Por: José Álvarez Alonso
Los noticieros locales de Pucallpa estaban llenos estos días de las noticias sobre el lamentable asesinato de una pareja de polacos a manos de indígenas de la Provincia de Atalaya, alto Ucayali. Supuestamente los confundieron con «pelacaras» o «pishtacos», esos personajes de la mitología amazónica que tanto miedo infunden a algunos pobladores. Los turistas polacos habían descendido en kayak por los ríos de decenas de países del mundo, sin que les hubiese ocurrido nunca nada. Qué triste que haya sido el Perú donde hayan encontrado tan trágica muerte. No es primera vez que ocurre algo así. En los últimos dos o tres lustros han ocurrido al menos otros tres hechos similares en la Amazonía norperuana, que yo recuerde: el de los turistas japoneses asesinados en el Amazonas, aguas abajo de Iquitos; el de la brigada de salud asesinada en una comunidad Awajún en Condorcanqui, Amazonas; y el de otros turistas extranjeros asesinados cuando descendían en balsa por el alto Marañón.
Lamentable que un condenable hecho como éste, aparentemente protagonizado por un grupo de comuneros exaltados por el masato, reviva viejos clichés sobre el supuesto salvajismo de los indígenas amazónicos, que algunos racistas y etnocéntricos se han encargado de azauzar a raíz sobre todo de los hechos de Bagua. La inmensa, absoluta mayoría de los indígenas son pacíficos, hospitalarios, tolerantes y muy amigables con los extraños, y éste es uno de los rasgos que más destacan los turistas y viajeros en la Amazonía.
También lamentable que un hecho como éste contribuya a desdibujar la imagen de los indígenas amazónicos, bastante maltratada, y la imagen turística de Ucayali, tan venida a menos por la fama de región depredadora de madera (apenas recibe unos 3,000 turistas extranjeros al año). Pasará mucho tiempo hasta que esta imagen se recupere.
Pero también es cierto que siguen presentes entre los amazónicos una serie de creencias sin sustento, como el de los pelacaras, fruto de la desinformación, el abandono y la pésima educación que provee el Estado a las comunidades amazónicas. Se dice también que algunos madereros contribuyen a alimentar el mito, porque suelen incentivar a los indígenas para que rechacen a los «gringos pelacaras de las ONG», porque saben que ellos pueden asesorarles y hacerles ver lo explotados que están.
La rabia contenida en los indígenas, mal expresada con este hecho condenable, tiene raíces bastante alejadas de los mitos y leyendas amazónicas, y tiene que ver con lo que ocurre en su mundo real actual. Los indígenas ven que su mundo colapsa mientras a su alrededor el Estado promueve la entrega de los bosques a concesionarios forestales, a compañías petroleras y mineras, y a concesiones para biocombustibles. Debido a la depredación salvaje del bosque y de los ríos, cada vez son más escasos los recursos de subsistencia de las comunidades, los animales del monte y el pescado, que constituyen más del 80% de la ingesta de proteína en las poblaciones amazónicas. La desnutrición crónica y la anemia perniciosa son prevalentes en comunidades indígenas, y alcanzan hasta el 60-70% de los niños en edad escolar.
Mi amigo Celin Cushi, dirigente indígena Asháninka de la zona de Atalaya, y ahora consejero regional de Ucayali, se muestra muy dolido por lo ocurrido con los turistas polacos («ya conocen a mis paisanos»), y comenta que habiendo tanta gente mala en sus territorios, especialmente madereros que saquean los bosques y explotan a las comunidades, hayan agredido a dos indefensos y pacíficos extranjeros. «A esos madereros, no ‘pelacaras’, sino ‘pelatodo’, está bueno para que los maten… Bueno, no, que no los maten, pero sí que los castiguen estilo indígena», me comenta.
El alto Ucayali es una zona netamente indígena; se dice que hasta los años 70 se vendía esclavos indígenas en la plaza de armas de Atalaya. Celín Cushi me cuenta que su abuelo fue esclavo. No es de extrañar que con esos antecedentes sobrevivan algunos resentimientos y actitudes hostiles que, si se juntan con otras situaciones actuales como las de los ‘pelacara’, pueden devenir en agresiones de este tipo.
Efectivamente, si en toda la Amazonía peruana los madereros han engordado depredando los territorios indígenas, en Ucayali la situación ha sido más grave aún, debido a que la extracción forestal es mayormente mecanizada, y los tractores forestales producen un impacto tremendo en los bosques. La mayoría de las comunidades al borde de ríos navegables tienen sus bosques depredados al extremo. Los madereros no sólo extrajeron todas o la mayoría de las maderas finas con valor de mercado, sino que ahuyentaron o extirparon los animales grandes del bosque, dejando a las comunidades con los recursos de subsistencia muy disminuidos. Los beneficios para las comunidades de este saqueo fueron ínfimos, debido a su baja capacidad de negociación. Con frecuencia fueron algunos malos dirigentes los que se beneficiaron individualmente de tratos con los madereros, a espaldas de las comunidades; en otros casos, las comunidades recibieron «apoyos» ridículos por el permiso de sacar su madera; en el mejor de los casos consiguieron precios de 20 ó 30 soles por árbol parado, una fracción ínfima de su precio en el mercado.
Para variar, de nuevo la raíz de esta situación hay que buscarla en la ausencia del Estado, que deja a las comunidades amazónicas indefensas frente a una globalización que los avasalla cada año con más fuerza. Mientras los «inversionistas» foráneos entran a saquear bien premunidos de papeles, tecnología, equipos y maquinarias, los indígenas y ribereños siguen en indefensión y pobreza extremas, sin herramientas técnicas, legales y crediticias que les permitan beneficiarse de sus propios recursos en términos de equidad. Así no es de extrañar que perviva el mito de los pelacaras…