Fernando Herman Moberg Tobies
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Con Pecado Incrustado
Amelia corre de una pared a otra, el sol aún ilumina la sala de la casa, grita desesperada: “¡Papitoooo, papitoooo, deja ya de golpear a mi mamá!” (Llora…) “¡Ya no le pegues a mi mamá por favor, papito por favor….!”
La madre yace sentada en el suelo como trapo despreciado, sin levantar la mirada una vez más humillada, trata de no emitir sonidos que demuestren más el calvario que tiene que soportar. La niña mira el escenario, tiene miedo de acercarse, sabe que su llanto no puede solucionar nada; el padre luce no presente en sus pensamientos, solo agita la mano como látigo que castiga sin remordimientos a un ser que no aprecias ni lo mas mínimo, emite palabras hirientes para fundir no solo el cuerpo que está maltratando, sino para introducirle su miseria hasta el alma, no existe razonamiento, ha desaparecido, el animal ataca a su víctima sin piedad.
Amelia, se rindió, se tapa los oídos y el rostro con la almohada, echada en el piso a unos metros de la violencia, cierra los ojos, quisiera huir, pero no tiene a donde ir, no puede abandonar a su madre; su pequeño grado de experiencia no le permite comprender esta situación, no logra asimilar lo que está viendo, como su padre destroza nuevamente la dignidad de su madre sin que aparentemente exista amor con el que deberían convivir. De pronto, él, se detiene, está muy agitado, como si hubiera corrido desesperado hasta el fin del mundo, su mirada está desorbitada, el vacío ha emitido sus vibraciones, removiendo los recuerdos que activan inconscientemente la debilidad de sus malditas frustraciones; se acomoda la camisa, mira a su hija con la culpa que empieza a cobrarle por sus acciones, se seca el sudor impregnado de sentimientos enfermos, camina hacia la puerta y sale de la casa.
La madre no tiene palabras, sus lamentos se confunden con sus gemidos de dolor, Amelia la acaricia con ternura, su sana ilusión le hace considerar que las palabras de aliento que ella recibe cuando esta triste, servirán, le dice: “Mamita tranquila ya no llores, tranquila mamita, ya va a pasar, todo va a estar bien, yo estoy acá para ti mamita”.
“¿Qué va a pasar con mi hija?” “No quisiera que algún día su esposo le haga lo mismo” “No puede estar viendo que me hacen esto” “Pobre mi hijita”. Son los pensamientos que dan vueltas por su cabeza mientras siente la presencia de su amada hija Amalia, inocente a su lado; siente una gran presión en su pecho, sus latidos le transmiten que si su querida hija no utiliza la inteligencia para sus decisiones, acabará siendo una estadística más, manchada de decisiones que la estancarán, por no huir cuando hay algo en el interior que nos dice no pienses, huye, no consideres que la soledad acabará contigo, porque no es así, te hará más fuerte, más sabia, no le des mucha vuelta en que tu vida se volvería más complicada, porque mientras tengas las ganas de vencer lo que no es justo, siempre llegará la bendición, no desistas…
“¿Señor Director que pasó, porque me hizo llamar?” Pregunta el padre de Amalia sentado en la Dirección de la Secundaria donde estudia. El Director responde: “Amalia ha mordido a una alumna, le ha desgarrado el brazo, sus padres van a denunciarlos, y su hija será retirada de la institución”.
La ira aumenta sin complicaciones en su personalidad, no logra aceptar lo que le acaban de decir, expulsan del colegio por agresiva a su pequeña Amelia, sabe que tiene toda la responsabilidad de lo que esta sucediendo, al parecer la inocencia ya fue corrompida por los esquemas que dio; las lágrimas bajan por su rostro con un pesar que apaga la esperanza, y el poco brillo de bondad que uno pueda tener, su hija ha respondido ante una situación que no pudo manejar, de la misma manera en la que él, en casa, al parecer demostró que es la manera de proceder.