El amor a veces sí es bueno

PiensasRosa se levanta antes que el sol avise a las personas que el día está empezando, ella quisiera que su cuerpo cansado pudiese quedarse más tiempo en la cama, pero tiene que trabajar. Antes de salir, mira dormir a sus hijos, los acaricia con ternura, y sabe que todo el esfuerzo vale la pena.
Augusto, su esposo, abre los ojos junto a ella, le prepara su mochila, el agua que necesitará, las botas que usará para no resbalar en el camino. La oscuridad aún es imponente en la calle, avanzan en la moto abrigados, la neblina ya es tenue, pero permite que Rosa abrace a su compañero en silencio buscando calor, agradeciéndole compartir no solo las glorias, sino los sacrificios.
El trayecto de arena para llegar al puerto está lleno de baches que generan dolores que nunca serán contados por la valentía de un corazón que late por su familia. Sube al bote de madera que avanza lento en dirección del resplandeciente amanecer que ilumina la armonía, la belleza, la naturaleza. Rosa siempre mira a los costados del peque peque, mientras la brisa naciente besa su rostro, el río y los árboles que rodean el viaje, generan que recuerde sus decisiones, acciones, sueños que dejó ir, añorar, para brindar a sus hijos la estabilidad que tenían…. «Augusto me siento cansada de caminar, me da miedo que una víbora aparezca». «Hoy me caí, estaba llena de barro». «La trocha estaba inundada, el agua me llegaba hasta el pecho, igual tuve que nadar, llegué mojada al colegio». «Está lloviendo demasiado fuerte, ojalá no se inunde, tenemos que salir de una vez, ponte la capa, no puedo faltar». «Necesito ese trabajo, no es tan fácil hacer lo que uno quiere».
Al bajar del bote, mira al cielo y suspira, pidiendo a Dios que su esfuerzo sea aprovechado por sus hijos, empieza a caminar por un sendero estrecho, saludando a las personas que están en sus casas amazónicas que van quedando tras su paso, hasta que solo queda el sonido de la selva viva y el suspiro de su resiliencia, avanza una hora internándose en el bosque, con un palo que le sirve de bastón para no resbalar, cargando una pesada mochila con las lecciones que impartirá en el día, a los niños de la comunidad donde es la única profesora de todo primaria. No pisa ni una hormiga respetando cada ser, pidiendo en sus oraciones mentales que no la ataquen o dañen para poder volver con su familia al regresar.
Toca la campana, los niños van corriendo al colegio, llegó la profesora, la abrazan, la besan, le traen frutos de las chacras donde sus padres cultivan, no tienen zapatos, y sus uniformes percudidos pero limpios, resaltan la bondad del agradecimiento de la gratitud del ser humano no contaminado de una sociedad que denigra, juzga, y diferencia a los mortales. Rosa les celebra sus cumpleaños, llevando keke que ella misma prepara, sin importar que tenga que cargar más cosas; intenta no solo brindarles conocimientos, sino trasmitirles seguridad, amor e igualdad.
Es la hora del recreo, todos salen a correr por el campo, como seres libres gozando del momento y de su entorno, sin celulares que los desconectan o distraen, volviendo inexpresivos a los citadinos, sin televisores que imponen los esquemas a copiar y olvidar la esencia, sin electricidad ni ninguna «comodidad» que desune a la larga a la familia en sus propios placeres individuales.
Rosa se sienta en la vereda del centro educativo al cual fue designada fuera de la ciudad, da masajes a sus pies perseverantes, relajándolos para más tarde volver al trajín que la llevará a su hogar, sintiéndose feliz que su familia esté unida y valorando su gran coraje… «No te preocupes Augusto, no nos has fallado, ya están hechas las cosas, ya no hay nada que hacer». «¿Nos van a embargar todo?». «Estamos juntos Augusto, tú me has dado mucho, todo lo que deseábamos, tenemos que seguir». «Tranquilo, ya conseguiremos para los abogados, no irás a la cárcel». «Cómo es posible que nos hayan hecho esto, hemos perdido todo, eso es maldad». «No importa, aceptaré este trabajo, alguna lección nos está trayendo la vida, solo te pido que estés junto a mí».