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Iquitos
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EL JUICIO QUE LA MEMORIA AÚN NO SENTENCIA.

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CASO FITZCARRALD Y JULIO C. ARANA.

 

Por: Luís Roldán Ríos Córdova      rioscordova2010@hotmail.com

 

El descubrimiento de la vulcanización y de la cámara neumática cuando se iniciaba la era del automóvil  convierten a Iquitos en la vedette de la economía en el Perú, pues, la respuesta del capital inglés no se hizo esperar a través de sus financistas y del gobierno peruano que actuó coordinadamente protegiendo a la inversión como suele decirse, a favor de los barones del caucho que apostaron por el uso del árbol que llora, entre los años de 1880 y 1914 al que se le conoce como la época del boom del caucho.

De esta explotación se aprovecharon Fitzcarrald y Arana en el Perú (Loreto), así como los empresarios que se beneficiaban directamente de la producción y venta del caucho en sus plantaciones, como también las naciones más desarrolladas de Occidente, desde el orgulloso Imperio Británico hasta los Estados Unidos quienes gozaban del monopolio del transporte, comercio y manufacturación del caucho.

Los indios amazónicos entregaban sus vidas  para alimentar la riqueza de aquellos que les causaban dolor y sufrimiento, Fitzcarrald y Arana  no los veían como seres humanos sino como animales de carga de quienes había que aprovechar hasta sus últimas energías y rendimiento hasta que llegue el momento de eliminarlos cuando las fuerzas les fallaran o sean ya calificados como elementos sin valor o poco rentables.

Ambos barones del caucho, dueños no de los territorios, sino de la vida de los indios que la habitaban mantenían la protección de algunas etnias gracias a la estratagema de crear entre ellos rivalidades encarnizadas, apoyados por el sistema de habilitación, con lo que obtenían el amparo en caso algunas etnias se opusieran a ser utilizados en su territorio o sacados de él. Siendo la habilitación un instrumento utilizado en contra de los indígenas que osaran poner en riesgo los intereses del patrón; lo que desde ya  significaba el cruel exterminio de él y toda su familia, acto que se ejecutaba públicamente, pues debía servir de escarmiento en complicidad con la ceguera y sordera de autoridades que nunca estuvieron para socorrerlos.

Algunos querrán  calificar  de civilizadores y benefactores de los indios y de Iquitos a estos genocidas que en ningún momento han obrado pensado ni en Iquitos ni en los indios, más que enriquecerse a punta de sangre y fuego, ¿de dónde viene tan devota gratitud? Peor aún, sabiendo que por cada tonelada de caucho caían asesinados diez indios y centenares quedaban marcados de por vida por las heridas y amputaciones.    Arana y Fitzcarrald, no pisaban ni el lodo por donde caminaban una vez logrado el dominio del mercado y de la vida de los indígenas: El barco de Fitzcarrald era un hotel 5 estrellas.   Ambos genocidas en procura de amasar más riqueza, sacrificaron miles de vidas humanas.    La historia los identifica como caudillos que tenían como única ley el rifle.

La llegada de estos «reverenciados benefactores» a quienes poco más y los encontramos en las iglesias como San Fitzcarrald y San Arana,  desembocó en torturas, esclavitud, masacre y enfrentamientos fratricidas llegando al exterminio de la familia indígena, donde Arana, Fitzcarrald y sus monstruosos capataces, incluido autoridades, gustosamente cometieron atrocidades indescriptibles.

 

¿ES DECOROSO PONER EL NOMBRE DE ESTOS  GENOCIDAS A NUESTRAS CALLES? 

No. De ninguna manera.  No obstante que se puede decir que gracias al caucho Iquitos nace como población importante en el Perú, como Manaos en Brasil y que de esta historia tenemos algunos edificios de estilo europeo que nadie se atreve a pintarlos ni iluminarlos como para demostrar que vamos a apostar por el turismo, usar el nombre de las calles Fitzcarrald y Julio C. Arana en homenaje a  Carlos Fermín Fitzcarrald López y Julio Cesar Arana del Águila, quienes condujeron la economía de Loreto sobre la esclavitud, la tortura y la sangre de miles de indígenas que el juicio de la memoria aún no sentencia no merece dignidad alguna porque resulta un monumento a la infamia que la colectividad no debería aceptar  si tuviéramos una Dirección Regional de Cultura y de Educación que dignifiquen a los educandos y a la sociedad. Lo único que sí podemos aceptar por justicia, son los edificios que quedan en las calles de Iquitos, tomados como pago indemnizatorio por reparación civil.

 

Si la población iquiteña acepta así por así con ignorancia o indiferencia los nombres Fitzcarrald y Julio C. Arana para algunas de sus calles, se puede concluir que no tenemos alma que valore la dignidad ni espíritu que entienda de reivindicaciones,  peor aún si el brazo, el sudor, la sangre y la vida lo pusieron los indígenas de quienes no existe un pequeño busto y mucho menos el nombre de alguno de ellos.

 

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