Los misterios del Pastaza

Por: José Álvarez Alonso

En los últimos días, los noticieros nos han mostrado imágenes del inquieto volcán Tungurahua, en los Andes ecuatorianos, dando preocupantes señales de estar resucitando de nuevo. Efectivamente, el Tungurahua (en idioma Kichwa, «garganta de fuego») volvió a escupir nubes de cenizas y otros materiales volcánicos, forzando a la evacuación a una serie de poblaciones. El Tungurahua, uno de los volcanes más activos de Ecuador, tiene una larga historia de destructivas erupciones en el pasado reciente. Curiosamente, también ha tenido un gran impacto en la Amazonía peruana. Veremos cómo.

Este volcán tiene que ver mucho con la fisonomía de Loreto. La cosa es así: el río Pastaza nace en las faldas de este volcán, por lo que fue conocido en el pasado como «Tungurahua» (ver, por ej., Así es la Selva, de Villarejo). También era llamado por los misioneros de los siglos XVI y XVII como el «Río de la piedra pómez». ¿Por qué le darían ese nombre tan curioso? Justamente por la cantidad de esa piedra volcánica arrastrada por el río luego de una erupción. Esta piedra es la única que flota, porque en realidad es espuma de lava solidificada. Es frecuente encontrar pedazos de piedra pómez en islas del Pastaza, y aún en las del Amazonas: conservo en mi casa una de casi un kg., recuperada de una chacra en la zona de Muyuy.

Por los geólogos sabemos que este río arrastra sedimentos de origen volcánico, y que ha variado tanto su curso a lo largo de los años que su delta tiene un área de más de 50,000 km², y abarca desde el bajo Morona hasta el bajo Tigre; es el abanico deposicional mediterráneo más grande del mundo, a decir de los estudiosos finlandeses. La enorme carga de cenizas volcánicas que arrastra el caprichoso Pastaza en los años siguientes a una gran erupción del temperamental volcán Tungurahua es la causante de este cambiante curso, porque pronto se colmatan su cauce y la llanura de inundación inmediata, y se produce una «avulsión», un desvío de la corriente hacia áreas más bajas.

Estos sedimentos volcánicos depositados en las riberas del río han bloqueado quebradas y dado origen a lagos tan extensos y productivos como el Rimachi (o Musa Karusa), y el Anatico, «valles bloqueados», a decir de los estudiosos finlandeses. Las cenizas volcánicas que arrastra el Pastaza cuando ocurren grandes erupciones se acumulan en ciertos lugares y forman también las famosas «tierras negras», que aparecen en extensiones bien delimitadas por aquí y por allá en las riberas de los ríos Pastaza, Morona, Chambira, Corrientes (especialmente quebradas Copal y Plantanoyacu) y Tigre (cuenca media, incluyendo quebradas como Pavayacu, Intuto y Sanango). Son las tierras más productivas de Loreto, y abastecen a Iquitos de plátano cuando una creciente extrema acaba con las plantaciones de las riberas del Ucayali, el Marañón y el Amazonas. En una imagen de satélite del abanico del Pastaza se aprecian numerosos cauces «fósiles» de este río de miles de años atrás, entre el interfluvio de las cuencas bajas del Tigre y Morona.

En donde ocurren esas tierras negras tan productivas y no inundables se observa numerosos restos arqueológicos de las antiguas culturas indígenas, porque fueron lugares preferidos de asentamiento. Esto lo pude comprobar, por ejemplo, en la comunidad Candoshi de Puerto Requena, en la cabecera de la quebrada Chuinda, principal afluente del Rimachi; esta comunidad se asienta en realidad sobre un gigantesco yacimiento arqueológico, donde el suelo está cubierto por millones de fragmentos de cerámica. No es de extrañar que este lugar haya sido ocupado por los indígenas por miles de años, ya que se trata de la primera restinga no inundable, y de tierra negra, en las márgenes del inmenso bajial donde se asienta este productivo lago. Se sabe que los Candoshi, Achuar y otros grupos indígenas se pelearon con frecuencia en el pasado por el control de este lago y las tierras negras asociadas.

El «Abanico del Pastaza» fue declarado hace unos años «Sitio Ramsar», por ser un humedal muy importante para muchas especies acuáticas, especialmente aves. Junto con la Reserva Nacional Pacaya-Samiria forma lo que se llama «Depresión Ucamara» (del Ucayali y el Marañón»), una de las áreas estacionalmente inundables más extensas de la Amazonía.

No existe hasta ahora un área protegida en todo el Abanico del Pastaza, pese a que está considerada como una de las Zonas Prioritarias para la Conservación en el Perú en el Plan Director de Áreas Naturales Protegidas. Existen varias iniciativas en ese sentido, impulsadas por las comunidades indígenas que buscan recuperar y proteger sus recursos de los madereros, cazadores y pescadores ilegales, provenientes en su mayor parte de Yurimaguas y de Iquitos.

En la cuenca del Pastaza y sus afluentes principales (Huitoyaco y Huasaga) habitan comunidades indígenas de los pueblos Candoshi, Achuar y Kichwa. Tuve la oportunidad de visitar esta cuenca el año pasado, y comprobé la inquietud de muchas comunidades por involucrarse en actividades de manejo y conservación: como ocurre en otras partes de la Amazonía, ya están sufriendo serios problemas por la escasez creciente de recursos básicos para su subsistencia, especialmente carne de monte y pescado.

En este abanico del Pastaza y en las cercanas riberas del Marañón ocurren las mayores extensiones de aguajales de toda la Amazonía peruana. Se encuentran en general bien conservados, a diferencia de los que ocurren en zonas más cercanas a Iquitos, donde están muy degradados por la tala indiscriminada de hembras para cosechar el aguaje. Don Emir Masengkai, el emprendedor alcalde indígena de Datem del marañón, con financiamiento del Proyecto Pastaza-Morona, y con apoyo del Consorcio IIAP-NCI, está impulsando el manejo sostenible de este recurso en varias comunidades, con miras a cosechar y comercializar de forma sostenible el sabroso fruto.

Los sedimentos volcánicos del Pastaza dan origen en nuestra región a uno de los cientos de «biotopos» (tipos de hábitat) que caracterizan a la Amazonía occidental; estos biotopos albergan comunidades diferenciadas de plantas y animales; no se ha hecho hasta ahora estudios faunísticos o florísticos detallados en las orillas del Pastaza, sin embargo. Lo que sí sabemos es que esta zona, hacia el Napo, es una de las regiones más biodiversas del planeta, junto con la contigua Amazonía ecuatoriana. Y esta mega-biodiversidad tiene entre sus causas, a decir de los científicos, esa extraordinaria variedad de hábitats.