Las manitoas no se equivocaron

Por: José Álvarez Alonso

Cuando en noviembre y diciembre del año pasado amigos indígenas del Marañón me comentaron sobre el excepcional mijano de la manitoa, me dijeron que ese pez es agorero y anunciaba una gran creciente. Tan inusual fue ese mijano que me llegó una consulta desde el río Morona, de parte del Gobierno Autónomo Wampís, preocupados por el significado este fenómeno que, a decir de ellos, nunca habían visto en su vida. Les transmití lo que sabía: que es un pez que emigra desde la boca del Amazonas a desovar en las cabeceras de los ríos, y que no había nada que temer. Más bien, que estuviesen preparados porque se vaticinaba una buena creciente. En esos meses los mercados de Iquitos de Nauta estuvieron llenos de manitoa seca-salada, que las comunidades llevaban a vender porque ya se estaban cansando de comerla
Luego de años de escuchar predicciones no cumplidas sobre anuncios de crecientes y sequías (desde la altura sobre el agua de los huevos que deposita el churo, hasta la altura de los brincos del ‘saltón’, otro bagre migrante desde la boca del Amazonas), yo no estaba muy convencido de que la manitoa acertase esta vez. Pero acertó. Aunque a la fecha todavía el Amazonas no ha alcanzado las cotas de crecientes extremas recientes (especialmente la del 2012, que fue récord histórico, con 118.98 msnm a la altura de Iquitos), está a pocos milímetros de superar la barrera de los 117 msnm en Iquitos, y ya hay numerosas comunidades inundadas en las riberas, especialmente en el río Ucayali, y por supuesto los barrios periféricos de Iquitos a orillas del Itaya y el Nanay.
La manitoa (Brachyplasystoma vaillanti) pertenece al grupo de los llamados “grandes bagres” amazónicos (conocidos también como “bagres Goliat”, pertenecientes a la familia Pimelodidae), los que viven en los canales principales de los ríos y completan su ciclo de vida migrando a lo largo de la red fluvial amazónica. Se ha documentado migraciones de los adultos desde la boca del Amazonas hasta sus cabeceras, de hasta 4,754 km en el río Napo y 4,847 en el Marañón. Depositan sus huevos en los lechos de grava de esas cabeceras. Las larvas que eclosionan realizan una “migración pasiva” (son arrastradas por el agua) desde las zonas de desove hasta la cuenca media-baja del Amazonas, donde engordan hasta subadultos o adulto, para repetir de nuevo, surcando aguas arriba. Son peces carnívoros, que se alimentan de peces y otros organismos pequeños.
Además de la manitoa, otros grandes bagres que realizan largas migraciones incluyen al “saltón” (Brachyplatystoma filamentosum), al “dorado” (Brachyplatystoma rousseauxii), el “zúngaro alianza” (Brachyplatystoma juruense), y el tigrinus (Brachyplatystoma tigrinum). Todavía está en estudio si esta migración la realizan con la llamada “orientación de referencia” (homing orientation, en inglés), por la que vuelven a las mismas cabeceras de los ríos donde nacieron, como hacen los salmones. Se diferencian de estos, sin embargo, en que no mueren al desovar, aunque todavía no se conoce ni cuántas veces desovan ni por dónde se desplazan los adultos luego del desove. Otros bagres más pequeños, como la doncella, las motas o el cunchi, realizan migraciones locales, no descienden hasta la desembocadura del Amazonas.
La manitoa es uno de los recursos pesqueros más importantes de la Amazonía, sobre todo en el estuario del Amazonas en Brasil (allá la llaman piramutaba), donde barcos con redes de arrastre han llegado a capturar más de 20 mil TM anuales en décadas pasadas, mayormente juveniles. Actualmente se considera una especie sobre explotada, y se está regulando su pesca.
Pero volvamos a la creciente. Luego de dos años de vaciantes récord y sin buenas crecientes, las pesquerías amazónicas han estado muy disminuidas, lo que ha afectado seriamente la seguridad alimentaria de las comunidades. Este año han tenido excelentes condiciones para desovar, con una creciente que llegó oportunamente, en noviembre, y se ha mantenido hasta el momento, lo que ha permitido a algunas especies seguir desovando durante estos meses, como se puede comprobar con la abundancia de alevinos de diversos tamaños que se observa en las riberas.
La semana pasada que estuve por el Napo pude comprobar que ya se está produciendo el llamado “mijano de dispersión”, o migración trófica, esto es, la migración masiva de peces nacidos en los meses precedentes que surcan los ríos para repoblar nuevos hábitats. Estos mijanos son de peces de escama de la familia Characidae, entre los que se encuentran boquichicos, palometas, yaraquíes, yahuarachis, etc. Los reproductores de estas especies salen al inicio de la creciente de ríos y quebradas de aguas claras o negras, y de cochas y caños, para desovar en la desembocadura, en la unión con los ríos más grandes de aguas blancas (con mayor cantidad de nutrientes). Este es el mijano reproductivo. Es un fenómeno inverso al de los bagres o peces de cuero, que como hemos visto desovan aguas arriba. En el río Napo y su afluente el Sucusari observamos mijanos de lisa (Leporinus spp.) y sábalo “huayero” o cola negra (Brycon melanopterus). Un gran alivio para las comunidades indígenas, que luego de largos meses de escasez están pescando cantidades razonables para su alimentación diaria.
Una creciente anormal como la del presente año puede ser incómoda para muchos, y si es extrema provoca bastantes estragos en cultivos de restinga y dificulta actividades como la escolar, cuando los colegios se localizan en zonas inundables. Sin embargo, a la larga las crecientes resultan muy beneficioso para la economía regional, especialmente en lo que se refiere a la agricultura y la pesca, tan importantes para miles de comunidades, y también para las ciudades, que consumen muchos productos provenientes de las zonas inundables. Las crecientes depositan en las tahuampas, o llanuras inundables, valiosos nutrientes arrastrados desde los Andes que fertilizan barriales, restingas, cochas, pantanos y otros humedales, restaurando e incrementando su productividad.
También la creciente es clave para la fauna y la flora de los ecosistemas inundables. Esta alternancia entre crecientes y vaciantes, denominada “pulso del agua”, es la que determina los ciclos reproductivos y alimenticios de numerosas especies de los casi 15 millones de hectáreas ecosistemas inundables que tenemos en la Amazonía peruana. Estos ecosistemas son los más productivos de la Amazonía, tanto por los recursos hidrobiológicos que albergan, como por la riqueza de sus bosques, especialmente de palmeras como el aguaje. Su salud y productividad depende en buena medida de crecientes como la de este año.

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