Las dos últimas semanas del mes de diciembre desde que tenemos uso de razón, son los días más tiernos en los diversos entornos sociales, por lo que una vez escuchamos decir a un anciano que deseaba que todos los días sean navidad y para todos, un bonito deseo, y que los chocolates siempre sean dulces.
Hacemos referencia a lo dulce, porque quizás muchos como nosotros en algún momento descubrieron que el chocolate más puro, en su esencia, no es para nada dulce, es amargo. Lo descubrimos hace unos años en un fundo procesador de cacao para fabricar chocolates, y probamos uno que tenía 70% y sabía amarguito y un poco ácido, bueno es lo que nuestro paladar pudo saborear.
Además, descubrimos que del cacao sale un rico refresco, y que se puede chupar la pulpa de las semillas del cacao y tienen un sabor agradable. Son las maravillas de nuestra riqueza natural y amazónica que nos falta ir descubriendo, que en realidad deberíamos hacerlo desde muy pequeños, y es que la modernidad nos ha convertido en seres de cemento desconectados de la vida del bosque y el agua que es lo que nos sostiene.
Así vemos que la transformación de un producto puede simbolizar muchas emociones, en el caso del chocolate, que al combinarlo con azúcar y leche se convierte en una bebida dulce, porque lo endulzamos, y porque nos viene a la mente la música navideña, los regalos, los payasos, la fiesta, los concursos de pastorales, las lucecitas de colores, el nacimiento de Jesús, en sí, la dulce navidad.
Estamos en esos días que no quisiéramos que acaben, que esa sensación a amor al prójimo, de respeto mutuo, del mejor deseo para todos permanezca los 365 días del año, que como los encuentros en las chocolatadas, que se dan a montón, sean una forma de seguir celebrando la vida, dándole un sentido y mensaje práctico a nuestra existencia, de que unidos y solidarios somos más felices.