- Escribe: Juan Fernando Bravo Reátegui.

Sin lugar a duda, el reconocido escritor Mario Vargas Llosa deja un gran vacío en la literatura latinoamericana y mundial. La noticia de su fallecimiento nos toma desprevenidos, pues si bien sabíamos de su endeble estado de salud gracias a las noticias de las redes, el hecho de estar en el Perú junto a su círculo familiar y sus amigos más cercanos, siendo incluso comidilla de un gran segmento de la intelectualidad nacional en la presentación del libro “Palabras en el mundo” de Alonso Cueto, que se realizó en el Centro Cultural PUCP, el jueves 27 de marzo de 2025, libro que explora la obra de nuestro nobel, y, asimismo, habiéndose presentado formalmente en Iquitos, el 28 de marzo de los corrientes (precisamente el día de su cumpleaños) la “ruta Mario Vargas Llosa en Iquitos”, por parte de “Iquitos Cultural”, dirigida por el promotor, Jorge Linares Peña, en alusión al recorrido cultural por los lugares públicos y locaciones que el famoso escritor había de visitar en vida con el fin de realizar sus trabajos literarios como “Pantaleón y las visitadoras” (1973) y “El sueño del Celta” (2010) nada nos habría hecho presagiar su deceso hace sólo horas el día de ayer.
Mientras escribo, recuerdo cuando apenas comenzaba en los caminos de la literatura, leyendo su obra ensayística – que es muy vasta – sus novelas: “La ciudad y los perros”, “Conversación en la Catedral”, “El elogio de la madrastra”, “La Guerra del fin de mundo”, etc, maravillado por el uso de diversas técnicas que él mismo dijo aprendió de grandes maestros como Kafka, Flaubert y Faulkner, y temeroso quizás de escribir mis textos con un tufillo a los textos de su envolvente prosa que se apoderaban de esas horas de lectura que hacía por las noches. Cuando ganó el nobel en el año 2010 sentí como si parte de ese premio me lo habían dado a mí, pues en mi fuero personal él siempre nos había representado como un connacional en cualquier parte del mundo y ese pedacito de hombre que dijo que era él y tuvo la suerte de acceder a la literatura a través de la lectura, ese pedacito de hombre que llegaba a todos e imponía sus ideas con tendencia mundial antes que existieran las redes sociales, por fin había llegado, parece sin saber, a ocupar un lugar en los anales de la literatura universal. Salté de júbilo, después del horario de trabajo arrastré a un colega fiscal, paisano de Mario, a tomarnos unas cervezas en una tiendita comercial en un lejano rincón de la selva nororiental en Caballo Cocha. Mi colega, aún sin entenderme de qué se trataba, me preguntaba por el motivo. Le repetí: Mario Vargas Llosa ganó el nobel, tu paisano, arequipeño como tú. En ese entonces, a un año de las elecciones presidenciales del 2011, sabiendo las preferencias de dicha localidad en la que me encontraba ejerciendo mi función, y de muchas otras provincias a nivel nacional por el candidato Ollanta Humala Tasso, con su partido Gana Perú, pensaba que, siguiendo la preferencia de las masas, cualquiera podía gobernar nuestro país, pero pocos podían lograr con esfuerzo y perseverancia tal reconocimiento gracias a sus contribuciones notables a las letras. Le dije nuevamente ganamos, ya no le dije ganó el escritor, sino ganamos, ganamos el nobel ¿Sabes lo que es eso? Por fin, todos los peruanos con Mario – y yo incluido, claro- habíamos rasgado esa corona o cornisa del muro de las letras inmortales.
Hay un poema de Ana María Rabatté, poetisa sesuda, oriunda de México, que Jorge Linares lo repite como si se tratara de una letanía: “En vida, hermano, en vida”. El mismo invita a expresar el amor hoy y no esperar a la muerte de nuestros seres queridos y amigos para hacerles saber lo que sentimos por ellos. Pues, en verdad, ese reconocimiento a nuestros artistas y personajes célebres se hace necesario mientras estén deambulando entre nosotros, en una sociedad que ha apostado por ir perdiendo gradualmente su identidad y legado cultural. Este 28 de marzo de 2025, en un ambiente del Hotel Hilton, Double Tree de Iquitos, la presentación de la “Ruta turística Mario Vargas Llosa en Iquitos” por parte del pequeño colectivo cultural de marras, lo que hizo fue precisamente eso, enaltecer la labor de un gigante vivo, un hombre que incondicionalmente nos llevó a ser el centro de atención de la comunidad mundial, asimismo buscaba poner en relieve la obra del escritor que, lejos de hablar mal de Loreto y la mujer selvática, tal como sus detractores políticos, insuflados por la insania y la miopía literaria, han referido en varias oportunidades, lejos de hablar mal de Loreto dio cuenta de su tiempo y de otras épocas; si el escritor fue testigo de oídas de algo que sucedió en nuestras selvas no se quedó con su impresión guardada en el baúl de recuerdos sino que las transformó en mundos habitables, con enseñanzas y conocimientos de los cuales podemos valernos para seguir construyendo mejor nuestra realidad y, por ende, un futuro prometedor.
Todos los sucesos en que estriban sus novelas con alusión a la selva parten de hechos reales: el servicio de meretrices que se implementó por parte del ejército a fin de solventar las necesidades fisiológicas de sus integrantes acantonados en las bases fronterizas de la selva, como lo describe en “Pantaleón y las visitadoras”, es real, él mismo lo dijo en una entrevista, cuando allá por la década de los setenta del siglo pasado venía a Iquitos con regularidad para visitar diversas locaciones. Lo cual puede ser homologado por un sinfín de testimonios pertenecientes a foráneos y oriundos. El cementerio general “San Miguel Arcángel” de Iquitos, por ejemplo, es uno de esos ambientes que muestra o enarbola una gigantografía del escritor paseándose por sus estrechas veredas durante ese tiempo. Sabe Dios en ese momento qué ideas lo embargaban después de buscar un nombre en la lápida de una tumba. Del mismo modo en “El Sueño del Celta”, “El hablador” (decidor o cuenta historias de origen Machiguenga) incluso en la novela “La casa verde”, saltan a relucir problemas entre colonizadores y colonizados, una relación desigual donde se contrapone el mundo de las sociedades modernas con el de las tribus indígenas oriundas del Perú, cuyos integrantes se encuentran ligados muy fuertemente a la naturaleza y no son como en un momento fueron estigmatizados por occidente: salvajes desprovistos de razón y sentimientos.
Bien dijo, el presidente de “Iquitos Cultural”, el 28 de marzo pasado, día de su cumpleaños: Mario Vargas Llosa ha humanizado al selvático, ha humanizado a todos nosotros frente al resto del mundo. Pues, en verdad, con Katenere (indígena bora) siendo protagonista en “El Sueño del Celta” de una rebelión contra la violencia que a principios del siglo XX sojuzgaba a sus pares en la selva del putumayo, o Bonifacia (indígena aguaruna) que se enamora de Lituma en la historia que pergeña “La casa verde” sin saber que terminaría ejerciendo la prostitución en una lejana Piura, después de recibir durísimos golpes del mundo civilizado, o el machiguenga mismo de la novela “El hablador”, ya reseñada, que describe los mitos y cosmogonías de su pueblo que vive en armonía con la naturaleza en contravención a la irrupción violenta que había realizado el hombre blanco sobre su mundo donde se puede hablar con los pájaros y demás seres vivos, humaniza la condición de ese habitante ignoto de nuestros ubérrimos bosques que por milenios ha sabido preservar su entorno.
Adiós, Mario, dilecto compatriota, amigo de Loreto.