“Los humanos somos lo que comemos…”
(Ludwig Feuerbach)
Por: José Álvarez Alonso
Entre las muchas lecciones que nos dejó la pandemia del COVID-19 está la de revisar nuestro estilo de vida y adoptar hábitos mucho más sostenibles y respetuosos con la naturaleza. Se ha escrito y hablado mucho sobre el origen del virus, y de las condiciones favorables que encontró en nuestras sociedades modernas para su increíble expansión y letal impacto. La ciencia nos ha mostrado que el maltrato a la naturaleza en general, y a los animales en particular, es el causante de las últimas pandemias que han ocurrido en el Mundo (SARS, EBOLA, COVID-19): los virus han saltado al ser humano desde animales silvestres con elevada carga viral, por el maltrato o el estrés. La carga viral no solo se eleva en animales en malas condiciones de cautividad (como las que ocurren en los mercados asiáticos conocidos como “wet markets”, o mercados húmedos), sino cuando sus hábitats son fragmentados, degradados y reducidos.
Por otro lado, un estudio publicado por investigadores de la Universidad de Harvard mostró que el incremento de apenas 1 microgramo por m³ en partículas contaminantes en el aire está asociado con un significativo incremento en la tasa de mortalidad por la COVID–19. Ahí tenemos la conjunción de condiciones favorables para la catástrofe ocurrida en la ciudad de Iquitos durante la pandemia.
Entre las llamadas comorbilidades o condiciones médicas preexistentes que incrementan el riesgo de sufrir una grave enfermedad con el contagio del COVID-19 se citan algunas claramente vinculadas con hábitos de consumo, como obesidad, diabetes tipo 2, y enfermedades cardiovasculares. El Ministerio de Salud ha informado que el 85.5 % de los fallecidos por COVID 19 en el Perú eran obesos. Existen algunos indicadores en Perú que corroboran esto: la tasa de mortalidad por COVID – 19 en ciudades amazónicas, pese a tener mucho mejor acceso a medicinas, tratamiento hospitalario y oxígeno medicinal, fue muy superior a la tasa de mortalidad en comunidades indígenas y poblaciones rurales en general. En Iquitos, por ejemplo, la tasa durante el 2020 fue de 11.30 fallecidos por 1000 habitantes, mientras que, en distritos rurales con mayoría indígena, como el Napo, Alto Nanay o El Tigre, la tasa estuvo entre 1 y 2 por 1000.
Considerando que la población de Iquitos y otras ciudades amazónicas grandes (como Yurimaguas, Contamana o Requena, con tasas de mortalidad muy altas también) está compuesta en buena medida de migrantes provenientes de las zonas rurales, la variable más sospechosa para estas marcadas diferencias probablemente no esté en el perfil racial o la genética de las personas, sino en la contaminación urbana (por gases de los motocarros y motos, el polvo del asfalto, y los ruidos excesivos de tubos de escape libres) y en los hábitos de consumo de la gente: mientras en las comunidades rurales la obesidad, la diabetes y las enfermedades cardiovasculares son muy raras, en las ciudades tienen una incidencia muy elevada, debido al sedentarismo, el estrés, la contaminación del aire y el consumo excesivo de alimentos procesados y ultraprocesados ricos en carbohidratos y grasas saturadas, incluyendo gaseosas y cerveza.
Esperemos que pronto los investigadores confirmen con estudios más más contundentes estos datos, que siguen siendo preliminares. Mientras tanto, un número creciente de personas ya está tomando nota y cambiando su estilo de vida, haciendo más ejercicio, caminando o manejando bicicleta a su trabajo o al mercado, consumiendo productos más naturales y menos procesados y ultraprocesados, y optando por productos en el mercado con menos huella ambiental.
Aunque en el Perú es todavía incipiente esta tendencia, ya se puede encontrar en tiendas y supermercados muchos productos naturales y orgánicos. En Loreto tenemos el privilegio de tener a disposición muchos productos agrícolas cultivados en las comunidades rurales sin agroquímicos, como el plátano, la yuca y el arroz de los barriales (el que viene de la costa o de San Martín se cultiva con muchos agroquímicos). También tenemos a disposición frutos del bosque como el aguaje, el uvos y el ungurahui, totalmente orgánicos, y algunos de los peces más exquisitos del mundo, y en su mayor parte provienen todavía de ecosistemas naturales. Cabe aclarar que hay que tener cuidado con el consumo excesivo de los peces predadores y necrófagos (que se alimentan de organismos muertos, como la mota), que como muchos saben son los que más mercurio acumulan.
Esperemos que pronto estos hábitos de vida saludable se masifiquen y los productos en venta incluyan información sobre su legalidad, trazabilidad, equidad con los productores rurales y huella ambiental (huella de carbono, huella hídrica, huella química, etc.). De este modo el consumidor podrá no solo asegurarse de que consume productos saludables para su cuerpo, sino saludables para el ambiente y beneficiosos y equitativos para las comunidades rurales que nos proveen de alimentos.