LOS DELFINES Y SIRENAS DEL CLUB TENIS, FUTUROS CAMPEONES

POR: JUAN SOREGUI VARGAS.

Mi madrecita me cuenta que aprendí a nadar a los cuatro años. Éramos pobres y nuestra piscina eran los recodos del río Itaya. Mi hermana Dolores, aún bebé se quedó en la casa con una sobrina de acompañante. Mis padres, jóvenes todavía, ardían de pasión y querían continuar la luna de miel aunque sea en el agua. Lo cierto es que en un descuido de estos jóvenes enamorados, me interné más allá de los límites y pum, me metí en uno de esos huecos que tienen los ríos. Cuando ellos se dieron cuenta, el suscrito, empezó a patalear y mover sus brazos y salir del hueco. Lo hice con ayuda de mi padre. Fue mi primera experiencia de natación. Luego, curado del susto, con pasadas de huevo y una buena icarada con ciricaipe y un canto que ahuyentaba a los malos espíritus, volví a las aguas del Itaya, y más o menos aprendí a nadar con el estilo perrito. Vivíamos por Pijuayo Loma o por donde dice mi amigo la loma de belén o de Vizcarra. Con más edad, ya nos animábamos a escaparnos del colegio y nos íbamos a Paíno por la zona oeste de Iquitos, donde cuando había un fuerte verano nadábamos como cerditos en el barro, llegábamos embarrados a la casa y por supuesto una soberana paliza y a lavar la ropa y el calzoncillo, que solo teníamos uno, no como ahora tenemos uno para cada día y ocasión. Luego nos aventurábamos más lejos, por la zona sur de la ciudad, a ese sitio donde conocimos nuestros amores platónicos en trajes de baños largos, la llamada zona de Pucayacú. Hermosos sitios que hoy deberían ser unas hermosas fuentes turísticas de haber tenido buenas autoridades y de no haber permitido a aquellos comerciantes de tierra invadir esas zonas. Pero, mi verdadera lección de natación se inició con la mancha de la cuadra once de la calle Arica, con James y Róger Beuzeville, Teddy Reátegui, Jorge Panaifo, los Huamanes (que llevaban la cecina, los tamales, etc) el profesor combativo y luchador Julio Pérez, en la piscina que regalaron los hermanos leones a la sociedad loretana. Ahí si nos empujaban al agua y uno tenía que nadar buenas distancias, tragando agua, porque si no, no nos daban nuestra parte de la cecina, el tamal, etc. Dos meses más tarde ya nos tirábamos del tobogán de tres metros de altura.

Hoy regresé a la piscina, pero de los hermanos del Club Tenis, no soy socio, pero voy con mi nieto Diego Stefano que es una bala y ahí encontré a un grupo de señoritas, jóvenes, niños y niñas que personalmente creo tienen cualidades para ser campeonas de natación departamental o nacional. En dos meses Diego Stephano, de manera lúdica aprendió ya a nadar al estilo perrito, al estilo libre, y también se va de espalda apoyado con su tabla.

En este grupo de jóvenes y señoritas, delfines y sirenas, se encuentra las señoritas Dulce, Leslie, Estrella, Soraya, Coco, niños como Diego Stehpano, Fernanda, Piero, Diego, María Fernanda, y algunos más que no recuerdo su nombre, pero con unas ganas de aprender a nadar bajo la atenta mirada y explicaciones del profesor Tello, estricto y didáctico con los niños de cuatro años y señoritas y jóvenes que ya van siendo mozos y mozas bellas. Lo importante es que mente sana en cuerpo sano. Una actividad sana que promociona la directiva de este club y que lo hacen otras como el complejo del consorcio de los agustinos, que administra mi amigo el profesor Ernesto Lozano iglesias, y que debería ser imitado por otras agrupaciones para alejar a la juventud de malas juntas y actividades. Muchos padres acompañan esta práctica sana del deporte. Todos entusiastas. Buen ejemplo que tienen que imitar, no importa donde sea, no hay excusa de ser pobre, sino de querer aprender y como en mi caso en el río Itaya.