Otro mundo es posible

Por: José Álvarez Alonso

Una ola de resignación y conformismo invade hoy los claustros universitarios, tanto de Europa como de América, espacios usualmente contestatarios y pioneros en nuevas ideas y tendencias. Poco queda de aquella efervescencia juvenil, de los combativos movimientos universitarios de los años 70 y 80. Equivocados o no en sus métodos, ilusos en su fe en un posible paraíso comunista, soñaban con un mundo mejor y luchaban por él. Se dice que el neoliberalismo ha triunfado frente a los fracasados experimentos colectivistas, y pese a crisis económicas globales y algunos intentos de remar contra corriente en América (Bolivia, Ecuador, Venezuela, Paraguay…) y algunos movimientos revolucionarios agónicos y desfasados, la percepción que tienen muchos es que aquí lo único que queda es resignarse al modelo capitalista y buscarse cada uno su vida como mejor pueda, competir por conseguir un buen trabajo, lo mejor remunerado posible, disfrutar de la vida y que cada barco navegue con su vela.

La solidaridad, el altruismo, la generosidad, no son valores de moda en la juventud postmoderna, se dice. El individualismo disfrazado de competitividad es hoy no un defecto, es considerado casi una virtud. Bueno, es posible que esto sea así en países donde se exalta desde el mismo Gobierno los valores del neoliberalismo más exacerbado, como ocurre en Perú. Sin embargo, como he podido comprobar estos días, interactuando con decenas de estudiantes latinoamericanos y europeos en la Universidad Internacional de Andalucía, y en otras universidades españolas donde he tenido oportunidad de dictar algunas conferencias y seminarios, felizmente hay excepciones. Ha sido para mí reconfortante constatar que todavía existe una juventud con inquietudes, con capacidad de emocionarse, soñar, entusiasmarse, y también, por supuesto, de encolerizarse con las injusticias, la inequidad y los antivalores de las sociedades modernas.

Por supuesto que también abundan los conformistas, lo dicen sus gestos, sus expresiones y su pasividad disfrazada de pragmatismo, y lo dicen los estudios sobre las tendencias sociales y políticas en la postmodernidad. Pero sobrevive también, felizmente, un sector de irredentos, de irreductibles, los que nadan contra corriente y no se dejan llevar por las tendencias de moda y las consignas del materialismo moderno, los que no se resignan a ser parte del montón, de la cada vez más inexorable maquinaria consumista, que quieren ser algo más que «otro ladrillo en la pared», usando la expresión de la famosa canción de Pink Floyd.

También tuve oportunidad de hacer presentaciones a jóvenes de secundaria, y encontré el mismo patrón: mientras un sector muestra las actitudes tan comunes en la adolescencia (un cierto desdén por lo que consideran rémoras del caduco mundo de los adultos), otro sector todavía se muestra abierto a nuevas (¿viejas?) ideas y valores, tan ajenos a los dominantes en la sociedad moderna. Me asombró, por ejemplo, encontrar jóvenes con el deseo de compartir su tiempo y trabajo para ayudar a los que menos tienen, dispuestos a trabajar como voluntarios en la Amazonía.

Mis ponencias versaron sobre las experiencias de trabajo con las comunidades amazónicas, que se resisten a ser devoradas por la vorágine del capitalismo neoliberal, y luchan por una «tercera vía», un modelo de desarrollo que respete su cultura, su identidad y sus valores sociales, y al mismo tiempo les permita acceder a los indudables beneficios del desarrollo económico y la globalización. Me llamó la atención que fuesen, particularmente, jóvenes de Cuba, Ecuador y Bolivia quienes mostraron mayor interés y entusiasmo en los debates, jóvenes todavía dispuestos a comprometerse en el gran proyecto de hacer este Mundo un espacio mejor para vivir, dispuestos a promover los «desfasados» valores de la hermandad, la justicia, la equidad y la solidaridad entre los hombres. Son, qué casualidad, los tres países que, junto con Venezuela, y con todas sus metidas de pata, están intentando salirse del trillado camino del «desarrollo» al estilo norteamericano.

Particularmente remarcable me pareció la experiencia de los cubanos: si bien reconocen que su modelo político adolece de graves fallas, especialmente en términos económicos, también destacan la persistencia de valores sociales como los citados más arriba, valores cada vez más ausentes de las sociedades capitalistas. «La gente en Cuba todavía trata a sus vecinos como hermanos, no como competidores, como enemigos. El ambiente en el típico barrio de una ciudad cubana jala mucho, por eso. Los cubanos que viven en Miami no dejan de añorar su barrio La Habana, y cuando pueden, vuelven de vacaciones a la isla en vez de ir a disfrutar de su dinero a Europa u otro lugar de moda. Ganan mucho dinero allá, pero dicen que eso no les llena; dicen que disfrutan más jugando al dominó en la y tomándose un ron calle con sus antiguos vecinos que en los lugares más lujosos de Estados Unidos», contaba uno de los cubanos.

La alegría de compartir con vecinos, no sólo espacios de ocio, sino también la bebida y la comida, e incluso a veces recursos, es algo que conocen muy bien los amazónicos, especialmente los indígenas. No es un secreto que el individualismo crece justamente en nuestras cada vez más competitivas sociedades urbanas, y especialmente en los barrios y sectores más acomodados, mientras que se pierden a pasos agigantados los valores sociales más tradicionales, tan apreciados por las sociedades indígenas. Muchos indígenas amazónicos han descrito lo que ellos consideran como su visión del «buen vivir»: una sociedad donde la gente conserve su cultura y los valores tradicionales de solidaridad y fraternidad, pero al mismo tiempo donde se disfrute de una moderada prosperidad económica y de ciertos bienes y servicios de la modernidad. ¿Será esto posible?

Pienso que sí, mientras haya jóvenes que no se dejen seducir por los oropeles del consumismo salvaje, que crean que aunque el dinero y las cosas materiales son importantes, pero no son LO MÁS IMPORTANTE, que el competir con otros y triunfar tienen un límite, y que la felicidad está no tanto en acumular, sino en compartir. Creo, sinceramente, que otro mundo es posible.

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