Por: Ezequiel A. Alvarado Guevara
Jairo López es un humilde pintor de brocha grande. Su familia está compuesta por su mujer y sus cuatro menores hijos. Vive frente el cuartel «Vargas Guerra» del ejército, en una modesta vivienda de madera. Resulta que en los primeros días del mes de Agosto pasado, firma un contrato para pintar la fachada y los ambientes de un hotel en Santa Rosa, un pueblo asentado a la margen derecha del río Amazonas y frente al pueblo colombiano de Leticia.
Jairo López Pérez, con un ayudante suyo, previamente preparó el material, luego viajaron al mencionado pueblo de Santa Rosa, en donde la dueña del mismo les proporcionó un cuarto para los dos obreros. No sin antes asegurar Jairo a su mujer que volvería dentro de una semana a más tardar.
Resulta que luego de estar pintando durante tres días, una noche como a las once, Jairo escucha los gritos de Rosa Chanchari, dueña del hotel pidiendo auxilio. El pintor decide bajar amparado por una pequeña linterna, (Santa Rosa solamente tiene luz eléctrica hasta las 11 de la noche), y encuentra a Carlos Panduro, guardián del inmueble, tendido en el piso en medio de un charco de sangre.
Hecho esto, el asesino protegido por la oscuridad se fugó hacia Colombia. La víctima había recibido tres estocadas de cuchillo: una a la altura del corazón que por poco le compromete el órgano; otra a la altura de la vesícula sin tocarla felizmente, y la tercera a la altura de la tetilla derecha. La herida a la altura del corazón fue la más comprometida, pues la víctima cada vez que pronunciaba alguna palabra la sangre le salía a borbotones.
Al parecer, la dueña del hotel, Rosa Chanchari, tiene profundas rivalidades con su propia familia, quién habría contratado al asesino para acabar con ella, pero éste se confundió con su víctima, hiriendo al guardián del inmueble. Preso de susto, el ayudante de Jairo, abandonó Santa Rosa, dejando solo a su patrón.
Bien, Jairo López Pérez, al ver a la víctima tendido en medio de un charco de sangre, cuenta él, que no sabe de dónde sacó tanta fuerza, levantó al guardián con un peso aproximado de 80 kilos, y en un motocarro que le costó diez reales, lo condujo a la posta médica, en donde solamente había un enfermero de turno con poca experiencia. Pues al ver al herido tendido en una banca sin la atención inmediata, nuevamente lo levantó y lo llevó al puerto, alquiló un bote y lo llevó al hospital de Tabatinga. El pasaje le costó diez reales. Todo el dinero le salió del bolsillo. Como si esto fuera poco, ni siquiera le acompañó la dueña del hotel, quién presa de nervios se metió en la casa de su vecino.
Jairo, al llegar al otro extremo del río Amazonas, zona fronteriza, con el herido entre sus brazos, empapado de sangre, le sale al encuentro un soldado y le encañona con un arma de fuego. El militar pronunciaba palabras con fuerte tono que Jairo no le entendía absolutamente nada, ni el soldado le entendía a su intervenido. Jairo solamente atinó a enseñarle la víctima empapada en sangre. De alguna manera ambos se comprendieron y el hombre armado los acompañó hasta el hospital de Tabatinga en el Brasil.
Cuenta Jairo, que se sorprendió al ver en el hospital tanta modernidad. Ambientes con aire acondicionado, totalmente iluminados y bien equipados. El médico que los atendió demostró extremado empeño, quién de alguna manera se hacía entender con un escaso castellano. En algún momento, Jairo López Pérez ofreció su sangre al médico, quién le dijo que no era necesario, pues el hospital contaba con un banco de sangre.
Jairo lloró al ver cómo los intestinos rebalsaron fuera del estómago al hacerle el médico un corte al herido durante la operación. Siete días estuvo Jairo cuidando al herido en el hospital de Tabatinga. Jairo López Pérez, estaba decidido a sacrificar sus últimos reales que tenía en el bolsillo por un hermano que por primera vez lo conoció en circunstancias tan fatales. ¿Cuánto se le debe doctor? le preguntó al médico. Este le contestó a Jairo, «Nada nos deben». Totalmente gratis. Acompañante y paciente se despidieron del médico del hospital de Tabatinga totalmente satisfechos y sin gastar un solo céntimo y sin la exigencia del llamado SIS (Servicio Integral de Salud), un programa poco eficiente implantado en nuestro país.
Me parece buena la historia, pero es totalmente injusta la conclusión que el SIS es poco eficiente, creo que al autor le falta conocer el detalle de este seguro y verá que lo que en realidad falla es su gobierno regional y su inversiòn en salud, tiene que saber que el SIS es un ente financiador de las atenciones que realizan los prestadores y los prestadores (puestos, centros de salud y hospitales) son exclusiva responsabilidad de su gobierno regional y local.