REFLEXIONES EN TORNO A LA MALEDICENCIA

Por Carlos Alberto del Piélago Cárdenas

 

Nos merece profunda reflexión lo dicho por el Santo Padre Francisco en la tradicional audiencia de los miércoles celebrada la semana pasada en la Plaza San Pedro, cuya catequesis dedicó a «la Iglesia y al proyecto de Dios». En esa audiencia manifestó ante más de cien mil personas «Hasta el Papa tiene pecados y muchos», agregando que Dios siempre perdona.

Lo dicho por su Santidad pone de manifiesto con sencillez y humildad que las personas en general, no importando cuán alta sea la jerarquía que detenten, no están libres de errar e incurrir en pecado, lo que no significa en modo alguno que Dios se aleje de ellos.

En este punto resulta pertinente resaltar el agudo contraste que existe entre el mensaje que nos da el Papa Francisco y lo que diariamente observamos que ocurre en distintos medios de comunicación social locales y nacionales, así como en los predios políticos, en que personajes de toda laya se autoproclaman portaestandartes de moralidad y virtud para acto seguido emitir los juicios más temerarios respecto de las personas a quienes agreden con sus palabras.

Y es que hoy en día lamentablemente la maledicencia parece haberse enseñoreado en la vida diaria de la comunidad. Se busca con regocijo destruir la reputación y el honor del prójimo, recurriendo arteramente al chisme y la calumnia. Lo curioso es que dichos personajes se llaman a sí mismos devotos cristianos, cuando en realidad no lo son ni por asomo.

Al respecto, San Ignacio de Loyola señala que «Todo buen cristiano ha de ser más pronto a salvar la proposición del prójimo, que a condenarla; y si no la puede salvar, inquirirá cómo la entiende, y si mal la entiende, corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios convenientes para que, bien entendiéndola, se salve». Vale decir, un cristiano busca salvar al prójimo, no hacerle daño. Y es que una afirmación contraria a la verdad posee una gravedad particular cuando se hace públicamente ya que solo contribuye a condenar a un inocente, a disculpar a un culpable o a aumentar la sanción en que ha incurrido el acusado; comprometiendo gravemente el ejercicio de la justicia y la equidad.

Debemos agregar que un tipo muy común de maledicencia en nuestra tierra es el chisme, al que mucha gente resulta adicta, porque la persona se habitúa a criticar y a hacer resaltar los defectos aparentes o reales del prójimo. Esta forma de maledicencia resulta particularmente peligrosa porque hace a quienes la practican propensos a realizar juicios temerarios o a calumniar.

Hay que señalar que el juicio temerario es aquel que, incluso tácitamente, admite como verdadero, sin fundamento suficiente, un defecto moral en el prójimo; en tanto que la calumnia es aquella que, mediante palabras contrarias a la verdad, daña la reputación de otros y da ocasión a juicios falsos respecto a ellos. Cuando nos hacemos eco de rumores o acusaciones infundadas sobre el prójimo, nos hacernos cómplices también de juicio temerario y de calumnia. Es más, el hecho mismo de comentar estas acusaciones con personas que las ignoran nos hace instrumento y colaborador del originario de la calumnia.

Nos corresponde a todos, tomando lo dicho por el Papa Francisco, tomar partido por el amor al prójimo, la prudencia, la tolerancia con quien se discrepa y sobre todo con la verdad. Desterremos la maledicencia de nuestras vidas y contribuyamos a construir una sociedad mejor.