Vocación de Negocio
María camina sin detenerse a pesar que está muy cansada, avanza con la mirada fija y lastimada, sus latidos van más rápido que los colectivos que pasan a gran velocidad por su costado; ya no puede llorar, solo le acompaña el sudor que besa su rostro angustiado, desesperado, quisiera correr, llegar más rápido, pero ya no tiene fuerzas para desgastarlas, mantiene la marcha, venciendo la edad que intenta quitarle los pasos, sus pensamientos son una agonía, Juan, con quien compartió sus anhelos, penas y esperanzas, está muriendo, tendido en la cama de la casa de madera e Irapay, que aguardó los momentos que compartieron.
Las personas la miran, ella está paralizada, no puede pronunciar ni una palabra, se cabello cenizo refleja la supervivencia que se va terminando; ya está cerca, un lugar donde hay doctores que podrán ayudar a su compañero, acudir a su rescate; intenta aumentar el ritmo, pero sus pies descalzos le recuerden la aspereza de la berma, de la vida, el desborde del río afectó el lugar donde vive, inundando los accesos y salidas, contaminando la salud y el bienestar del pueblo que pone a los políticos en mejores condiciones de vida, el agua baña cada rincón por debajo de la casa, donde las heces, zancudos, y enfermedades nadan esperando ser absorbidos por algún incauto.
“Hay hija, vamos pues a la ciudad, a ver cómo es eso que dice la monjita de que ayudan a tener hijos, de repente así podremos tener nuestro llullito” “No llores María, por algo será que diosito no quiere que tengamos hijitos, de donde vamos a sacar esa cantidad de dinero” “Hija nos vamos a quedar en la ciudad, vamos a chambear duro de repente algún día podamos pagar a esos doctores” “Yo me siento feliz contigo mujer, sin hijos o con hijos, con solo estar contigo no necesito nada, volvamos a nuestra chacrita” “Así es la vida hija, acá no todos somos iguales, acá todo tiene precio, la voluntad, la amistad, el servicio, que culpa tenemos nosotros de querer una familia” “Me asaltaron unos muchachos en el oscuro de la esquina, ni un policía, nadie que me ayudara, se llevaron toda la plata” María recuerda todo el esfuerzo que hizo su amado Juan para poder pagar el tratamiento médico que iba a permitirle ser madre, vinieron del campo a la ciudad muy jóvenes, pasaron más de sesenta años que les reconfirmó que sus destino era estar solos pero juntos.
Entra a la Clínica, sus palabras fluyen con sollozo, se le baja la presión al escuchar que le niegan ir por su marido, no es asegurada, no pueden ayudarla por mas emergencia que pueda ocurrir con un ser humano que necesita de los dones que la energía dio a ciertas personas para realizarse antes que otros, con la finalidad espiritual de devolver la gratitud, pero se da cuenta, que una vez más se encuentra ante la situación en la que el conocimiento del hombre, la evolución, no contribuirá a dar la mano a personas que necesitan, que no cuentan con los medios económicos por la realidad en la que se desarrollaron, y no porque no les dio la gana.
Le dicen que llame al Hospital que asiste a los pobres, a la última escala que diferencia y marca el dinero, algunos pacientes presentes llaman a la ambulancia, pero María sabe que el tiempo se acaba, era el lugar más cercano, hasta que lleguen tal vez Juan ya no tenga vida.
Sale corriendo de la Clínica Privada, ya no le importa nada más que llegar y agarrar la mano de su luchador, acariciarlo, agradecerle todo lo que hizo por ella, dejar su pueblo, trabajar arduo y al final no conseguir nada por lo que vinieron. Corre como un alma joven en busca de sus sueños, las lágrimas vuelven como el río que se desbordó de su cauce, corre María… corre esperando abrazarlo mientras aún tenga suspiros…