Por: César Sánchez Arce
Una de las cuestiones que se discute con mayor frecuencia en todos los medios es qué ocurre con la educación en sus diferentes estamentos: inicial, primaria, secundaria, superior, etc. Cada nuevo gobierno viene con su reforma bajo el brazo, dejando de lado lo poco que se hizo en el anterior y así venimos desde hace décadas arrastrando un problema que se hace cada vez más complicado. En el recientemente divulgado ranking de la prueba PISA 2012, el Perú ocupa el lugar 65 en comprensión lectora, matemática y ciencias, último en Latinoamérica, lo cual demuestra lo mal que estamos y que nos obliga a iniciar urgentemente una verdadera reforma a largo plazo. Empezando por lo más importante: el material humano, facilitando, motivando y reconociendo la capacitación de los profesores; revalorando la carrera magisterial con mejores remuneraciones y condiciones laborales, pero también evaluando y exigiendo el cumplimiento de metas y horas de trabajo. Sin descuidar las condiciones en que estudian muchos niños, no solamente en lugares recónditos o alejados de las grandes ciudades, sino también en poblados cercanos, como podemos comprobar en nuestro caso, al margen de la carretera Iquitos-Nauta, donde las carencias son evidentes.
Pero hay otro aspecto de la educación que nos interesa abordar en esta nota y que es tan importante como la que se da en las escuelas. Es la educación que como sociedad estamos obligados a impartir todos los ciudadanos. Es decir, el Estado tiene que cumplir su rol y tenemos todo el derecho a exigirle que lo haga; pero no podemos esperar pasivamente que de las aulas salgan ciudadanos empapados de conocimientos y también de valores cívicos. No, esto último nos compete a nosotros los padres, tengamos o no hijos en el colegio.
Se está volviendo común, porque ya no nos impacta como al principio, ver en los noticieros y en los diarios que cada día la delincuencia es más joven. Asaltantes, ladrones, asesinos, sicarios aparecen en la noticia con el rostro de adolescentes que apenas han superado la pubertad. De dónde salieron? Qué está ocurriendo? Nos preguntamos casi incrédulos. Y, entonces, culpamos a la escuela, a la educación, a los profesores, al Estado. Si pues, ahí hay culpa, sin duda. Pero, somos capaces de mirarnos a nosotros mismos? Somos capaces de mirar lo que estamos haciendo como sociedad?
Los valores se transmiten a los niños desde la cuna, eso lo sabemos todos; pero muchos padres pensamos que una vez que el niño va al colegio la tarea educativa ya es problema de los profesores; no pues, educamos todos y en cada momento. El problema es que no educamos bien. A manera de ilustración veamos algunos ejemplos cotidianos y que inciden en la formación de nuestros niños. La puntualidad no es una prioridad, llegamos siempre tarde (desde las más altas autoridades); el insulto, la procacidad está a flor de labios, sin importar que nos escuchen mayores o menores; el irrespeto a las disposiciones para una convivencia civilizada, como las normas de tránsito se incumplen como si fuera una necesidad hacerlo (manejar contra el tráfico, sin luces, no respetar las luces del semáforo, estacionar en las veredas, ruido innecesario, etc); se cierran las calles para fiestas particulares, léase borracheras; se convierten las esquinas en basurales en donde los vecinos arrojan su basura a cualquier hora del día sin importar si ya pasó el camión recolector; mentimos y les mentimos a los niños como si fuera moneda corriente; la violencia de género y la violencia infantil se da en los hogares con increíble frecuencia, y ni qué decir de la violencia que se propala por la televisión en pseudo concursos, películas, dibujos animados y noticieros; padres que hemos perdido el control de nuestros hijos cuando están fuera del hogar y aún dentro de casa cuando tienen a su disposición una internet que no siempre usan con fines educativos. Todas estas conductas y permisibidades de los mayores son absorbidas sin dificultad por el inconsciente de nuestros hijos que después actúan de acuerdo a lo que consideran «normal».
Pero si esto ya es grave, lo peor está en los niños de la calle, generalmente provenientes de «familias» numerosas y de escasos recursos, que deambulan día y noche, cuyo aprendizaje consiste en lo que vagos y delincuentes les enseñan, generalmente mañas y pequeños latrocinios con lo que se inicia una vida de drogas, holgazanería y delincuencia; y que una sociedad despreocupada y falta de valores no está haciendo nada por sacarlos del círculo vicioso de pobreza y marginación. Aquí hay un enorme trabajo que hacer por parte del Estado, empresa privada, instituciones de servicio social, iglesias, etc.
Hemos perdido mucho tiempo lamentándonos y añorando «cómo era antes». La realidad es que ahora ya no es antes, ahora es ahora y tenemos un problema que debemos resolver todos como sociedad en conjunto, en la escuela, en la casa, en el trabajo, en la calle; todos haciendo lo que nos corresponde si no queremos que las siguientes generaciones tengan un país, de repente en mejor situación económica, pero con seguridad aún subdesarrollado y con una violencia que nos haga vivir encerrados o caminando por la calle con el temor de saber que en cualquier momento seremos blanco de asaltantes o criminales, o atropellados por un irresponsable conductor, que nosotros mismos hemos contribuido a formar, por acción o indiferencia. Lamentablemente.