Hace algunos meses en esta misma página, presentamos un artículo titulado: «Los límites del amor», que creemos no es completo sin otro aspecto de ese sentimiento humano, como el de la amistad.
Se sostiene, a veces con sobrado fundamento, que el amor y la amistad son sentimientos muy cercanos, o que en todo caso son lo mismo, aunque en direcciones diferentes.
El amor a la pareja sobre todo, tiene un toque de posesión y es, por definición, excluyente; aunque los tiempos modernos con la práctica planteen otra tonalidad o matiz de ese comportamiento.
La amistad es más generosa en otros aspectos, no quiere posesión, ni es excluyente. La amistad es, o debiera ser amplia, generosa, directa, transparente, que soporte los embates y dificultades por las cuales atraviesa toda relación humana.
Muchas veces, a lo largo de nuestra vida, hemos tenido alguna tirantez con alguna amistad. Las dificultades que pasa toda amistad prueban la fortaleza de los pilares que le dan o han dado soporte a esa relación.
El tema es qué hacer cuando vemos que un amigo está en dificultades porque no sabe manejar su «éxito», su efímero poder, aquí la banalidad de la jerarquía ocasional, la estulticia queda convertida en egolatría.
Recordemos que en la antigua Roma, el César tenía gente especial de su entorno que en los mejores y peores momentos, tenía función de decirle: «Recuerda César que eres mortal». Siempre, hasta hace unos años le había tenido miedo a la fama, al éxito. Ya no me importa, por muchas razones; pero ese es otro tema.
¿Es fácil decirle a un amigo en la borrasca de su soberbia, «te estás desbordando»? Desde luego que no es sencillo; pero es lo que se debiera hacer, sin importar las consecuencias posteriores.
La fatuidad es la vestimenta más común en la gente que llega a columbrar alguno de sus sueños; el autoritarismo es la gabardina que se coloca el encumbrado. Llegar a ciertos puestos, hace que muchos hombres pierdan el sentido de las proporciones, que se endiosen y que la estupidez termine por derrotarlo.
Creemos que la amistad debe servir para decir al amigo lo que realmente se cree; la cosa pasa por saber si se emplea el tono debido y la recepción no está cangrenada por el ciclópeo monstruo del poder que le resta los valores que un día en ese ser humano se quisieron y hasta admiraron.