– Una lección olvidada
Por: Javier Rubén Medina Dávila
Iquitos (Interlínea).- «¡Oiga, a dónde va. ¿Acaso tiene que entrar al baño de mujeres para decirnos cómo cuidar el agua? Vaya al fondo, allí está el baño para varones!»
Di un brinco hacia atrás. No llegué a entrar a los servicios para las alumnas y giré para mirar quién me llamaba la atención con tanta firmeza. Atrás mío había un montón de niñas y niños uniformados, alborotando el recreo en la escuela «Sara Alicia Saberbein Pinedo», de Belén.
Esa fue una de las cincuenta instituciones educativas que entre el 2006 y el 2008 fueron designadas para ser parte del Programa Centinelas del Agua que, con cierto apoyo del Gobierno Regional, la Dirección de Educación y la Empresa Prestadora de Servicios de Agua Potable y Alcantarillado de Loreto (Seda-Loreto), promovió la empresa Odebrecht mientras ejecutó las cuestionadas obras de mejoramiento de este servicio, que por entonces no llegaba al cuarenta por ciento de la población.
De acuerdo a ese programa, los maestros seleccionaban a tres alumnos del primer grado, los convertían en Centinelas del Agua en sus planteles y los niños se encargaran de estar atentos a que sus compañeritos no desperdicien el agua. Les tenían que enseñar a conservarla, a cuidar las instalaciones sanitarias, a cerrar los grifos, avisar si hay goteras, en general debían forjar conciencia en el alumnado para usar bien el agua.
Parecía algo simple. Dicho programa pudo sembrar generaciones de iquiteños conscientes de la importancia de este recurso vital, no sólo en sus hogares, en sus barrios o en sus escuelas, sino para la humanidad.
Por eso tuvimos curiosidad de saber si se logró formar legiones de estos centinelas, si todavía existían en las escuelas. Lamentablemente casi nadie se acuerda de ellos. Ni en Seda-Loreto importó repasar lo que fue ese intento.
Pero la esperanza es lo último que se pierde. Y fue lo primero que afloró cuando esa vocecita infantil nos reñía anónimamente entre la multitud de escolares. Ese grito de pito denotaba que algo quedó del espíritu centinela en esa escuela de Belén.
Ciertamente el programa ya no se ejecuta. Para los maestros, los Centinelas del Agua fueron una pérdida de tiempo y todo lo que queda de esa experiencia son chalecos y gorros que todavía guardan en los armarios. Para quienes fueron centinelas, fue emocionante volver a ponérselos.
Elva Sandoval, cuando fue centinela, cargaba el balde y enseñaba a sus compañeros a lavarse las manos y la cara después de los recreos. Miguel Quiroga había sido elegido por ser el más responsable, por lo que le encargaron recoger bolsitas de curichis y recomendar a sus compañeros que las arrojen en los tachos y se laven las manos. A Bryan Sánchez lo seleccionaron por leer y escribir bien, por tanto se ocupaba de apuntar todo lo que hacían.
Los tres todavía sienten cómo los demás les respetaban y les rogaban para que les presten los gorros y chalecos, para ponérselos y verse como policías. Hoy los alumnos ya lo olvidaron.
Donde afortunadamente todavía queda la filosofía centinela, es en la escuela «Andrés Bello» de la calle Arica. Los días de formación, los alumnos resaltan sus habilidades en el canto, la declamación, el cuento de chistes o el baile. Pero también los maestros les alientan a escenificar actos que promueven el aseo y la salud con el agua y el jabón, así como proteger este líquido tan vital como el aire.
Mientras Vivian Calderón y Anthony Pérez introducían sus manos en las bandejas y se mojaban las caras para demostrar lo refrescante y divertido que es estar limpios, uno de los profesores preguntó por qué es útil el agua. La chiquitidumbre tuvo varias respuestas:
– ¡Para tomarla, profesor!
– ¡Para lavarnos!
– ¡Para estar limpios!
– ¡Para no enfermarnos!
– ¡Para no morir con influenza, maestra!
– ¡Para jugar carnaval, teacher!
Aunque la Dirección Regional de Educación nunca renovó la directiva para respaldar el Programa Centinelas del Agua y el personal de Seda-Loreto tampoco prosiguió instruyendo a los niños en cómo cuidar el agua, el profesorado del «Andrés Bello» no dejó de seguir promoviendo lúdicamente esas enseñanzas, pero lamentablemente no fueron ejemplo para otras instituciones educativas.
«Inculcarles esto es inculcarles valores y virtudes. Sembrar estos hábitos les puede salvar la vida, además que estar limpios favorece las ganas de estudiar», resaltó la directora, Norma Vela.
Parece que, efectivamente, esos valores están calando en los chicos del Bello. Vivian y Anthony provienen de Secada y Participación, sectores donde son menos los que gozan de agua potable. Aunque estos niños tienen grifos en sus hogares, con servicio por horas, en sus casas juntan agua para la familia y la ceden a sus vecinos cuando a éstos les falta. La chispa centinela les creó el sentido de solidaridad.
¿Será que quieres ser aguatero, Anthony? «No, no, pero algo estudiaré para ayudar», respondió el chiquillo, mientras Vivian no pensó dos veces para afirmar «quiero ser doctora para curar a la gente».
Tal vez los Centinelas del Agua fueron ninguneados en la mayoría de escuelas, pero dejaron terreno fértil que sólo necesita regarse para que broten los futuros guardianes de nuestro principal recurso. Pequeñas iniciativas pueden forjar conciencias para la gran tarea de cuidar el agua que estamos dejando correr.
Recuerdo la película Ben Hur, cuando el protagonista estuvo a punto de morir en el desierto, pero un extraño lo salvó alcanzándole un poco de agua a pesar de la amenaza del celador. Después Judá reconoció a Jesús durante el calvario, pero le impidieron ayudarlo devolviéndole el posillo con agua. Sin embargo se ilumunó al entender que aquel sorbo de agua en el desierto hizo el milagro de sembrar fe en su corazón.
Es necio esperar que alguna empresa contratista tenga que desarrollar esa tarea, pues si la hace quizá sólo pretenderá la propaganda para mantener imagen. No es posible que Iquitos, rodeada de agua, padezca de sed. ¿Cuántos centinelas hacen falta para saciarnos con un sorbito de fe?.