Por: José Álvarez Alonso
Recientemente visité la comunidad nativa de Yarina, en el bajo Tapiche. Junto con mi acompañante y amigo, Italo, nos alojamos en la casa de don Rony, un jovial y emprendedor padre de familia, con el que visitamos también las quebradas y bosques de la zona. Me sorprendió ver que en su amplia casa, de tabla y techo de calamina, tenía un hermoso televisor de pantalla plana de 55 pulgadas. Lamentablemente la mitad de la pantalla no funcionaba, como comprobamos en la noche, debido a un golpe que la había astillado por la mitad. Pese a ello, en las noches don Rony prendía un pequeño generador de gasolina y hacía funcionar su televisor, para deleite de sus tres hijitas, y los niños de las casas vecinas, que se congregaban devotamente con algunos adultos para ver en esa media pantalla que funcionaba algunas películas, gracias a un Blu Ray que su hijita mayor manejaba a la perfección.
Cuando le preguntamos cómo se había roto la pantalla, don Rony nos dijo riendo que habían sido los niños, quizás un sobrino, que estaban jugando con una baleadora y habían ‘huicapeado” a la pantalla con una pepa de ungurahui. No parecía particularmente furioso por el hecho, pese a que le había costado mucho esfuerzo ahorrar para ese televisor, y estaba más bien preguntándonos si sabíamos de quién podría reparar el daño. Don Rony nos estuvo explicando las actividades que realizaba para “recursearse”, entre las que destacaban la pesca y la extracción de algunos recursos del bosque, como aguaje. Al estar esta comunidad relativamente cerca de Requena, podía pescar en la noche con trampa o con flecha (al inicio de la vaciante, los tucunarés son fáciles de picar en la noche en las palizadas de la quebrada, nos comentó) y llevar el pescado fresquito al mercado de Requena, adonde llegaba en unas dos y media a tres horas en su peque peque.
La televisión de don Rony me hizo recordar que en los años 80 vi un letrero en un barrio de Iquitos que anunciaba la rifa de un televisor, y decía (conservo una foto): ¡Gane un televisor y sea feliz toda su vida! Sé por experiencia que la vida en las comunidades indígenas es muy animada durante el día, pero las noches a oscuras se hacen bien largas y aburridas; así que no me cabe duda que la llegada de la televisión y del internet puede ser un aliciente más para que la gente no huya de las comunidades (junto con la mejora de los servicios de salud y educación, por supuesto). Mi amigo Italo precisamente ha estado trabajando para recuperar los equipos de los globos que Google regó por la Amazonía a fin de poner a prueba un servicio de internet gratuito para comunidades aisladas. ¡Esperemos que Google continúe con esa iniciativa!
Visitando otras comunidades indígenas en otras cuencas comprobé luego que es cada vez más frecuente encontrar televisores y equipos de música en las casas. Claro que suelen ser las familias más emprendedoras, lo que también se aprecia por el uso cada vez más generalizado de calaminas para los techos y de tablas aserradas para pisos y paredes de los cuartos. Hace unos 30 años, cuando yo viajaba por las comunidades de las cuencas de los ríos Tigre y Corrientes, no había una sola casa con techo de calamina, todos los techos eran de irapay o palmiche (en zonas donde abundan esas palmeras, típicas de zonas ‘de altura’ o no inundables) o shapaja, en las zonas más inundables. Las casas con piso y paredes de tablas aserradas eran muy raras. Recuerdo que en la comunidad de Piura, una de las que visité recientemente, me mostraron orgullosos la escuela construida de tablas fabricadas por ellos mismos a punta de hacha.
Cuando pregunto por qué se cambiaron a la calamina, la gente suele citar a la molestia de las las ratas que proliferan en los techos de hoja, y al trabajo que implicaba renovar cada pocos años la hoja. El que más dura es el techo de ‘palmiche’, pequeña palmera que solo se encuentra en algunos lugares, no es muy común, pero también da mucho trabajo porque las hojas se deben acomodar una por una en el mismo techo; ese techo puede llegar a durar hasta 20 años si está bien tejido. Los mejores techos de irapay (si las crisnejas son de hojas maduras y están tejidas bien juntas) pueden llegar a durar diez años o algo más, lo mismo que los de shapaja.
A la gente no parece importarles mucho el calor que produce la calamina cuando el sol golpea a medio día, ni el estruendo que las gotas de lluvia producen cuando golpean la calamina… ¡Nada comparable con el agradable sonido de la lluvia sobre un techo de hoja! El uso cada vez más generalizado de tablas, la mayoría aserradas con motosierra en la misma comunidad, también se explica por la creciente escasez de cashaponas y huacraponas en las cercanías de las comunidades, y las ventajas comparativas de un piso de tabla sobre uno de pona batida, donde no es raro que se produzcan huecos en las partes más delgadas, o donde cae una gotera.
Aunque no puedo dejar de sentir algo de nostalgia por esas hermosas casas tradicionales, con techo de hoja, piso de huacrapona, y paredes de cashapona (¡he visto algunas que eran unas auténticas obras de arte, incluyendo las malocas de los Achuar!) no cabe duda de que la gente tiene derecho a buscar lo que más le convenga para mejorar la calidad de vida de su familia.
Por cierto, del imparable cambio los techos de hoja a los techos de calamina se deriva un beneficio inesperado para los bosques, porque la cosecha de las hojas no siempre se hacía de modo sostenible. Por ejemplo, la palmera del irapay era cada vez más escasa porque muchos irapayeros cosechaban todas sus hojas, provocando su muerte de la planta. Por ello, en las zonas más explotadas y cercanas a comunidades grandes, los extractores tenían que internarse a veces varias horas monte adentro para conseguir su carga.
Particularmente depredados fueron los irapayales de las cuencas del Nanay y del Itaya, para abastecer el mercado de Iquitos. Varios proyectos intentaron implementar planes de manejo del irapay, con resultados muy modestos. En los puertos de Iquitos y al inicio de la carretera a Nauta se amontonaban hace pocos años miles de crisnejas de irapay, destinadas a los barrios marginales, dominados por casas rústicas, y para las granjas de pollos. Este mercado se reduce día a día, porque también la mayoría de las granjas han descartado el uso de hojas de irapay para sus galpones.
La shapaja, por su parte, con frecuencia es talada para cosechar sus hojas, porque les resulta más cómodo a los shapajeros este destructivo método que trepar al tronco para cosechar la media docena de hojas maduras. En este caso el daño es enorme, porque se talan palmeras muy gruesas y longevas, privando a la fauna silvestre de los frutos que les proveían. Esperemos que también esta práctica sea extirpada pronto, ¡aunque sea gracias a las calaminas!