Por: José Álvarez Alonso
La fiebre del caucho atrajo a la Amazonía, a fines del siglo XIX y principios del XX, a aventureros y cazafortunas de todo el mundo. Entre ellos llegó un grupo de judíos de Marruecos, descendientes de los sefardíes expulsados de España por los Reyes Católicos en 1492. No cabe duda que la colonia judía de Iquitos ha tenido una gran relevancia en la vida de esta ciudad.
En aquellos años pasó por Iquitos un misterioso judío que aparentemente no era de Marruecos. De él nos habla un gran viajero y escritor de Nueva York, H. J. Mozans, quien en 1910 cruzó Sudamérica de Oeste a Este, reproduciendo el viaje de Orellana casi cuatro siglos atrás. Por cierto, el interesante libro en el que describe este viaje («Por la ruta de los conquistadores: A lo largo de los Andes y descendiendo el Amazonas») está lleno de interesantísimos detalles y anécdotas de la sociedad y costumbres de la época, tanto de Ecuador como de Perú. Escribió el prólogo de este libro el ex – presidente de EE.UU. Theodore Roosevelt, amigo de Mozans y gran viajero como él; Roosevelt fue invitado a participar en el viaje, pero desistió por ir a un safari a África.
El encuentro de Mozans con el que bautizó como «el Judío Errante» tuvo lugar en su travesía en vapor desde Iquitos hasta el Atlántico. En plena fiebre del caucho, la tripulación del vapor estaba compuesta de pasajeros de diversas nacionalidades, aventureros y buscafortunas de toda índole que invadieron la Amazonía en esos afiebrados años ante las perspectivas de enriquecimiento rápido que el caucho ofrecía. Pero el «carácter» más singular, como él mismo afirma, que conoció en su viaje fue un envejecido judío con una larga barba blanca, «que bien podría haber pasado por el Judío Errante», dice Mozans, y con el que entabló una efímera amistad durante sus días de viaje fluvial.
Como era de esperar, el tema preferido de conversación de nuestro amazónico Judío Errante era el dinero. Según Mozans, todo el día estaba hablando de montones de dinero («piles of money», según su expresión exacta), y a pesar de su edad avanzada, haciendo nuevos planes y diseñando ambiciosos proyectos para… acumular más dinero, por supuesto. Y éste, claro, era un tema muy a tono con la fiebre que invadía hasta los últimos rincones de la Amazonía por esos días. Nuestro Judío Errante había estado a lo largo de su larga y azarosa vida en muchos países del mundo en busca de fortuna, y había conocido muchos éxitos y fracasos: había sido pescador de perlas en Ceilán, buscador de rubíes y zafiros en Cachemira, y tratante de diamantes en Sudáfrica. Había sido cambista de moneda extranjera en Perú y Colombia, y joyero personal del último Emperador de Brasil, Dom Pedro. Estaba ahora retornando a Nueva York desde Iquitos, que junto con Manaos era en esa época la meca de los ambiciosos del mundo, por la fiebre del caucho. Había traído a Iquitos un cargamento de cerveza norteamericana de Milwaukee, y estaba volviendo a Nueva York en el mismo vapor que Mozans.
Lo interesante de este para nosotros misterioso personaje, del que nunca Mozans volvió a saber, y cuyo nombre nunca llegó a conocer, es lo que el autor nos cuenta de sus apreciaciones sobre Iquitos: «En muchos de mis negocios en Sudamérica», contaba, «he hecho montones de dinero, pero en Iquitos he sufrido grandes pérdidas. Todo por culpa de los judíos de Marruecos que hay allí, que me obligaron a venderles a su propio precio. Los judíos de Marruecos son una mala partida -los peores judíos del mundo. Pero voy a volver a Iquitos de nuevo con otro cargamento de mercaderías, y la próxima vez sí que haré ‘montones de dinero’, mal que les pese a esos ladrones de Marruecos».
Pero este emprendedor judío, que veía dinero por todas partes, no se amilanó con las pérdidas sufridas en Iquitos: a su paso por la boca del río Negro en Manaos, le habló a su acompañante sobre la cantidad de oro que debían transportar las arenas de este río, y a la vista del Monte Alegre, cerca por Santarém, le comentó: «Apuesto a que hay piedras preciosas en esas montañas. Voy a investigar el asunto cuando haga este viaje de nuevo, seguro que hay allí ‘montones de dinero’ esperando».
