Memoria de la Amazonía y la Época del Caucho

Por: Ing. César Calderón Vela

Reg. CIP. N° 32486

Hace más de un siglo el fuste, las carabinas y las correrías de los empresarios del caucho pusieron en mansedumbre a indígenas en el río Putumayo, era una carrera por la gran demanda de caucho solicitado por los países de Europa y EE.UU. El descubrimiento de la vulcanización y de la cámara neumática en la década de los años 1850 dio lugar a una «fiebre extractiva del caucho». La cercanía de la zona con Colombia le permitió enlazarse con compañías de ese país, como Larrañaga, Ramírez y Cía., de La Chorrera, entre otras, cuyas explotaciones se realizaban en la riberas del río Igaraparaná y el río Caraparaná, afluentes del río Putumayo.

Fue el peruano Julio César Arana del Águila, llamado el «Barón del caucho», quien dominó y controló cerca de 6’000,000 de Hectáreas que tenía de concesión, territorio olvidado por los propios peruanos, ni Colombia conocía esos territorios ya que eran inaccesibles y su ingreso se hacía surcando el río Putumayo por el puerto de Iquitos. Tal valorización generó, a este empresario un espíritu aventurero que lo llevó a recorrer los más peligrosos y olvidados parajes amazónicos en busca de aquel árbol de la fortuna. En 1899, Arana observa que a lo a largo del Putumayo, zona toda ella cauchera, hay una extensa población indígena; imagina entonces las grandes ventajas que le reportaría una mano de obra esclava a fin de competir hasta la destrucción de sus rivales más inmediatos, los Casa Suárez, Fitzcarrald, Vaca Díez y demás «shiringueros» o extractores de caucho de esa época.

Los estadounidenses, quienes tenían interés por independizar a Panamá de Colombia para la construcción del canal, ofreciendo a Colombia hacer valer sus oficios para que sea compensada con la zona ya descrita (Putumayo, Caquetá, Amazonas), lo que ocurrió con el tratado Salomón-Lozano. No fue, pues, inocente la aparición en la zona del río Putumayo e Iquitos de los estadounidenses el ingeniero Walter Hardenburg y su amigo W.B. Perkins. Julio César Arana del Águila armó su propio ejército para defender el territorio peruano de la invasión de los colombianos, donde sus empresas tenían sus centros de acopio de caucho, que le proveían sus habilitados. Julio C. Arana aprende los procedimientos criminales de la compañía colombiana cauchera «Calderón» en el Putumayo que, a partir de 1900, esclaviza a los indígenas para colocarse en envidiable situación productiva. Los habitantes naturales de las riberas de los ríos Cara-paraná, al alto Cahuinarí e Igara-paraná –es decir, los huitoto, andoque, bora y nonuya– erán utilizados para la extracción de goma, adquiriendo a manera de «endeude» , algunos alimentos, mercancías y herramientas con las cuales estaban obligados a retornar en busca del látex para pagar las obligaciones adquiridas, sus tradiciones como el cultivo, la caza y otras actividades propias de sus comunidades les fueron entonces prohibidas, una lacerante congoja infecta nuestras emociones ¿somos así los humanos?; ¿La codicia humana no tiene límites? Las respuestas a los crímenes que sucedieron bajo este manto verde de riquezas aún por explotar, será el camino para forjar una justicia de sus habitantes. Que la enmarañada selva, no esconda la sed de justicia.

Los reportes de estas historias se basa en los escritos por novelistas colombianos, mas no así por escritores peruanos donde mencionan a los indígenas se les hacía entrega en forma de «endeude» una camisa, o un pantalón, o un machete, unos espejitos pequeños y peines que era requerido por las mujeres por los que tenían que trabajar seis meses o más y aún quedaban debiendo. Los días de entrega o bajada de caucho eran fijados cada quince días o cada mes en los que cada indígena debía entregar un número determinado de kilos so pena de flagelación, cepo, ahogamiento, o cualquier otro castigo que la creatividad pudiera producir.

