Los meses pasaron casi corriendo este año 2018 y es la impresión general de la población. Por donde nos vamos en la ciudad recibimos ese tipo de comentarios: el tiempo vuela, las horas pasan y no la sentimos, el reloj corre, y el poco tiempo que nos queda se la tenemos que dedicar a otras actividades económicas, y nos preguntamos, y la familia?, los hijos?, los padres, las madres?
Y así hemos llegado al último mes del año 2018 y nos llenamos de una ilusión con toda la parafernalia que trae los días previos a la Navidad y al Año Nuevo, que han perdido casi totalmente su verdadero significado y se han convertido en fechas de adoración a los juguetes aunque el niño y niña estén desnutridos y con anemia.
Todo lo demás se enmarca en esa línea de trajes nuevos, lo mejor que podamos. Lucir es el objetivo, parece. Nos vamos mentalizando que debemos tener algo nuevo o quizás todo. Que tenemos que adornar nuestra casa y vestirla de luces y colores, de soberbios nacimientos con detalles brillantes para representar a un humilde pesebre donde Jesús nació. Nada real.
Lo esencial de la vida la vamos perdiendo en estos días, donde además una cena que no necesitamos, porque los nutricionistas no se cansan de decirnos que la comida en la noche no nos hace bien, el estómago no necesita de ello, pero sí de otros preparados durante el día. Si recordamos Jesús cenó con una copa de vino y un pedazo de pan.
Así, nos estamos acercando a la noche buena donde ni las parroquias se pueden escapar de los gastos para decoraciones innecesarias cuando de llevar amor y paz a nuestros corazones se trata, lo que significa para el exterior ser solidarios entre nosotros llevando no solo palabras sino reales posibilidades de hacer que nuestras vidas tengan el sentido de lo que decimos creer: en el nacimiento del niños Dios.
Y a estas alturas de un ambiente más que confuso, donde el niño en el pesebre finalmente es reemplazado por un gordo bonachón que baja del cielo alucinantemente en un trineo que se debe deslizar por el hielo y una serie de accesorios tan alucinantes que nuestro corazón termina extraviado, y no sabemos si tomarle más atención a Papa Noel en el cielo o a la estrella de Belén que nos lleva al nacimiento de la esperanza de paz y amor en el mundo.
Tan pintoresco se presenta cada fin de año que ahora se suma la transferencia de las gestiones del poder político y nos abriga la esperanza que sus gobiernos apuntarán hacia el desarrollo sentando bases humanitarias sin distinciones, que ahora se llama sin discriminación y con inclusión. Cambia palabras, pero nosotros, poco.