PASIÓN Y MUERTE, LAS SIETE PALABRAS.

las-7-palabras-de-jesus-en-la-cruz1. “PADRE, PERDÓNALES PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN”

Es la primera Palabra pronunciada por Jesús en la Cruz.  Se ve envuelto en un mar de insultos, escupitajos, burlas y blasfemias. Lo hacen los que pasan por el camino, los jefes de los judíos, los dos malhechores que han sido crucificados junto a Él, y también los soldados. Se mofan de Él diciendo: “Si eres hijo de Dios, baja de la Cruz y creeremos en ti”. “Ha puesto su confianza en Dios, que Él lo libre ahora”. La humanidad entera, representada por los personajes allí presentes, se ensaña contra Él. “Me dejareis sólo”, había dicho Jesús a sus discípulos. Y ahora está solo, entre el Cielo y la tierra. Jesús no solo perdona, sino que pide el perdón de su Padre para los que lo han entregado a la muerte.

Jesús nos enseña a amar al prójimo, a nuestros padres, hijos y amigos, pero también a nuestros enemigos, a rezar por ellos. También a perdonar todas las afrentas. Perdonar 70 veces siete, es decir siempre debemos perdonar. Cómo sería el mundo, si cumpliríamos este mandato divino.

2. “TE LO ASEGURO: HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO”
Sobre la colina del Calvario había otras dos cruces. El Evangelio dice que, junto a Jesús, fueron crucificados dos malhechores. Aunque para los tres la pena era la misma, sin embargo, cada uno moría por una causa distinta.

Uno de los malhechores blasfemaba diciendo: “¿No eres Tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros!”. Era un hombre desesperado, que gritaba de rabia contra todo.
Pero el otro malhechor se sintió impresionado por Jesús. Lo había visto lleno de una paz infinita, lleno de mansedumbre. Era distinto de todo lo que había conocido hasta entonces. Incluso le había oído pedir perdón para los que le ofendían.

Entonces le hace esta súplica, sencilla, pero llena de vida: “Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”. Se acordó de improviso que había un Dios al que se podía pedir paz, como los pobres piden a los pudientes y autoridades.

¡Cuántas súplicas hacemos a los hombres, y qué pocas le hacemos a Dios!… Y Jesús que no había hablado cuando el otro malhechor le injuriaba, volvió la cabeza para decirle: “Te lo aseguro. Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Jesús siempre espera que nos arrepintamos de los pecados cometidos, que cambiemos de rumbo nuestras vidas, para darnos el premio mayor de estar eternamente con Él.
3.  “MUJER, AHÍ TIENES A TU HIJO”. “AHÍ TIENES A TU MADRE”
Junto a la Cruz estaba también María, su Madre. La presencia de María junto a la Cruz fue para Jesús un motivo de alivio, pero también de dolor.

Era la presencia de una mujer, ya viuda desde hacía años, que iba a perder a su Hijo. Viven el mismo drama de tantas madres e hijos, reunidos a la hora de la muerte.

Al ver Jesús a su Madre, presente allí, junto a la Cruz, evocó toda una estela de recuerdos gratos que habían vivido juntos en Nazaret, en Caná, en Jerusalén. Sobre sus rodillas había aprendido la primera oración con que un niño judío invocaba a Dios. Agarrado de su mano, había ido muchas veces a la Pascua de Jerusalén… Habían hablado tantas veces que el uno conocía todas las intimidades del otro.

Pero la presencia de María junto a la Cruz no es simplemente la de una Madre junto a un Hijo que muere. Esta presencia va a tener un significado mucho más grande. Jesús en la Cruz le va a confiar a María una nueva maternidad. Dios la eligió desde siempre para ser Madre de Jesús, pero también para ser Madre de los hombres, madre de nosotros. La persona que intercederá ante Él en nuestras tribulaciones y nos pide amarla, y le pide a ella que nos ame, en la relación madre hijo, e hijo madre, que se expresa en todos el mundo como Guadalupe, Lourdes, etc.
4.  “DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO”
Son casi las tres de la tarde en el Calvario y Jesús está haciendo los últimos esfuerzos por hacer llegar un poco de aire a sus pulmones. Sus ojos están borrosos de sangre y sudor. Y en este momento, incorporándose, como puede, grita: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
No había gritado en el huerto de los Olivos, cuando sus venas reventaron por la tensión que vivía. No había gritado en la flagelación, ni cuando le colocaron la corona de espinas.
Ni siquiera lo había hecho en el momento en que le clavaron a la Cruz. Jesús grita ahora. Jesús, el Hijo único, se siente abandonado de su Padre.
Este momento de la Pasión de Jesús, es el más doloroso para Él de toda la Redención. El verdadero drama de la Pasión Jesús lo vivió en este abandono de su padre.
Y en este abandono, descubrimos el inmenso amor que tiene por los hombres y hasta dónde fue capaz de llegar por amor a su Padre y a nosotros.
Es el abandono de los padres a los hijos y de estos a sus progenitores, es el gemido de los hijos sin padre, y de los ancianos abandonados en asilos; es el abandono de la sociedad y los gobiernos a los necesitados de educación y de salud de calidad y  de trabajo. Es la falta de equidad e inclusión de los gobiernos, es el racismo y la xenofobia que embarga a la sociedad.