Mozans se tropezó por última vez con el buen judío en el Mercado de Belem do Para, donde estaba tomando un vaso de «vino de assaí». Ahí el Judío Errante le informó que no iba a continuar el viaje en el mismo vapor hasta Nueva York: «No puedo aguantar más», le dijo compungido. «No puedo comer la comida que sirven en el vapor, y no puedo permanecer abordo por más tiempo sin riesgo para mi salud. Por más de una semana he estado a punto de morir de hambre. Piénsalo bien. Hemos estado, desde que hemos dejado Iquitos, en la región con mejor pescado y frutas del mundo, y las únicas frutas que hemos comido son naranjas y bananas, y el único pescado, salmón enlatado y bacalao salado. Ni una vez hemos visto pescado fresco en la mesa, ni una de las nueces y frutas que abundan tanto en la cuenca del Amazonas. Mira la variedad de pescados y frutas aquí. Es la misma que en el mercado de Manaos, y sin embargo este vapor no se aprovisionó en absoluto de ellos para los pasajeros. He hablado con el camarero hoy, y ¿qué crees que me dijo? Que tienen órdenes de la compañía de mantener al mínimo los gastos y que los pasajeros tienen que contentarse con lo que les den. Así es como funcionan los monopolios. Estás indefenso si tienes la desgracia de caer en sus manos. Y me han dicho que los beneficios de la compañía son 35% al año. ¡Dios mío! Deben estar haciendo un ‘montón de dinero’. ¡Y pensar que todo ese dinero viene de nuestros bolsillos y los de esa gente como nosotros, que se ven obligados a usar el servicio del monopolio!»
«No, no puedo aguantar más», continuó el Judío Errante. «Ansioso como estoy de llegar a Nueva York lo antes posible, esperaré aquí por el próximo vapor europeo, y volveré a Nueva York vía Lisboa y Londres». Y diciéndole adiós, y expresando la esperanza de volver a verse en Nueva York o en alguna otra parte del mundo, el ‘Judío Errante’ desapareció entre las gentes del mercado. Mozans nunca supo más de él, ni quién era exactamente, ni siquiera cuál era su país de origen. En su diario lo llama «Kartaphilos», uno de los nombres tradicionales por los que ha sido conocido el «Judío Errante» a lo largo de la historia.
Tampoco sabemos si ‘Kartaphilos’ volvió alguna vez a Iquitos, y si consiguió sacarles la vuelta esta vez a los ‘judíos de Marruecos’ que le jugaron la mala pasada en su primer viaje. No soy antisemita, y uno de mis mejores amigos en Iquitos es judío sefardí, pero me intriga saber quiénes serían esos denostados judíos, ‘los peores del mundo’, a decir del ‘Judío Errante’ de Mozans. Yo me limito a transcribir los escuetos comentarios que a través de Mozans nos han llegado. Dejo al lector iquiteño la tarea de investigar y sacar conclusiones por su cuenta, porque algunos de sus descendientes han llegado a ser muy conocidos, unos por su éxito en los negocios, otros, y lamentablemente, por no tan loables acciones…
A lo mejor el ‘Judío Errante’ sí volvió a Iquitos, tomó agua de Sachachorro, y se quedó a pasar sus últimos años a disfrutar de la efímera bonanza del caucho, ¿quién sabe?
Que bueno que tu amigo judío sea sefardì.
Te preguntaría, ya tomó agua de sachachorro o encontró caucho?
Interesante historia. En los largos viajes fluviales en la Amazonía se conoce gente e historias muy interesantes. Los judíos tuvieron mucha importancia en el comercio en Iquitos del siglo pasado. Las casas comerciales (como la Cohen), el cementerio judío hablan de un poder económico que hoy ya no es tan importante. Familias loretanas de origen judío tienen descendientes que regresaron a Israel. Un tema para revisar y esperar aportes de otros loretanos de origen extranjero.
Felicitaciones por la nota.