Por: Gonzalo Marsá Fuentes.
Hoy, los guardianes de la defensa regional hacen sonar las trompetas del apocalipsis por las noticias de un supuesto trasvase de nuestro preciado recurso hídrico. Más allá de las llamadas de la tribu que proclaman que Loreto se desangra, tal vez convendría detenerse a hacer una reflexión alejada del ruido y el oportunismo.
Recordar que millones de metros cúbicos que riegan las riberas de Loreto pasan y se pierden indefectiblemente en las costas del atlántico sin que nadie haga el menor aspaviento por ello. Loreto es una de las regiones más ricas en recursos hídricos, no solo del Perú, sino en el mundo. Desafortunadamente, no todo es bonanza. Paradójicamente muchas familias loretanas aún no cuentan con este líquido elemento como parte de un servicio básico domiciliario.
Según el Instituto Nacional de Estadísticas e Informáticas (INEI) en la región solo el 55.2 % de la población consume agua potable de la red pública, debido a la mala infraestructura para transportarla, tratarla y mantener su calidad. El Informe Técnico “Perú: Formas de acceso al agua y saneamiento básico” INEI, revela que la mayor parte de los distritos de la región Loreto (36) tiene menos de la cuarta parte de viviendas conectadas a la red de agua potable.
Esta situación que impide a la población el acceso a un servicio básico imprescindible es más lacerante aun en la zona rural, y en especial, en zonas geográficas de predominancia cultural indígena. Sin ir más lejos, el diagnóstico que en 2019 dio pie al Plan de Cierre de Brechas (D.S. 139-2019-PCM) encontró que las brechas en servicios de agua y saneamiento para el ámbito petrolero de Loreto ascendían a 88% del total de viviendas y 83% para el caso de saneamiento
Cabría recordar que la lucha por el agua en la región tiene precursores frustrados y casi desconocidos: Debido a los continuos derrames de petróleo en los lotes 192 y 8 las organizaciones indígenas, desde el 2012 vienen luchando para enfrentar y atender la contaminación y su afectación a sus fuentes de agua: los ríos y quebradas.
El Estado mismo ha emitido diversas Declaratorias sanitarias y ambientales, con el objetivo de mitigar los impactos generados por la contaminación de agua para consumo humano en las comunidades y riberas. Está lucha apenas ha dado resultados pese a las diversas Actas de acuerdos firmadas (Lima 2015 o Saramurillo 2016, entre otras) o comisiones multisectoriales creadas por el Estado peruano con el fin de proponer medidas para enfrentar y atender a las poblaciones afectadas. Apenas nadie de los hoy ofendidos por el trasvase, se sumó a esta reivindicación justa.
Está demostrado que contar con acceso a agua clorada o segura reduce en un 9.6 % la posibilidad de que los niños tengan anemia y ayuda a prevenir enfermedades como la fiebre tifoidea, el cólera, parasitosis y otros males estomacales que, como todos sabemos, son causa de desnutrición y anemia. La anemia infantil tiene lamentables consecuencias en el desarrollo biopsicológico de nuestros niños. Un mal irreversible durante el resto de su vida.
En Loreto, el 34,5 % de niñas y niños entre 6 a 36 meses de edad está con anemia. Según el Sistema de Información del Estado Nutricional del Ministerio de Salud, la anemia afecta a 25 mil niños de 53 distritos de Loreto. La desnutrición crónica en niños menores de 5 años alcanza el 22 % en el departamento de Loreto, cifra en ascenso desde hace más de 5 años. Ningún movimiento social de los hoy movilizados parece rasgarse las vestiduras por ello.
Hoy improvisados predicadores locales tocan arrebato por el hipotético trasvase, sería bueno recordar que al agua no basta con defenderla, hay que gestionarla, canalizar, aprovecharla, porque el agua es vida, no palabras, aunque ambas puedan fluir en vano. Llorar sobre la leche (o el agua) derramada de nada nos sirve. Una vez que pase el momento de los gestos airados, debe empezar la hora de las acciones concretas para no seguir predicando en un desierto. Agua segura para todos. Ya. El resto, que se lo lleve el río.