5.  “TENGO SED”
Uno de los más terribles tormentos de los crucificados era la sed. La deshidratación que sufrían, debida a la pérdida de sangre, era un tormento durísimo. Y Jesús, por lo que sabemos, no había bebido desde la tarde anterior.
Expresó en aquel momento estar necesitado de algo tan elemental como es el agua. Y pidió, “por favor”, un poco de agua, como hace cualquier enfermo o moribundo.
Jesús se hacía así solidario con todos, pequeños o grandes, sanos o enfermos, que necesitan y piden un poco de agua. Y es hermoso pensar que cualquier ayuda prestada a un moribundo, nos hace recordar que Jesús también pidió un poco de agua antes de morir.
Poco más de dos años antes, Jesús se había encontrado junto al pozo de Sicar con una mujer de Samaria, a la que había pedido de beber.”Dame de beber”. Pero el agua que le pedía no era la del pozo. Era la conversión de aquella mujer.
“La sed del cuerpo, con ser grande es limitada. La sed espiritual es infinita”. Jesús tenía sed de que todos recibieran la vida abundante que Él había merecido. De que no se hiciera inútil la redención. Sed de manifestarnos a su Padre. De que creyéramos en su amor. De que viviéramos una profunda relación con Él porque todo está aquí: en la relación que tenemos con Dios.

6.  “TODO ESTÁ CUMPLIDO”
Estas fueron las últimas palabras pronunciadas por Jesús en la Cruz. Estas palabras no son las de un hombre acabado. No son las palabras de quien tenía ganas de llegar al final. Es el grito triunfante del vencedor.
Estas palabras manifiestan la conciencia de haber cumplido hasta el final la obra para la que fue enviado al mundo: dar la vida por la salvación de todos los hombres.
Jesús ha cumplido todo lo que debía hacer. Vino a la tierra para cumplir la voluntad de su Padre. Y la ha realizado hasta el fondo.
Le habían dicho lo que tenía que hacer. Y lo hizo. Le dijeron que anunciara el amor al prójimo, que anunciara el Reino de Dios y dedicó los tres últimos años de su vida a descubrirnos el milagro de ese Reino.
Y ahora Jesús se abandona en las manos de su Padre. “Padre, en tus manos pongo mi Espíritu”. Las manos de Dios son manos paternales. Las manos de Dios son manos de salvación y no de condenación. Y Jesús sabe que va a descansar al corazón de su Padre. Es la palabra que los padres deben expresar cuando sus hijos están realizados como buenos cristianos, cuando nuestros gobernantes y autoridades han cumplido sus metas de servicio, es cuando nos toque dar cuenta a Él de todo lo vivido.

7. “PADRE, EN TUS MANOS PONGO MI ESPÍRITU
Y Él que había temido al pecado, y había gritado: “¿Por qué me has abandonado?”, no tiene miedo en absoluto a la muerte, porque sabe que le espera el amor infinito de su Padre.
Durante tres años se lanzó por los caminos, por las sinagogas, por las ciudades y por las montañas, para gritar y proclamar que Aquel, a quien en la historia de Israel se le llamaba “El”, “Elohim”, “El Eterno”, “El sin nombre”, sin dejar de ser aquello, era su Padre y el nuestro.
A veces, cuando la gente dice: “Yo estoy solo en el mundo”, “a mí nadie me quiere”, es que nosotros nos alejamos de Él, no oramos, no conversamos con El, no nos entregamos a Él.
Hay que vivir con la alegre noticia que Dios es el Padre que cuida de nosotros. Y, aunque a veces sus caminos sean incomprensibles, tener la seguridad de que Él sabe mejor que nosotros lo que hace. Hay que amar a Dios, sí. Pero también hay que dejarse amar y querer por Dios, con nuestras buenas acciones.
En las manos de ese Padre que Jesús conocía y amaba tan entrañablemente, es donde Él puso su espíritu. Por eso cuando nacemos nuestras madres nos ofrecen  a ese Dios Padre  en las capillas o parroquias mas cercanas a los hospitales.