POKEMON CHARIZAR Y LA GLOBALIZACIÓN

Por: José Álvarez Alonso

Escucho la conversación telefónica de mi hijo loretano de 10 años con su primo español de similar edad, cada uno en diferente hemisferio y continente, sobre el juego online de Pokemon, de moda actualmente entre niños de su edad. Separados por 10,000 km de océano, montañas y selvas, utilizan expresiones inteligibles para ellos y extrañas para mí, como «Geratina, Charizar, Dialga, Empolion, Entei, Pokemon Legendario, Thiplosion, Nivel 100, Ataque Placaje, etc.». Miles de expresiones como éstas han entrado al lenguaje común de niños de todo el Mundo en apenas un lustro. Hoy, la mayoría de niños y jóvenes en zonas urbanas utilizan en buena medida términos comunes, tienen aficiones bastante comunes en juegos y libros, y ven similares programas de TV. Esto era impensable hace apenas una generación.

En el campamento de indígenas sin contacto con el mundo occidental fotografiado hace cuatro años en el río Piedras aparece una ollita de aluminio renegrida, probablemente fabricada en China… (Foto Soc. Zool. de Frankfurt)
En el campamento de indígenas sin contacto con el mundo occidental fotografiado hace cuatro años en el río Piedras aparece una ollita de aluminio renegrida, probablemente fabricada en China… (Foto Soc. Zool. de Frankfurt)

La globalización está uniformizando y cambiando el mundo a un ritmo sin precedentes, debido a los avances de las comunicaciones y las tecnologías, aunque no es nueva en el Mundo. El Imperio Romano fue quizás el primer ejemplo de globalización en el hemisferio occidental, hace más de 2,000 años. Se dice que al poco tiempo que los Galos, de lo que actualmente es Francia, fueron anexados al Imperio Romano por Julio César, adquirieron tal afición al vino importado de Roma (desconocido antes para ellos, bebedores del hidromiel celta) que enajenaron casi todos sus objetos de oro y plata para obtener de los comerciantes el preciado brebaje. Cualquier similitud con lo que ocurrió con los indígenas norteamericanos con el «agua de fuego» (alcohol) de los blancos, y actualmente con algunos amazónicos con el aguardiente, no es pura casualidad…

La globalización no es nueva

Durante los casi siete siglos que Roma dominó el Mediterráneo, en todos los países romanizados, poblados por cientos de tribus y pueblos muy disímiles racial y culturalmente (aún hoy) se impuso, en buena medida, una lengua común, una religión oficial común, y fueron adoptados algunos rasgos culturales comunes (como el gusto por los «juegos» -luchas de gladiadores y carreras de caballos-, el teatro o los baños públicos), e incluso estilos de vestido y comida comunes (la túnica romana y la famosa salsa de atún ‘garum’, por ejemplo, se extendieron por doquier). Algunos de los rasgos de esta ‘globalización’ mediterránea no eran originarios de Roma, sin embargo: por ejemplo, varios cultos orientales, como el de la diosa egipcia Isis, o la fenicia Astarté, y por supuesto el cristianismo, se extendieron por buena parte del imperio durante los primeros siglos de nuestra era.

Hoy día se puede decir que sólo los pueblos indígenas más aislados, los llamados pueblos no contactados o «indígenas en aislamiento voluntario» (PIAV), apenas unos miles de personas en todo el Mundo, son hasta cierto punto ajenos a la globalización. Y digo ‘hasta cierto punto’ porque también los PIAV son marginalmente afectados por ella: el cambio climático y el ingreso de empresas extractivas (petróleo, oro, maderas, etc.) a sus territorios está degradando su entorno y poniendo en riesgo su supervivencia. Cuando hace unos tres años fue filmado y fotografiado desde una avioneta un campamento de indígenas no contactados en el alto Río Piedras, se pudo observar en las fotografías, al lado de una de las chozas, una vieja ollita de aluminio, negra por el hollín. Quizás la hallaron en un campamento abandonado, o en el río, pero lo cierto es que un objeto probablemente fabricado a más de 20,000 km en China, había llegado a manos de uno de los grupos más aislados del planeta.

