Quien no conoce el pasado, no puede hablar del presente ni menos soñar un futuro. Por eso es cierto aquello que reza: «Qué sabe el chancho de purgante y el burro de alfajores».
Es lamentable por decir lo menos, el comportamiento de ciertos ignaros que se dan de señores, sin saber lo que representa la cultura y valor de las artes en el desarrollo del alma del hombre.
Por eso, haciendo una mirada al pasado, nos encontramos con hechos realmente grotescos y tristes a la vez, cuando comprobamos cómo se ha ido destruyendo nuestro pasado histórico, trabajado con mucho amor en obras dedicadas a perennizar episodios irrepetibles de aquel Iquitos que alguna vez fue.
Una nota de Marisabel Pérez Reátegui, redactora de planta de La Región, aparecida ayer en la página dos, previa portada contundente, nos remite al pasado a contemplar cómo esos magníficos murales de nuestro César Calvo de Araujo hayan sido enviados al olvido por un alcalde bárbaro, llamado Salomón Abensur Díaz, quien, cual Atila, mandó destruir el antiguo palacio municipal de la plaza de armas, donde estaban estas piezas históricas del gran artista que las pintó en el salón de actos, para que en cada ceremonia importante tengamos presente el descubrimiento del río Amazonas por el capitán español don Francisco de Orellana el 12 de febrero de 1592 y la llegada de los barcos a vapor enviados por el entonces presidente Mariscal Don Ramón Castilla, el 5 de enero de 1,864.
Las piezas están deteriorándose más cada día en los húmedos ambientes del Parque Zonal, sin que la señora alcaldesa Adela Jiménez decida rescatar del olvido algo que es muy nuestro, que representa una parte de nuestro pasado. Claro que la señora no tiene la obligación de sentir lo que nosotros sentimos, pero como que hoy es nuestra alcaldesa, en nombre del pueblo le pedimos remediar en parte el atropello de uno de sus antecesores y que le devuelva a Iquitos los murales que pintan el nacimiento de su historia.