Titulares

¿Por qué no pierdes tu optimismo?

Por: José Álvarez Alonso

Andrew Wingfield, profesor de la Universidad George Mason, en EE.UU., me entrevistó hace un tiempo en el marco de una investigación sobre la Amazonía. Ambos estábamos participando en un Congreso de la FECONAMAI, Federación de Comunidades Nativas Maijuna, que tuvo lugar en la comunidad de Sucusari, bajo Napo. Me hizo un montón de preguntas y aparentemente quedó satisfecho con la entrevista. Sin embargo, unas horas después se me acercó y me dijo. “Pepe, tengo todavía otra pregunta para ti. En mi entrevista contigo, y luego en las conversaciones con el resto del equipo y en las sesiones del congreso, he podido apreciar tu optimismo. Me sorprende un poco, porque todo apunta a que los problemas de la Amazonía crecen y se agravan cada día. ¿Por qué no pierdes tu optimismo?”
Me sorprendió su perspicacia, y le contesté más o menos así: “Esa pregunta me la han hecho varias personas en los últimos años. Mira, mi optimismo no se fundamenta en la posible fe que yo pueda tener en ciertas instituciones, o en los líderes políticos actuales; no cabe duda de que las estadísticas que se publican periódicamente sobre las actividades ilícitas, la deforestación y los extremos climáticos alientan el pesimismo. Mi optimismo se basa en la gente con la que trato en las comunidades indígenas y ribereñas. Esa buena gente (le dije señalando a la serie de personas que a esas horas de la tarde se movían por la comunidad Sucusari, llena en ese momento de delegados de comunidades del Napo y el Putumayo). Esta gente es honesta, trabajadora, bien intencionada, preocupada seriamente por el futuro de sus hijos, y está dispuesta a luchar por un futuro mejor para ellos.”
“Está bien, me dijo entonces Andrew. Pero entonces, ¿qué es lo que falta para que ese futuro mejor se haga realidad?”
“Lo que les faltan a las comunidades amazónicas son herramientas técnicas, legales y financieras para hacer posible ese futuro mejor al que aspiran”, le contesté. “Se ha invertido ciertamente significativos recursos en la Amazonía, pero la mayor parte se fue a inversiones “no productivas”, a fierro y cemento, lastradas con frecuencia por la corrupción. Poco se ha invertido en crear condiciones para el desarrollo productivo de las más de cinco mil comunidades amazónicas que hay solo en Perú, basado en el enorme capital que atesoran en sus territorios, con instrumentos para asegurarles jurídicamente sus derechos y el acceso formal a los recursos del bosque, y ayudándoles con herramientas y capacitación para impulsar bioemprendimientos que pongan en valor los recursos que todavía abundan en sus bosques. También, sin duda, requieren apoyo para conectarse con aliados que aporten conocimiento, tecnología, financiamiento y conexiones (por ejemplo, universidades y empresas responsables), y con mercados que paguen precios preferentes por esos tesoros. ¡Felizmente los hay, y cada día más!”
Las últimas semanas he tenido oportunidad de acompañar a sendas misiones de dos de las más prestigiosas universidades norteamericanas (Harvard y MIT, el famoso Instituto Tecnológico de Massachussetts) en visitas a varias comunidades de Loreto donde se desarrollan bioemprendimientos con base en los recursos no maderables del bosque. Estas universidades, que han producido decenas de premios Nobel, junto con otras que planean visitar Loreto en los próximos meses, han mostrado su interés en aportar lo mejor de la ciencia y la tecnología a su disposición para ayudar a solucionar algunos de los problemas de las comunidades indígenas. Especial interés tienen en las cadenas de valor de recursos del bosque, donde ciertos cuellos de botella técnicos impiden que se consoliden y escalen para que lleguen con sus productos a nivel global.
Súperfrutos como el aguaje y el ungurahui, por ejemplo, tan abundantes en nuestros bosques y con destacadas cualidades nutracéuticas y cosméticas (demandadas de forma creciente por el mercado), podrían estar posicionadas en mercados globales como ya lo ha hecho el açaí brasileño. ¿Por qué no han despegado? Esa es una pregunta que estos investigadores están tratando de responder y abordar, entre otros problemas.
Que investigadores altamente cualificados y con recursos aborden problemas científicos y técnicos vinculados con la economía de las comunidades amazónicas tiene una enorme relevancia. En el pasado, y en gran medida hasta ahora, la mayor parte de los esfuerzos científicos y tecnológicos se han concentrado ‘mejorar’ la agricultura y la ganadería amazónicas, bajo el supuesto (hoy negado) de que tenían un gran potencial, con endebles resultados como todo el mundo puede comprobar. Es decir, han promovido la tala de bosques, degradando tierras con nula aptitud agrícola que en su mayor parte están ahora abandonadas. Las enormes limitaciones del ecosistema amazónico para el desarrollo agropecuario, a las que se suman ahora las derivadas del cambio climático y los compromisos ambientales a los que se obliga el Perú, no auguran un mejor futuro en esa línea. Sin embargo, muy escasos esfuerzos y financiamiento se han orientado de poner en valor los innumerables recursos (y servicios) de los bosques, la mayoría de los cuales felizmente se salvaron en Perú de esa malhadada fiebre agropecuaria. Esto también me hace abrigar esperanzas.
Los investigadores norteamericanos también visitaron emprendimientos privados como RAFSAC – MAKI, en Iquitos, y AJE con su asociada Amarumayu, las que están trabajando con frutos amazónicos silvestres. Ambas procesan frutos adquiridos a comunidades formalizadas y capacitadas en técnicas de cosecha sostenibles, incluyendo las que cuentan con certificación del SERNANP (“Aliados por la conservación”), lo que es prueba de que manejan formal y sosteniblemente sus bosques. Algo muy importante, por cierto, pues todavía la mayor parte del aguaje y del ungurahui que se extrae y comercializa en Loreto proviene de la tala de miles de palmeras (¡más de 200 mil al año solo de aguaje!) Actualmente AJE ya está trabajando con cerca de 50 comunidades, no sólo en la Amazonía peruana, sino en Ecuador, Colombia, Guatemala y México, y ya están exportando sus bebidas a Estados Unidos y a Europa.
Otras empresas loretanas, como FRUTAMA y D’Souza, trabajan en la misma línea. Esto también me hace abrigar esperanzas. Necesitamos más empresas responsables que ayuden las comunidades a generar ingresos de los recursos de sus bosques conectándolos con mercados globales, lo que creará sin duda un poderoso incentivo para conservarlos. El futuro de Loreto depende de ello.