La Doctrina Social de la Iglesia ante los recursos amazónicos:
Por: Adolfo Ramírez del Aguila
arda1982@yahoo.es
Estamos frente a días muy agitados en nuestra Región de Loreto. El contrato de concesión con la Pluspetrol para la explotación del oro negro en nuestras tierras amazónicas, fenece este 31 de agosto. Los medios de comunicación y las instancias oficiales, acaban de confirmar que ninguna empresa petrolera se presentó a la nueva licitación del lote 192 (ex lote 1AB) por motivos que ahora se debate. Estos pozos, ubicados en la frontera con Ecuador, actualmente son las de mayor producción de crudo a nivel nacional.
Frente a este panorama, quedan tres caminos: Adjudicar sin licitación a la empresa que viene operando hasta la fecha (la transnacional Pluspetrol), suspender la extracción hasta nuevo aviso o nacionalizar este pozo para que lo explote Perupetro. Los líderes políticos y movimientos ciudadanos que han salido a la marcha el día de ayer, encabezado por nuestro gobernador loretano, se inclinan por esta última opción. Nuestros hermanos nativos que habitan esas zonas y que son guardianes y dueños natos de esos bosques de donde brota a chorros el oro negro, están en estado de inamovilidad y alerta máxima, para que las decisiones que se tomen, les beneficie.
El Estado peruano, representado por el gobierno nacional actual, que venía ejecutando una Consulta Previa a las poblaciones nativas, tiene ahora la palabra y la toma de decisiones. Todo parece indicar, que desde instancias oficiales, la balanza se inclinaría a favor del continuismo con la Pluspetrol, a pesar de los serios cuestionamientos que las organizaciones nativas y movimientos ambientalistas venían haciendo, en cuanto al manejo responsable frente a los pasivos ambientales que ha dejado el accionar extrativo.
Recordemos, que muchas de nuestras instituciones como el Gobierno Regional de Loreto, la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana, el Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana, los Municipios provinciales y distritales de nuestra selva peruana, dependen en gran parte del dinero del canon, sobre canon, regalías y servidumbre que da la explotación de este preciado recurso no renovable.
Ante este panorama -Dios quiera que no sea un negro panorama- permítanme amables lectores, compartir un punto de vista inspirado en algunos documentos del Magisterio Social de la Iglesia Católica, que justo en estos días de preparación para el concurso de nombramiento, lo estamos estudiando con un grupo de colegas. Nos referimos específicamente, al documento pontificio Laudato Sí del Papa Francisco, sobre el cuidado de la casa común, y al Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, del Pontificio Consejo “Justicia y paz” del Vaticano.
La explotación petrolera por más de 40 años en la Amazonía peruana, ha demostrado que si no asumimos un manejo responsable de los recursos que Dios nos ha regalado para su aprovechamiento, la basura química inherente a esta actividad económica, terminará destruyendo la biomasa de los bosques, de sus ríos, de su flora, de su fauna y terminará destruyendo a la población nativa. Y cuando la vida del bosque esté diezmada y el verde amazónico se convierta en un pálido desierto, los pobladores de las ciudades, como Iquitos, desaparecerán o migrararán, por efecto del desabastecimiento.
Lo más valioso que tiene nuestra Amazonía, no son sus recursos naturales, sino, sus recursos humanos, su gente, los nativos, los mestizos. En el momento que las decisiones cosifican a los personas, se cometen los abusos más increíbles de explotación del hombre por el hombre; sino, recordemos la historia selvática del tiempo del caucho de inicios del siglo XX. La dignidad de las personas que vivimos en la Amazonía, su desarrollo integral, su educación, su salud, su bienestar, debe ser un criterio fundamental a la hora de tomar decisiones con respecto al manejo de nuestros recursos naturales.
El petróleo, no es un bien particular del Estado o de ciertos grupos económicos; es un recurso que debe de estar al servicio del bien común, que debe de sustentar el beneficio de todos, en especial de los más necesitados. Es un pecado utilizar un recurso del bien común, para enriquecer a los grandes negociantes y para alimentar la avaricia de los políticos en el poder. El petróleo entonces, es regalo de la naturaleza, que debe servir para consolidar una estructura económica de desarrollo a largo plazo, desarrollando a nuestros pueblos y elevando la calidad de vida de su gente. Es un error pensar que solo debe servir para financiar dádivas y programas sociales a veces asistencialistas.
La explotación del crudo (así haya bajas y crisis financieras) siempre arrojan grandes ganancias; esas ganancias generalmente, sustentan la vida opulenta de las mega urbes, alimentan la planilla dorada de la burocracia estatal y financian los gustos refinados de los países ricos. Siempre que voy a Lima o veo en las películas las hermosas ciudades que hay en los países del primer mundo, pienso en el oro saqueado a las indias, en el caucho desangrado a los nativos y en el petróleo perforado a los pueblos periféricos del planeta. El principio de subsidiariedad a la hora de tomar decisiones plíticas, es esa obligación moral que tiene la empresa, el Estado y los países ricos para entregar, no un regalo, sino un subsidio, un canon justo, una ayuda a los pueblos de donde se ha sacado esos recursos.
Hoy como nunca, hay una conciencia de que somos una sola raza, la raza humana. El avance tecnológico ha desarrollado nuestra conciencia de interdependencia entre personas, la complementariedad entre grupos, entre pueblos. Lo que le sucede a los migrantes humanos que llegan a Europa o a los niños que mueren de hambre en África, nos conmueve al alma. La solidaridad entre humanos, debe ser un principio que rija a la hora de tomar decisiones políticas con respecto a qué hacer con nuestros recursos, como el petróleo.
Tomemos saludables decisiones entonces, en base a estos cuatro principios rectores: La dignidad de las personas, el bien común, la subsidiariedad y la solidaridad. Amén.