ME LLEGA TU VIDA

José Álvarez Alonso

Entre las insultantes y racistas expresiones que el Perú escuchó hace unos días asombrado y asqueado de boca de unos jovenzuelos miraflorinos contra un humilde camarógrafo -provocadas por el ‘delito’ de filmarlos luego de un aparatoso accidente- una en particular me sorprendió y provocó más de una arcada: «me llega al p. tu vida».

Eso es. Más claro agua. No es tanto un insulto clásico y racista como «cholo de m», también repetido hasta la saciedad por los imberbes en las escenas propaladas por la televisión. Esta no es una simple frase: es una auténtica radiografía de la mentalidad, la cultura y la catadura cívica y moral detrás de quien la profirió. En realidad le estaba diciendo al camarógrafo: soy superior a ti, soy de una especie distinta, tú no eres nada, eres inferior, totalmente insignificante, tan, pero tan inferior, que no me importa nada tu existencia, me importan más mi gato o mi ipod que tú.

Es cierto que no nos sorprende que todavía haya ‘gente’ (es un decir) que piense así. Gente de otra época, propia de las cavernas, de las épocas más oscurantistas de la civilización. Lo que me asombra es que lo diga en voz alta, que lo exprese de una forma tan meridiana en medio de la vía pública y ante una cámara. En este país en el que desde los primeros años del colegio nos enseñan que somos pluriculturales, que nos inculcan los derechos fundamentales del ser humano y los principios de la igualdad ante la ley, de la igualdad de razas y culturas, y nos machacan los valores democráticos y cívicos, y tantas cosas más, es inconcebible que pervivan esas actitudes y esa mentalidad.

Es más: estoy seguro que esos infelices se dicen cristianos, y han recibido el bautismo y la primera comunión, y quizás la confirmación (tenían como 15 o 16 años), en la que han renovado sus compromisos de amor a Dios y al prójimo, y su fidelidad a los principios del Evangelio. Principios que justamente proclaman, por boca de Jesús, que el «otro» sí nos debe importar, pues esa es la esencia del mensaje de Jesús: que todos somos hijos de Dios, e iguales ante él, y que los pobres están por definición más cerca de Dios, mientras que los ricos y poderosos la tienen difícil para entrar al reino de los cielos. Definitivamente, esos chibolos y quienes inspiraron su abominable mentalidad están a mil años luz de lo que significa ser y sentirse cristiano.

¡Cuánto le falta todavía madurar a nuestra sociedad! Creemos que ya somos civilizados, que somos una nación, y de cuando en cuando nos salen cosas como esta. Porque la actitud de estos jovenzuelos no es un hecho aislado: lo comprobamos a través de las expresiones inmundas propaladas por las redes sociales a raíz de la derrota de sus candidatos favoritos, miembros y representantes de su clase social.

La autosuficiencia, la etnosuficiencia y la altanería de ciertos sectores de esa clase social, que no se resignan a perder sus arcaicos e injustos privilegios, que no admiten que el ser humano no vale más por lo que tiene, por el color de su piel, por su apellido, o por el barrio en que habita, explican luego que se produzcan esos brotes de resentimiento en las clases desfavorecidas, a veces tentadas a la violencia.

Se supone que la juventud es la edad del idealismo y de los sueños, cuando la gente sueña en cambiar el mundo, y se involucra en proyectos imposibles. Cuán lejos están estos ancianos quinceañeros de idealistas como el Che Gevara, que ha inspirado generaciones y les escribió a sus hijos poco antes de morir: «…sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo…»

Las redes sociales y la mayoría de comunicadores se encargaron de crucificar mediáticamente a los jóvenes miraflorinos, y de aconsejar a sus padres que los castigasen con dureza. Dudo que lo hayan hecho, porque este tipo de actitudes, como otras similares de las que hemos escuchado en los últimos tiempos, las aprenden los hijos de sus padres, y las vomitan en momentos de ira porque las han escuchado (y proferido) antes en multitud de ocasiones. Si hay homúnculos como estos es por hay un ambiente social que refuerza su visión de la sociedad y de quienes los rodean.

No recuerdo quién fue el que dijo que «el racismo no es más que la soberbia de un ser evidentemente inferior». Efectivamente. Esos indeseables jovenzuelos son inferiores, no quizás en inteligencia, en cualidades físicas o en formación académica, sino en sus cualidades sociales y morales. Cualidades que, finalmente, son las que definen a un ser humano y lo diferencian de los animales y de las máquinas fabricadas por la humanidad. Pobres infelices.

Un comentario sobre “ME LLEGA TU VIDA

  1. Leo en tu columna, «pluricultural». Sabes, yo siento verguenza de pertenecer a una sociedad así. Por eso no es facil que las personas se pongan de acuerdo. Por eso hay gente que te dice, de que se trata para oponerme. Por eso hay gente que no aplaude el exito de los demás. Por eso hay gente que cuando haces algo bueno, esta buscando lo malo para con ello arrinconarte.

    Señores, necesitamos una sociedad individualista que sus ansias de superación y triunfo, los lleve al éxito. No queremos una sociedad colectivista como la peruana, que siempre estan tratando de realzar la mediocridad. Esos que dicen, no ganamos pero cuando menos empatamos. No tenemos gente ganadora… que pena.

    Hay que diferenciarnos de los demás, el que no quiere avanzar que se quede, es su problema; yo no tengo por que preocuparme por ellos. Debo acumular riqueza para poder ayudar al que necesita, pero los mediocres piden aumento, hacen huelga, si embargo, todavia no se ha generado la riqueza, ¿que esperan, repartir la pobreza?. Para todo hay que ser estrategicos.

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