- Dos grandes apóstoles de la fe cristiana:
Por: Adolfo Ramírez del Aguila.
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Si revisamos el calendario católico, casi todos los santos tienen un día asignado para su festividad: San Juan, Santa Rosa, San Martín de Porres, etc. excepto el pobre San Pablo que fue agregado en la festividad de San Pedro (29 de junio). La supremacía de Pedro, la «piedra» al cual Jesús le entrega las mismísimas llaves del reino de los cielos (Mt 16, 18-19), texto que sirvió además para crear el papado católico, opaca definitivamente a la figura del otro gran apóstol.
La historia de Pablo, narrada por la propia Biblia, es de película. Paulo de Tarso, su nombre antes de convertirse al cristianismo, aparece por primera vez en escena, como un perseguidor encarnecido de los discípulos de Jesús resucitado; y es que el joven Pablo, un fariseo rabioso ultraconservador de la tradición judía, se enroló voluntariamente como guardián de la ortodoxia promovida por el sanedrín judío. La escena de la lapidación (apedreamiento) de Esteban, marcó la primera aparición bíblica de Pablo, avalando un crimen religioso (He 7, 58)
Camino a Damasco, buscando cristianos para encarcelarlos, una luz potente, la luz de Cristo resucitado, le tumbó del caballo; de esa luz salió una voz inquietante que le dijo: «Saulo, Saulo ¿Por qué me persigues?» Y Saulo preguntó: «¿Quién eres Señor?» La voz le contestó: «Yo soy Jesús, el mismo a quién estás persiguiendo» (He 9, 4-5). Así quedó marcada para siempre su conversión a la fe en Jesús. Inmediatamente se puso al servicio del reino de Dios y fundó casi todas las primeras comunidades cristianas fuera de Jerusalén, incluso en la capital del imperio, Roma.
De ese itinerario misionero dedicado a los pueblos no judíos, son las cartas que están en la Biblia, las cartas paulinas, enviadas a los conversos de Colosas (carta a los colosenses), Filipos (carta a los filipenses), Tesalónica (carta a los tesalonicenses), Roma (carta a los romanos) y a los creyentes de Corinto (carta a los corintios). La Iglesia de hoy, sigue el gran ejemplo de este impetuoso misionero, transmitiendo la Buena Noticia de Jesús utilizando los medios de comunicación actuales: Facebook, twitter, chat, e-book, internet, televisión, radio, periódico y revista.
En Iquitos, capital de la vasta Amazonía peruana, hay una librería que está inspirada en la didáctica de este gran santo: «Librería las paulinas». Si en el primer siglo del cristianismo, las cartas de Pablo eran lo último en tecnologías de la comunicación, ahora, veinte siglos después, la ciencia con un clic ha revolucionado la manera de transmitir un mensaje.
La Iglesia primitiva de Cristo, empezó a crecer por todo el mundo de ese entones, gracias a la acción misionera de Pablo. Eran épocas del Imperio romano del primer siglo de nuestra era.
Entre Pedro y Pablo hay notables diferencias doctrinales y pastorales. El judaísmo tradicionalista y conservador de Pedro, entra muy pronto en confrontación con el cristianismo abierto de Pablo. El cristianismo paulino se incultura en la gente de cada lugar, respetando su contexto, sin imponer necesariamente la fe. Pablo comunica la cruz de Cristo, el dolor humano, la persecución y el odio, al calor de la luz radiante de Cristo resucitado. Para seguir a Cristo se hace necesario caerse del caballo de una religión que cuida su status quo, por otra nueva vida que camina en sandalias predicando el Evangelio con convicción y alegría.
Hoy en día estas dos tendencias, la ortodoxia de Pedro y la heterodoxia de Pablo, después de dos mil años, sobreviven aun en el cristianismo contemporáneo, como dos corrientes misioneras y teológicas que generan debate en la Iglesia de Cristo. Dos apóstoles de los cuales hay que tener en cuenta su legado, para alejar a la Iglesia de la tentación del pensamiento único; dos tendencias pastorales que nos recuerdan, que la doctrina muchas veces tiene que evolucionar a la luz de Cristo.
Es famoso el pasaje bíblico en donde Pablo muestra su certera crítica a Pedro en Antioquía. Narrada en la carta a los Gálatas (Gal 2,11-14) los judíos cristianos querían imponer los ritos de la pureza mosaica (Ley del Antiguo Testamento) a los nuevos cristianos no judíos, imponiéndoles cargas que ni ellos mismos podían soportar, mostrando su gran hipocresía. Uno de esos judíos cristianos criticados por Pablo, era el primer papa, Pedro. El otro gran tema de debate petrino-paulino, fue sobre la justificación de la fe. Pablo proclamaba que la fe en Cristo es la que salva gratuitamente y no la obligación de las obras según la ley de Moisés.
Hoy en día, hay católicos que creemos, que ir a misa, bautizarse con padrinos, dar limosna y confesarse por lo menos una vez al año, es la mayor garantía para tener visa al cielo; nos olvidamos, que Pablo planteó hace veinte siglos que Dios regala gratuitamente su salvación a los que incluso no se la merecen, ni reúnen los requisitos de santidad. Viejos debates para actuales realidades. Ahora entiendo por qué sabiamente se les puso a los dos juntos, Pedro y Pablo, como planteando un debate necesario.
Que en la festividad de San Pedro y San Pablo (este miércoles 29 de junio), feriado nacional, meditemos sobre nuestra propia creencia, cuestionando nuestras prácticas religiosas, distinguiendo lo esencial de lo prescindible, el fondo de la forma, la pulpa de la cáscara, la espiritualidad del sacramentalismo. Invito a todos mis lectores a leer las cartas de Pablo. Desempolve su Biblia y actualice su fe dormitada en una religiosidad muchas veces alienante y pegada a las costumbres y tradiciones; cáigase de su caballo y escuche la voz del resucitado que le invitará, como hace dos mil años, a una nueva vida desde la cruz salvadora.
¡Felices fiestas de Pedro y de Pablo! Amén.
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