La globalización tiene sus aspectos positivos, al comunicar a los pueblos, abrir mercados y extender por todas partes ciertos bienes, usos y tecnologías útiles, creando prosperidad económica, pero tiene también cosas muy, muy negativas. Las sociedades que no están preparadas para enfrentar sus deletéreos efectos sufren auténticas catástrofes culturales y sociales. Un ejemplo de esto es la desintegración cultural y social de pueblos indígenas al entrar en contacto con la civilización que conocemos como «occidental». En algunos casos extremos, en menos de dos o tres generaciones pueblos completos -naciones indígenas con cultura, cosmovisión e idioma propios- han desaparecido como tales, y han sido absorbidos por la sociedad y cultura dominantes, lo que sin duda es una gran pérdida no sólo para ellos sino para la Humanidad.

Cada idioma y cada cultura, al igual que los seres humanos que son sus creadores y depositarios, tienen sus propios valores intrínsecos. Hoy nadie duda que todos los seres humanos tienen derecho a una vida en sus propios términos, con su propia lengua y cultura, y a relacionarse con el resto del mundo sin dejar de ser lo que son.

Rescatando lo valioso de uno y otro mundo

La gran pregunta es si es esto posible en el escenario actual de la avasalladora globalización. Sí y no. Es posible conservar una parte, pero es obvio que no todo puede ser preservado: la tendencia a uniformizar es demasiado poderosa, y el atractivo de las nuevas modas, del consumismo de productos y objetos «globalizados» es demasiado alto como para que la gente pueda ser ajeno a ellos. Un teléfono celular, un MP3, un blue jean o una coca cola, son y serán atractivos por mucho tiempo tanto para un joven de un barrio de París o Nueva York, como para un joven indígena amazónico con una vinculación incipiente con el mercado.

El reto no es tratar de impedir el acceso de los pueblos amazónicos a los productos, servicios y tecnologías que trae la globalización, algunos de los cuales sin duda nos hacen la vida más fácil (con seguridad no todos), sino tratar de salvar al menos lo esencial, especialmente los valores y rasgos culturales que definen a un pueblo como tal, que lo diferencian de otro y hacen sentir a su gente con una identidad, un sentido de pertenencia a un entorno en el que se sienten integrados, a un grupo humano, con un pasado que los une, con un idioma que los distingue de los demás, pero que al mismo tiempo es su carta de presentación al resto del mundo como pueblo con características propias.

Es claro que cada pueblo debe buscar su camino, cada persona decidir sus límites y equilibrio. Y es claro también que cada día los indígenas de diferentes pueblos, tanto en zonas urbanas como rurales, están «optando», «tomando decisiones», muchas veces sin darse cuenta, en torno a seguir con sus tradiciones y afirmarse en sus valores culturales, o dejarse arrastrar por la uniformización globalizante que lo va copando todo.

Algunos lo están logrando

Hay, sin embargo, pueblos que podríamos considerar hasta cierto punto como un ejemplo, porque han logrado mejorar substancialmente sus condiciones socioeconómicas conservando su cultura, su identidad, incluyendo idioma y en algunos casos vestimenta; son reconocidos por esto algunos pueblos nórdicos (Inuit, Lapones); más cerca de nosotros, en América, a los Otavalo en Ecuador, o los Kuna en Panamá. Por regla general, la vinculación con tus territorios ancestrales es clave para esto, aunque hay casos en que algunos pueblos logran preservar buena parte de su acervo cultura aún fuera de su territorio.

En nuestro país tenemos a los Quechuas y Aimaras, y entre los amazónicos a los Shipibos, que están luchando por conservar su identidad cultural aún fuera de sus territorios tradicionales, y estando bastante integrados económica y socialmente a la sociedad ‘occidental’ (como es el caso de los Shipibo que viven en el barrio de Cantagallo, en Lima, y siguen luchando por tener una escuela bilingüe donde se enseñe a sus niños y niñas en su lengua y de acuerdo a su cultura). ¿Cuál será el camino para los pueblos amazónicos? Una difícil decisión que no deben demorar en tomar, ante el avance avasallador de la globalización.

Ésta es una decisión personal, pero entre los indígenas tiene mucho peso lo familiar, lo colectivo. Aquí deben cumplir un importante rol las organizaciones indígenas y otro tipo de nuevos colectivos, sobre todo de jóvenes indígenas (como artistas plásticos, músicos, etc.), que deben trabajar por revalorar la identidad indígena y ayudar a tomar conciencia del riesgo de la aculturación, enfrentando ese monstruo que amenaza con uniformizarlo todo…

Finalmente, poco hay más patético que una persona desarraigada, pugnando por integrarse malamente a una sociedad que no la acepta, tratando vanamente de imitar unos rasgos culturales ajenos, y de olvidar sus raíces y su identidad…