Hace cuatro años, invitado por una niña del colegio Rosa de América, fui a la celebración por el Día del Padre. En uno de los números de teatro se escenificaba la tragedia de un hombre que había criado y educado a sus hijos con amor y sacrificio. Uno de ellos, en la obra teatral, convence a los demás hijos para internar al viejo en un asilo. El anciano que aún estaba integro y lúcido, activo, viviendo de su pensión y en su casa, aceptó resignado la decisión de su descendencia. Cuando ya se iba a consumar el parricidio, llega uno de sus nietos (uno de los niños artistas) y brinda a sus padres y tíos un discurso que les hace conmoverse, es más, les expresa que cuando ellos envejezcan ellos, los nietos, harán lo mismo. ¿Les gustará eso? Al final el drama montado espléndidamente por los niños, culmina con el viejo en la casa.
Esta obra de teatro escolar viene a mi recuerdo porque hace días un amigo me contó algo que ya no es ficción sino realidad, una realidad espantosa, trágica. Vamos a contarla para motivar la reflexión y valorar a aquellos que con todos nuestros defectos merecemos un espacio (no un hueco) en esta vida. Quedan dos alternativas o nos tratan bien o nos llevan a una fábrica para convertirnos en galletas ecológicas. Bueno, aquí la realidad ha superado la ficción: «Hace dos años un anciano de 80 años vivía tranquilamente en una calle próspera de la ciudad de Iquitos, su casa estaba ubicada en una zona comercial. Compartía el amplio ambiente con su hija llamada Juana, ya mayor de edad, que no era ambiciosa, sino viciosa, pero controlada y con una mente brillante para la creación y ventas. Entre padre e hija existía lo que los profesionales médicos llaman el complejo de Elektra. Ambos se necesitaban, era una relación de cordón umbilical parecido al de Edipo rey. Si Juana se hubiese ido, quizá el viejo ya habría muerto y no estaríamos contando este cuento. Cuando Juana recaía el viejo de cierta manera se alegraba, es decir, se transformaba en enfermero, en médico, en el salvador de su especie. Los hijos, todos varones, reclamaban a su padre por esta relación, le pedían cuenta e insultaban a Juana de lo peor. Vas a matar a papá, asesina, pero, lo que no sabían estos ambiciosos de hijos es que de no haber esta relación el viejo ya estaría en un hueco y olvidado. Juana con todos sus defectos y adicciones acompañaba física y sicológicamente a su padre, en las noches conversaban, recordaban, etc. Hasta que un día llegaron los cuervos de hijos y con promesas de todo tipo convencieron a su padre de vender la propiedad valorada por lo menos en 90 mil cocos gringos. El viejo que había levantado la propiedad con el sudor de su frente y el esfuerzo de su querida mujer ya muerta, lloró, lloró y lloró, pero, al final aceptó, le dijeron que era mejor que iba a vivir con uno de sus nietos, con una de sus esposas, etc. y que nunca iba a estar solo. Tienes que dejar a Juana que es una viciosa. Vendieron la casa y el abuelo puso su condición: Juana vivirá conmigo. Los hijos ante tanta cantidad de dinero aceptaron y los llevaron en la madrugada a un cuarto de uno de sus hijos en la zona de Punchana. Un mes después, los trasladaron a otra casa en construcción de otro de sus hijos, luego, lo llevaron de este sitio a otra casa de otro hijo. Hoy, el viejo, saqueado su dinero (no tiene nada en el banco) la tarjeta de su pensión utilizada por otro de sus hijos, vive llorando su desgracia. Dicen que en las tardes mira las calles solitarias con infinita tristeza de esa zona de Punchana y sin más compañía que la Juana, empieza a ponerse nostálgico, llora ininterrumpidamente diciendo: ¿por qué vendí mi casa construida con tu madre? ¿Dónde están mis cosas? ¿Por qué me has castigado Dios mío? Todas las tardes es esta escena. Los hijos que se llevaron el billete le dicen olvídate del pasado; imbéciles, como si no supieran que el pasado y los recuerdos es lo único de valor que tenemos los viejos. El viejo dice que duerme en una tarima, extraña a sus amigos de casino, extraña las visitas a la iglesia, a sus conversaciones con el cura, a sus idas al mercado, a su contacto con la gente. Cuando llueve, que es casi todos los días, sus lágrimas se mezclan con el llanto del cielo y, la Juana solo tiende a llorar con él y a limpiar sus lágrimas. No sale, un viejo acostumbrado a estar activo lo inmovilizaron, lo dejaron paralítico y con la soledad como enfermedad para que se muera poco a poco. ¿No era mejor matarlo de una vez, antes de torturarlo lentamente? Hoy donde vive no es propiedad de él, no tiene ni un metro cuadrado, solo le queda el hoyo de alguna funeraria, no sabe dónde está el resto de su dinero, no le quieren entregar su tarjeta de pensión. Nadie lo visita, porque vive en una calle inaccesible, no tiene contacto con la gente, más que cuando uno de los cuervos le da el resto de su platita de su pensión se acercan algunos nietos y «amigos» a gorrearle y él tiene que pagar con monedas estas muestras de cariño y otra vez en la tarde le coge la nostalgia y, el llanto se viene con el consuelo de Juana. A este viejo no solo se le ha despojado de su propiedad sino de su dignidad, de su autoridad, de su libertad con el cuento de extirpar la viciosa, la pecadora, que según el médico es lo que mantiene vivo a este pobre viejo. NO es un cuento, es una triste realidad que acontece y seguirá aconteciendo mientras existan los descendientes de Caín, de Bruto, etc. Espero que a los jóvenes les sirva este cuento para reflexionar y no vaya a suceder con la obra de teatro de los niños de Rosa de América, no hagan a otros lo que no quieren que les hagan a ustedes.