El centralismo está relacionado con el poder del uno sobre el otro y esta condición debe amenguar si verdaderamente queremos perfeccionar nuestra democracia, siendo la forma de hacerlo buscando la equidad en las acciones de los gobiernos y de los sectores que conforman los mismos.
Hemos vivido cerca de 200 años intentando ser equitativos en cuanto a los derechos de los ciudadanos de cada uno de los distritos, provincias y departamentos o regiones, para sentar las bases de sus propios desarrollos, pero el centralismo ha sido un obstáculo, hasta la actualidad.
Lo “amarran” y centran todo, lo académico, lo cultural, las compras del Estado, los comercios, las infraestructuras, etc. Lo curioso es que es una cadena. La capital Lima desde su contexto margina a sus provincias y distritos, es cuando la réplica se da desde las provincias hacia los distritos y desde estos últimos hacia los pueblos.
La ciudad de Iquitos como capital es una muestra de ello también, respecto a las provincias que conforman la región Loreto. Pero nadie se quiere reconocer centralista, hay una especie de negación compartida, donde observamos la “normalización” de este proceso.
Así las capitales de provincias y distritos replican lo del centralismo y sus presupuestos e inversiones se centran en las capitales de estas jurisdicciones, y así vamos viendo cómo la cadena de lo central nos arrastra a un estado de mezquindad de los unos hacia los otros.
Otro aspecto es la cadena del reclamo que viene desde el distrito que acusa a la provincia, esta a su vez al departamento o región, y desde aquí a la capital de país. Es decir, si nos miramos a la cara somos más de lo mismo. Y va la pregunta de cómo liberarnos para lograr que cada espacio de nuestro territorio reciba lo que necesita. Reciba las bases que le permitan crecer desde su propio esfuerzo.