Al analizar los métodos de tortura aparecen como si obedecieran a un concurso, cuyo ganador fuera quien se inventara el método de tortura más cruel, despiadado e inhumano. Las flagelaciones con latigazos en números que iban desde 5 hasta 200 los cuales en varias ocasiones ocasionaron la muerte en el acto y muchos murieron en los caminos o en sus casas a consecuencias de las flagelaciones. Casi todos los indígenas tenían cicatrices de latigazos y muchos de los capataces o verdugos cogieron fama porque sus latigazos siempre producían cortes en la piel desnuda de los indígenas.

El cepo que eran dos bloques de madera pesada con muescas para sujetar a la persona por las muñecas, tobillos o cuello que en muchas ocasiones era combinado con la flagelación y la suspensión de alimentos. Se cuenta de un indígena en el cepo a quien estaba prohibido dar alimento que antes de morir comió gusanos que producían las heridas de los latigazos. El ahogamiento que consistía en sostener al indígena bajo el agua hasta que tragara tanta agua, y se ahogara produciéndole la muerte. Otra modalidad de quema consistía en colgar de las manos y quemar hojas secas bajo sus pies  dejándolos que murieran lentamente en medio de dolores y gritos lastimeros. Dicen que generalmente en las subestaciones era difícil alimentarse debido a los olores que producían tantos cadáveres dejados al aire libre. El decapitamiento era la pena que se aplicaba a los que desertaban de los campamentos. La muerte de niños se aplicaba a las madres a quienes se les acusaba de perder el tiempo por atender a su hijo y no trabajar en la recolección del caucho. La mayoría de las veces se partía el niño en varias porciones para alimentar a los perros. Otras veces se tiraban al río o en cualquier parte para que se murieran solos, en otras ocasiones se estrellaban sus cabezas en los estantillos de las malocas o en los árboles de la selva haciendo saltar por los aires sus sesos. En muchas ocasiones dejaban a los niños colgados en sus cargadores cerca de los hormigueros para que los comieran las hormigas.

Los disparos fueron lo que más muertes produjeron, se hacían a los que se rebelaban, y a los que se fugaban, los cargadores tenían que trasladar 50 o 60 kilos de caucho por distancias hasta de ochenta kilómetros sin alimento alguno. Las muertes por inanición están documentadas por fotografías en las que se observa personas reducidas a piel y huesos. Ahorcamiento en el que se colocaba a la persona con la cuerda en el cuello y parado en la punta de los dedos de tal manera que al cansarse los dedos se caían y se producían los ahorcamientos. Es importante anotar que hubo un grupo de cerca de 200 ciudadanos británicos de la isla de Barbados que fueron contratados como capataces y verdugos, muchos de ellos fueron muy sanguinarios que llegaron a recibir los apodos de tigres o perros de monte.

Sir Roger Casement de la Sociedad Antiesclavista habla de 40.000 indígenas muertos hasta la fecha de su visita a la región en 1910 y el número resulta de la resta entre 50.000 indios que declaró la Peruvian Amazon Company en los documentos de constitución y los 7.000 ó máximo 10.000 indios que había a la fecha de su visita. Estos números aparecen fríos en los textos escritos por los parcos ingleses, norteamericanos o franceses que recorrieron la región en aquellas épocas. Nosotros hemos hablado de 40,000 muertos, en 1910 y no de la fecha en que definitivamente salió la compañía que siguió con el mismo régimen de tortura 20 años más. La Peruvian Amazon Company o más conocida como Casa Arana tenía oficinas centrales en Londres en las que personal vestido con gran lujo atendía a los clientes y pasando por sus oficinas de Manaos e Iquitos en donde los caucheros mandaban a lavar sus ropas a Europa.  La ambición de un desarrollo mal entendido que arrasa con pueblos enteros estuvo a la raíz de lo que aquí pasó en la Amazonía de nuestro país.