En la Roma de los Césares, el pueblo vivía como todo pueblo: pobre y abandonado a su suerte. Pero el emperador romano tenía un arma poderosa, el circo. A la diversión bárbara de las peleas sangrientas de los gladiadores, se sumaba el reparto de pan al populacho que iba al coliseo a olvidar momentáneamente sus frustraciones, viendo cómo unos a otros, los luchadores se mataban en la arena.
Con el tiempo, los violentos espectáculos del circo romano fueron desapareciendo y surgió el de los payasos y arlequines, saltimbanquis y domadores de fieras. En el Perú, los circos llegan con las fiestas patrias, sobre todo a Lima. Como Iquitos está muy lejos y solo se puede llegar por agua o por el aire, el transportar a toda una compañía circense significa un tremendo gasto. Por eso, sin darnos cuenta, hemos ido creando nuestra propia diversión, nuestro propio circo donde, como en los remotos tiempos de los romanos, hay violencia pero también risa y números de acrobacia de los saltimbanquis de la política que hoy están con una agrupación y al día siguiente en otra y, así en el correr de los días, van saltando de aquí para allá.
En estos meses de calentamiento, cuando aún no están definidas las candidaturas, vemos cómo muchos que agitaban una bandera ahora visten otro polo y se ponen la camiseta del hasta ayer rival.
Cómo podemos entender el comportamiento de quienes pretenden ser autoridades, cuando éstos no tienen una identificación con determinados principios y postulados (si es que los tienen) del partido que hasta el momento los lleva.
Formalidades aparte, en estos días no podemos exigir mucho, porque aún no se ha definido nada. Si ni los propios líderes están seguros, menos van a estar los segundones. Falta algún tiempo donde vamos a tener en escenario el más variado espectáculo político, desde aquellos que expresan sus ideas en auténticos trabalenguas, hasta aquellos que ni la sonrisa forzada y fingida puede ayudar a vender su imagen.
Mientras eso suceda, conformémonos con nuestro circo local, donde no pagamos por ver a la troupe, porque uno de verdad está muy difícil que venga, a menos que quienes financian las campañas quieran regalarnos unos momentos de alegría y hacernos olvidar la desazón que hoy tenemos al ver la pobreza de propuestas para nuestro pueblo y el ridículo de los acróbatas que van a terminar cayéndose estrepitosamente. En la política no hay red para salvarse.