficiencia y del irrespeto de algunos negociadores y funcionarios, y sé de la escalada en algunos conflictos provocada por ese tipo de actitudes.

Durante los seis meses que duraron las mesas de diálogo entre indígenas amazónicos y gobierno a raíz del Baguazo, como relator de la Mesa N° 4 traté de acercarme a las personas que participaban. Tuve la oportunidad de conocer y tratar a numerosos líderes indígenas, así como a los representantes de diversas instituciones del Estado y de organizaciones civiles. He hecho amistad con muchos de ellos, de todos los grupos. Por ello, por «confraternizar con el enemigo», un alto jerarca del gobierno anterior pretendió -infructuosamente- sacarme de la mesa, cosa que impidieron los indígenas. La mesa cumplió su objetivo a cabalidad y produjo un documento valioso, el Plan de Desarrollo («de Acción») para los Pueblos Amazónicos.

La clave del éxito en esa mesa, a mi juicio, fueron los vínculos de confianza que se establecieron entre ambos bandos de negociadores. Sé que esos vínculos son difíciles de reconstruir cuando se ha llegado al nivel de enfrentamiento alcanzado en algunos de los más sonados conflictos del momento (Conga hoy es más un conflicto pasiones que un conflicto de intereses); pero se puede. Se requiere paciencia, y personas adecuadas, que sepan escuchar, respetar, comprender y sintonizar con el ‘bando contrario’. Yo creo en las personas, y entre personas, si hay voluntad, siempre hay posibilidad de diálogo y de acuerdo.