- Autor amazónico que acaba de ser galardonado con el PREMIO CASA DE LA LITERATURA 2023 reafirma su creatividad con cuentos dirigidos a niños, pero de lectura general.
- Presentamos un fragmento de uno de los cuentos que tiene las ilustraciones de Gino Ceccarelli en portada y páginas interiores.
EL ANCIANO OROMA CUENTA SU VIDA A LOS NIÑOS
El anciano Oroma, a sus 100 años de edad, tenía una apariencia de un hombre de 70 años. Era más bien bajo de estatura. Grueso y fuerte, macuco, según el habla amazónica. Su piel cetrina sin arrugas. Si algo destacaba en ese hombre aparentemente común y corriente, eran sus ojos: pequeños, húmedos, profundos y enigmáticos. Nadie que era penetrado por esa mirada lo olvidaba.
Uno de sus más queridos amigos, el escritor Francisco Izquierdo Ríos, bromeaba diciendo que Oroma era tan, tan, tan viejo, que cuando nació la Selva amazónica todavía era césped. El mismo escritor, nacido en Saposoa, afirmaba que Oroma, debido a su vejez incalculable tenía grabados en su piel petroglifos como los registros que han dejado los pueblos antiguos en las piedras milenarias.
Pero el anciano Oroma se defendía de las bromas por su edad, esgrimiendo como una espada de humor la siguiente pregunta: ¿Quién ha dicho que los cabellos blancos y canosos son una muestra de vejez? Y él mismo se respondía, afirmando: “El pelo blanco no es señal de vejez, sino de sabiduría”.
Pero cuando sus amigos y en particular los niños le preguntaban por el secreto de su larga vida, respondía con un tono de misterio en la voz y un gesto picaresco en el rostro:
-El secreto de mi edad lo tenía mi madre. Ella me alimentaba con el corazón de las tortugas que viven más de 100 años y me daba de beber el jugo de la corteza de los árboles más viejos del bosque amazónico-, afirmaba con una gran sonrisa en el rostro redondo y cobrizo.
-Se afirma que tienes 100 años, pero no tienes ni una sola arruga en la cara-, le preguntaban burlonamente sus amigos. Muy suelto de huesos, respondía:
-Las únicas arrugas que tengo están en mi economía-.
El anciano Oroma había nacido en Terrabona, un pueblo viejo y misterioso como él. Circulaban en la memoria de las gentes y de los pueblos muchas versiones sobre el origen de Terrabona. Una de las versiones míticas afirmaba que el pueblo nació en la orilla del Amazonas donde crecían bosques de bubinzanas, esas plantas donde los dioses del agua, Yacurunas, Yacumamas y Sirenas, amarraban sus canoas para descansar en sus viajes interminables y sin tiempo.
La otra versión, más cercana a la historia, contaba que Terrabona había sido fundada por los Tupís-Guaraníes, en una de sus largas travesías en busca de la Tierra Sin Mal, un pueblo y una nación donde no existe la injusticia y donde reina la armonía perpetua entre los seres humanos y la Madre Naturaleza. De ahí la explicación de su nombre: Tierra Buena o Terrabona.
Nadie quedaba en Terrabona de su generación, de su tiempo, para contar la historia de su vida. Pero entre las personas mayores de Terrabona, vivían algunas que habían escuchado de sus mayores historias de su niñez, su adolescencia, juventud y madurez.
Tal como ahora se cuenta en el pueblo de las versiones recogidas de los mayores, el joven Oroma se internaba durante días, semanas y meses en el bosque, estudiando los secretos y propiedades de las plantas, observando la vida de los animales. Cuentan que después de algunos años de convivir con la Madre Naturaleza, Oroma escuchaba las voces de las plantas, dialogaba con ellas; conocía a tal punto sus secretos que era capaz de sostener conversaciones y celebrar, cantando, los ciclos de la vida de los árboles del bosque, de las flores y los frutos.