La Iglesia después del Sínodo

«En lo sustancial, unidad; en lo opinable, libertad; en todo, caridad» – SAN AGUSTÍN –
Por: Adolfo Ramírez del Aguila
arda1982@yahoo.com

Sinodo

Con los escándalos que no cesan en los predios eclesiales, la noticia de la clausura del Sínodo sobre la Familia, en Roma, pasó inadvertida. Y es que, al torbellino de informaciones sobre los escándalos de pedofilia clerical, que desató el libro de un periodista peruano, se agrega ahora, la publicación de dos libros italianos que develan la corrupción financiera que aún persiste detrás de los muros del Vaticano, a pesar que el papa Francisco lucha contra ella.
Sin embargo, el Sínodo de la Familia 2015, merece una atención especial, porque a partir de este evento, podríamos decir que se viene una Iglesia universal post-sinodal.  El acontecimiento eclesial que concluyó el pasado 25 de octubre, logró congregar a 270 obispos de todo el mundo (Salvador Piñeiro y Miguel Cabrejos, fueron los dos obispos que representaron a nuestra Iglesia peruana). Es importante recalcar, que a este evento, asistieron también un buen número de matrimonios, no solo para testimoniar su vida familiar, sino para decir con sinceridad lo que piensan y sienten sobre la Iglesia que queremos desde una mirada laica.
Haciendo un poco de historia, este Sínodo 2015 en realidad, empezó a gestarse cuando el papa Francisco envió (octubre del 2013) a todas las Iglesias del mundo, un cuestionario de 38 preguntas a manera de Consulta Previa, sobre las preocupaciones en torno al tema de la familia. Luego vino, un año después, el Sínodo Extraordinario de Obispos (octubre del 2014), para hacer un primer debate sobre los resultados de la encuesta mundial hecha por el Papa. Este evento permitió tener un primer documento de trabajo para meditarlo durante un año; hasta que llegó finalmente, el Sínodo Ordinario del pasado mes de octubre.
Normalmente, estos eventos eclesiales no es del interés de la opinión pública, pero en esta oportunidad se dio la excepción, pues, algunos temas que se debatieron, lograron concitar la atención de los ciudadanos de a pie: el caso de los divorciados vueltos a casar y el de las parejas homosexuales. Había la esperanza que nuestra Iglesia podría avanzar doctrinalmente en cuanto a una mirada más pastoral a la hora de abordar estos tópicos polémicos. La primera sensación que dejan las conclusiones finales, es que en estos asuntos, las fuerzas ultra conservadoras lograron su mayor victoria. Sin embargo, una mirada más de fondo, nos deja con un balance positivo y una interesante sensación de que el debate recién empieza.
La experiencia de hacer un Sínodo (Sínodo significa «caminar juntos») es una iniciativa eclesial nacida hace 50 años, al calor del Concilio Vaticano II (1963-1965). Este primer sínodo de la era panchito,  nos devela una interesante dinámica de actualización espiritual y pastoral que siempre va a necesitar nuestra santa madre Iglesia. Normalmente se piensa que en la Iglesia ya todo está dicho, ya todo está escrito, que solo queda por cumplir lo establecido, sin dudas ni murmuraciones. Estos debates sinodales han demostrado que no es tan cierta esa visión estática y militar que nos hemos hecho del catolicismo. El Papa ha promovido desde el inicio, una franca parresia (decirlo todo) sobre tópicos muy sensibles y decisivos en la naturaleza de la Iglesia y en la vida de las familias: el divorcio y el asunto de las parejas homosexuales, por poner solo dos ejemplos.
La Iglesia, entendida como pueblo de Dios en marcha, es también la gran familia de Dios, y como familia, experimenta también en carne propia, muchos problemas graves. Los casos de pedofilia clerical, de corrupción intraeclesial, entre otros escándalos, son el fiel reflejo de que necesitamos una renovación urgente desde adentro, de una Iglesia abierta a la sociedad civil sobre la base de transparentar los actos ante los medios de comunicación, desterrando el maligno secretismo que han creado redes de encubrimiento a delitos que deben ser juzgados en los fueros judiciales.
El Sínodo nos ha permitido verificar algo que se debe generalizar en todas las instancias eclesiales del mundo (nuestra Iglesia de la selva no debe ser la excepción). Los obispos se pusieron al llano y no solo defendieron sus posiciones con mucha franqueza teológica, sino que escucharon el discurso ajeno, la posición discrepante. El papa Francisco le llamó a esta actitud dialogante, como una de las tareas urgentes de «una iglesia sinodal que va a las periferias y que cura heridas…este camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio».
El sínodo ha sido un debate de todas las voces (voces de las familias y de los pastores de la Iglesia) puntos de vistas a veces discordantes que no fueron reprimidos en ningún momento. Y como plantea el padre Ernesto Cavassa, S.J. rector de la Universidad Antonio Ruíz de Montoya, en un artículo publicado en el diario «El Comercio» de Lima, «las posiciones se han desencantado». El mismo Papa verificó este desencantamiento de las posiciones encontradas: «La experiencia del sínodo también nos ha hecho comprender mejor que los verdaderos defensores de la doctrina no son los que defienden la letra, sino el espíritu; no las ideas, sino el hombre; no las fórmulas, sino la gratuidad del amor de Dios y de su perdón». Francisco se franqueó con los obispos participantes y les dijo en la clausura: «Este sínodo ha puesto al descubierto a los corazones cerrados, que a menudo se esconden incluso dentro de las enseñanzas de la Iglesia o detrás de las buenas intenciones para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles…»
Que el Espíritu Santo, en este ambiente pre-navideño, nos ilumine a todos en la renovación de una Iglesia post-sinodal que dé mayores signos de apertura al mundo multidiverso y se ponga el mandil del servicio desde la cruz de Jesús, para mostrar a plenitud el verdadero poder de la Iglesia: el amor sanador a los pecadores y marginados. Amén.