EL CABALLO DE TROYA.

Hace 40 años, aproximadamente, seis jóvenes universitarios culminaban con éxito el examen final de uno de los cursos más difíciles para graduarse de bachilleres en ingeniería química. Los exitosos estudiantes decidieron celebrar la graduación, por adelantado, con un par de tragos de cerveza. Invitaron al profesor del curso a un bar de las cercanías del edificio de la Facultad.

Después de ingerir el contenido del frasco número quince, el profesor y cinco estudiantes, estaban como peces pescados con barbasco, con los ojos brillando de un lado para otro en sus órbitas y con desequilibrios en sus funcionas motoras y fisiológicas. Unos hablaban tonterías como que habían descubierto especies de peces carismáticos y otros hablaban en ruso y checoslovaco.

Sólo uno de ellos, el más joven y talentoso de los seis, sobrevivió al ataque brutal del alcohol contenido en la cerveza. El «campeón» de la reunión como lo llamaron días más tarde, llevó al profesor y a sus compañeros a sus respectivos hogares y decidió seguir bebiendo hasta la salida del sol del día siguiente. La resistencia a los efectos del alcohol de este joven talento, hizo que sus días y noches de bohemia se prolongaran y los espacios entre cada «reunión» se estrecharon poco a poco. Los cinco amigos de la primera vez continuaban sin ser resistentes al alcohol y por lo tanto bebían de vez en cuando, en pequeñas cantidades o no lo hacían.

Treinta años después del festejo adelantado de la graduación, el profesor y los cinco estudiantes «cabezas de pollo» y «saco largos» como los llamaba el estudiante resistente, ahora profesionales de éxito, se reunieron en el local de la Facultad y decidieron visitar al «campeón» en un asilo, porque hogar ya no tenía. Lo encontraron deambulando por el patio vestido con una bata vetusta y cargando una ancianidad que le correspondía cronológicamente. Una semana antes de la visita, los empleados de una sociedad benéfica lo recogieron cuando dormía en el basural de un mercado.

Científicos norteamericanos, que estudian el problema del alcoholismo en diferentes partes del mundo, han descubierto que una de las principales causas que origina esta terrible enfermedad es el despertar de un gen que predispone a los individuos que lo poseen a ser adictos al alcohol y que se pone en actividad como un monstruo de mil cabezas cuando el ambiente o el entorno que los rodea es favorable.

Asimismo, afirman que una las maneras más sutiles de ingresar a engrosar los millones de alcohólicos, es confiar en la resistencia que el individuo posee frente a los efectos del alcohol, que poco se interna en el organismo generando una serie de reacciones bioquímicas en el cerebro produciendo un exceso de neurotransmisores, especialmente de la dopamina que unida a otras sustancias emite señales mentirosas de placer momentáneo; es  el mismo demonio, e induce al sujeto al eterno círculo vicioso: eufórico y alegre en los instantes de beber (hasta cantan) y depresivo después de los efectos de la borrachera y luego otra vez a alegrarse.

A esta manera de ingresar el alcohol al organismo, los estudiosos de la Organización Mundial de  la Salud (OMS) lo denominan el caballo de Troya, comparando la forma en que los guerreros griegos aniquilaron a los troyanos en su afán de rescatar a la hermosa Helena. Los soldados de Troya, relata Homero, se confiaron en una falsa retirada de los griegos y metieron a la fortaleza a un caballo gigante de madera en cuyo vientre se encontraba el enemigo. Según los especialistas aún no encuentran cura para la enfermedad. Lo que es necesario es prevenir. Si el campeón detecta que no puede manejar al alcohol y éste lo maneja por donde quiere es mejor dejar de beber, porque en su carrera vertiginosa destruye todo lo que encuentra, incluso a los que él considera como su única familia. Uno de los remedios que aplicamos a uno de nuestros amigos campeones fue el siguiente: Cada sábado que íbamos a jugar teníamos que terminar en el full vaso, y el siempre se quedaba hasta el final. Tengo que acabar este veneno decía como pretexto. Su señora nos pidió ayuda. Y, por allí surgió el remedio. Al terminar los dos partidos, el del futbolito y el del full vaso, dos de nosotros nos quedábamos acompañando al campeón y como quería seguir tomando y ya no veía ni sentía nada, le convidamos dos tarros de leche cruda con un cuarto de kilo de sal, para que el remedio le diera más bríos para seguir bebiendo. Tres días no salió del cuarto de baño de su dormitorio, sólo agua y agua. Una diarrea infernal, peor que el cólera. Como el hombre quiere seguir cometiendo errores. El sábado siguiente ocurrió lo mismo. Esta vez le dimos de beber tres tarros de leche cruda y sal. El hombre se recuperó y siguió chupando. Esta vez ya no nos acompañó a jugar, la diarrea le había metido siete días y siete noches en su cuarto de baño, Agua y agua y suero. El tercer sábado fue con nosotros a jugar y le dimos la misma medicina pero con más dosis. El hombre incluso pedía la medicina porque, según él eso lo ponía sobrio, pero esta vez ya tuvo que ser internado por la diarrea que no paraba. El médico que era amigo de nosotros nos ayudó: le dijo que tenía principios de cáncer, que había que analizarlo y que el alcohol lo agravaba. Me cuenta que el amigo no volvió a beber y su señora anda aunque no muy contenta, porque el pata escuchó o leyó una propaganda que en California (USA) estaban recetando mary jane para el cáncer y ahora que ya vuelta gasta su dinero en esa planta. Que tales pretextos. Nosotros ya no queremos intervenir en este problema. A lo mejor lo curamos y va a buscar otro pretexto y algo más fuerte.