La semana que pasó fue toda una historia de robos y asaltos a mano armada, perpetrados a plena luz del día, tanto en la ciudad como en el río. El problema de la inseguridad ciudadana es de nunca acabar.
Y nunca acabará si es que la policía y todas las autoridades no hacen un acto de contrición, porque como instituciones llamadas a velar por la seguridad de la población no dan pie en bola, que hasta nos parece que han perdido la sensibilidad humana, que no tienen predisposición para hacer frente a la delincuencia, por lo que deberían pedir perdón a quienes vivimos aquí, atemorizados, propensos a un ataque que nos quite la vida.
Han olvidado que se deben al pueblo que los eligió, que nosotros les hemos dado el honroso encargo de gobernar esta ciudad en nuestro nombre. Que es el pueblo, quien a través del pago de sus impuestos, les paga para que hagan bien su labor, así como se le exige al obrero para que cumpla con eficiencia su trabajo. Policía y autoridades, que ostentan el pomposo calificativo de presidentes del Comité Regional, Provincial y Distrital de Seguridad Ciudadana, nos han demostrado, hasta el momento, que después de todas las reuniones de coordinación, a donde muchos no asisten por estar peleados por razones políticas, solo sirven para la foto, pero de ahí a acciones destacables, dignas de elogio, muy lejos.
Cuando uno obra mal en su vida o en su trabajo, tiene que darse un pequeño tiempo para analizar su comportamiento, si es que ha sabido llevar bien su labor, de la cual depende una colectividad que antes se preciaba de vivir en un pueblo tranquilo, hospitalario y seguro y que, ahora, tiene como compañía cotidiana, al temor del asalto y de la muerte.
Para que se arregle esta situación, tiene que haber un propósito de cambio de actitud en cada una de las personas que tienen que ver directamente la seguridad ciudadana. Y, finalmente, la policía debería ser más cuidadosa en la admisión de los alumnos para su escuela de suboficiales.