Por: José Álvarez Alonso
El hombre ha transformado el paisaje para fines agrícolas, urbanos o de defensa desde tiempos inmemoriales. Incluso antes de la sedentarización y la implantación de la agricultura, como demuestran los descubrimientos de Gobekli Tepe en Turquía. Los antiguos peruanos fueron maestros en domesticar el agua y los suelos tanto en la Costa como en las empinadas vertientes andinas, y ahí están para probarlo el casi millón de hectáreas de andenes, terrazas y waru warus, y los cientos de kilómetros de canales de riego.
Este nivel de transformación del paisaje no lo necesitaron los antiguos pueblos indígenas en la selva baja, porque la agricultura se practicaba, o bien en los relativamente efímeros suelos aluviales de las márgenes de los ríos grandes, los más fértiles, o en pequeñas chacras “de roza y quema” donde el empurmado o barbecho sigue siendo hasta ahora la mejor forma de recuperar la escasa fertilidad del suelo. Una excepción la representaron las “charaperas” descritas por antiguos misioneros y exploradores, estanques excavados al lado de las casas indígenas donde cuidaban las charapas que les servían como despensa durante casi todo el año.
No voy a hablar aquí de agricultura, sino de tres casos en Loreto (mencionados en el título) en que los cambiantes cauces de los ríos están amenazando los medios de vida de algunas comunidades. Comenzaré con el caso del lago Rimachi, conocido por los Candozi como “Musa Karusha”. Se trata del mayor lago y el más productivo de la Amazonía peruana. Localizado en el bajo Pastaza, provincia de Datem del Marañón, ha sido fuente de conflictos entre grupos indígenas por siglos, que se disputaban los abundantes recursos de sus aguas y de su humedales cercanos. Varias comunidades Candozi viven en su entorno, y la pesca es la principal fuente de proteínas y de ingresos económicos; actualmente manejan una cooperativa que vende pescado congelado (especialmente boquichico) en la localidad de San Lorenzo. La productividad de sus aguas, de color té cargado, es extraordinaria, gracias a los nutrientes aportados a los suelos por el río Pastaza desde los volcanes ecuatorianos.
Desde hace más de una década, sin embargo, las aguas del Pastaza, cargadas de sedimentos, comenzaron a ingresar por un caño que desemboca en pleno lago, provocando un proceso de enturbiado de sus aguas y de colmatación que está reduciendo significativamente tanto la profundidad como la extensión del lago, así como probablemente la productividad de sus aguas, al afectar la transparencia y la penetración de la luz solar. Si este proceso no se detiene, los Candozi, y Loreto con ellos, sufrirán una gran pérdida.
Los Candozi están obviamente preocupados, y han buscado ayuda en diversas instituciones desde hace años, sin resultados. Hará unos ocho años, en una visita a la comunidad de Musa Karusha, en la entrada del lago, los apus me comentaron preocupados sobre el problema y gestioné desde la Dirección General de Diversidad Biológica del MINAM, a mi cargo en ese tiempo, un estudio preliminar a cargo de especialistas de la Marina. Los expertos emitieron un informe donde daban algunas recomendaciones, pero no propusieron una solución efectiva al problema, porque indicaron se requerían más estudios. Profonanpe, que junto con AJE ayudó a financiar dicho estudio, coordinó luego con INDECI y el GOREL para declarar en emergencia el lago, pero no se logró nada.
Los Candozi la tenían clara: se trata de cortar el acceso del agua turbia del Pastaza al lago, así de simple. El caño Huangana no es muy ancho, yo lo vi, algo así como 20 m en aquel momento. Para cualquier ingeniero civil la solución sería relativamente fácil: colocar una barrera artificial, construyendo una represa de las palizadas y sedimentos que arrastra el Pastaca, eso sí, con un fuerte anclaje en el fondo del caño insertando tubos usados en perforación petrolera, que abundan en Loreto. Una operación relativamente barata y sencilla con la maquinaria y materiales modernos. Pero la burocracia parece inmune a las urgencias de la población más vulnerable.
Similar situación a la del lago Rimachi se está produciendo en la cocha El Dorado, una de las mejores y más bellas cochas de la Reserva Nacional Pacaya Samiria. Aunque está en la cabecera del río Yanayacu – Pucate, afluente del Marañón, el acceso a la cocha es por el Canal del Puinahua, un brazo del bajo Ucayali. Ahí también las aguas ricas en sedimentos del Ucayali han comenzado a entrar a la cocha: los moradores de la comunidad Manco Capac, usuarios y guardianes de la cocha, dicen que a través de un caño que los “infractores” (ilegales) estuvieron ampliando para poder ingresar a pescar.
Aquí también los sedimentos del Ucayali están colmatando y afectando la transparencia de las aguas de la cocha El Dorado. En algunos lugares está perdiendo aceleradamente profundidad, lo que limita enormemente el hábitat del paiche, la especie estrella, especialmente en vaciante.
Similar operación a la que se sugiere para el Rimachi se podría hacer aquí, para cerrar el ingreso de las aguas del Ucayali. Tendría aquí una ventaja adicional: se dificultaría de paso el ingreso de ilegales a la cocha, uno de los quebraderos de cabeza de los Yacutaita, el grupo de manejo que lleva cuidando esa cocha y manejando sus recursos con enorme éxito desde hace más de 25 años.
Finalmente, el último caso que he escuchado (seguro que hay más en Loreto) es el de la quebrada Parinari, que drena los aguajales del área de la comunidad de Parinari y desemboca en la misma comunidad. Aquí es el Marañón el que ha abierto un caño que ingresa por una curva en la cuenca alta de la quebrada, enviando aguas cargadas de sedimento que han colmatado el cauce, deteriorando su potencial pesquero y la calidad del agua (era la reserva alimenticia y fuente de agua de la comunidad). Creo que también aplica la solución sugerida para los casos anteriores.
Es posible que alguno cuestione que se trate de modificar lo que la madre naturaleza está haciendo o ha hecho. ¡Yo le diría que constantemente lo estamos haciendo, en la Amazonía y en todas partes! Mientras sea para mejorar ecosistemas o para evitar daños a los mismos, para beneficiar a las personas, ¡bienvenidas sean las intervenciones!
Por si alguien todavía insiste en el tema, voy a acabar rememorando una anécdota, de allende los mares. En el siglo XVII las autoridades de Madrid planificaron la canalización del río Manzanares, que cruza a la ciudad casi por la mitad, para hacerlo navegable, evitar los desbordes y ganar terreno para uso público. El proyecto encontró una firme oposición en un sector de teólogos, que argumentaban que la modificación del cauce de un río, al ser un elemento de la Creación divina, constituía un atentado contra el orden natural, y por tanto, iba contra la voluntad de Dios. Aunque finalmente el río fue canalizado, el caso ha pasado a la historia como ejemplo de una percepción bastante rígida, en este caso desde la religión, de lo que significa “orden natural” o “equilibrio de la naturaleza”.