Llama la atención la cantidad de intentos y de suicidios consumados de menores de edad entre 14 y 16 años, que vienen siendo registrados en los partes policiales y fiscales como las estadísticas frías de lo que acontece en nuestra ciudad, a lo que se suman los hechos suicidas en otras ciudades de nuestra región Loreto.
Lo ocurrido al inicio de esta semana en Lima, el suicidio cinematográfico y escalofriante a la vez, al lanzarse desde el último piso de un edificio mientras impotentes espectadores del dramático episodio no podían, hacer nada más que implorar a Dios. Otros con suficiente temple se dedicaron a registrar con sus celulares la espantosa escena.
Entonces, leemos en estos dos párrafos y podemos redescubrir que algo no está funcionando nada bien. Más que todo en defensa de la salud mental de nuestra niñez y adolescencia. La carrera diaria por la subsistencia hace que no miremos los detalles sensibles y decidores de un presente y futuro ser humano con la calidez suficientemente recibida como para equilibrar sus emociones hasta el final de sus días.
Pero, vemos también con enorme preocupación las reacciones pasivas desde la familia, pasando por la comunidad y llegando a las autoridades de turno, para enfilar acciones que nos conduzcan al tratamiento oportuno en lo que respecta a la salud mental, desde el primer indicio de desequilibrio mostrado.
En Iquitos la Defensoría del Pueblo, a cargo de Diego Reátegui Rengifo, ha dicho con firmeza que «es necesario revertir la condición de postergación que tienen las políticas de Salud Mental en nuestro país y las precarias condiciones en que se brinda atención y tratamiento».
Si bien muchos hospitales atienden con psicólogos y psiquiatras, falta también actuar en prevención antes de ocurrir estallidos emocionales que desencadenen en suicidios. Como ciudadanos podemos exigir, pero la acción está en las autoridades. Esperamos no se sigan incrementando estos actos desesperados que ya no valoran la vida.